"Se ve poca renovación en la poesía de Puno"
Luego de haber publicado tres libros en nuestro país, el joven poeta huancaneño Fernando Chuquipiunta Machaca accedió a concedernos una entrevista por haber participado en diversos certámenes literarios y por destacar el nombre de Puno en el acontecer literario.
¿Qué significa ser poeta en el Perú?
Significa tener un compromiso social y ser responsable también con la palabra. El poeta debe asumir con mucha seriedad, primero la expresión de un destino humano. Luego, tiene que responder a un oficio que necesita formación, sacrificio, información y seriedad.
¿Qué piensas de la crítica literaria?
He visto muy poca renovación, no hay una irrupción de personas que analicen una obra literaria con seriedad. En todo caso, son las mismas personas que desde un buen tiempo siguen ejerciendo la crítica o también siguen los mismos esquemas anquilosados.
¿Crees que se está deformando la poesía?
Hay una gran proliferación de antologías que en su mayoría contienen bastante ripio. A veces se confunde la libertad con el libertinaje.
¿Hay literatura sin política?
Muchos escritores, con todo el derecho del mundo, quieren hacer una literatura al margen de los vaivenes sociales, interpretando sus propias sapiencias individuales o creando un discurso literario personal y hasta hermético.
¿Sí hay influencia?
Claro, pero su difusión e influencia termina por ser política. Es el caso del esplendor de la narrativa de ciencia ficción o en el auge de la novela policial. Lo que inicialmente era un producto de imaginación personal que buscaba residir en universos autónomos, termina siendo traducido como interpretaciones críticas. Esa paradoja es también política.
¿Cómo es tu poesía?
Es urbana, que tiende a descubrir la realidad, es una poesía de la calle, de la gente común. Es también una poesía social que trata de rescatar el derecho a vivir con dignidad.
Elucidación ultra posmoderna de la poesía de Fernando Chuquipiunta Machaca
Por: Walter Paz Quispe Santos
Aspectos comunicativos o pragmáticos.
Con el último libro de Fernando tenemos claro que nos enfrentamos a un texto manifiestamente lírico, de íntima comunicación de enorme contenido emocional, sorprendente y expresiva, en la que se expone un retazo del alma, una porción del estado espiritual del “yo poético”. Pero afinemos un poco más en esta consideración: es, además, un texto poético (y, por tanto, literario) porque
- Existe un acuerdo tácito entre el autor y el lector, según el cual, éste acepta las palabras del texto como emanadas del surtidor de la estética literaria.
- El texto orienta sobre la expresión (recordemos que hay quienes opinan que las funciones del lenguaje se reducen a dos orientaciones: la comunicativa y la que influye en la expresión, como defendiera Tomachevski): no sería un mensaje exclusivamente informativo.
- En cierto modo, transgrede el sistema lingüístico compartido.
- El mensaje es imprevisible, no se ajusta a la cadencia del sistema de producción ordinaria.
- El poema está dirigido. Como dice Lázaro Carreter, “el poeta no hace lo que quiere, sino lo que puede”. El autor, pues, está determinado por la dirección que le ha dado a su propio texto.
- En el texto predomina la connotación.
- Hay numerosas polivalencias semánticas.
Desde el punto de vista superestructural, la honda tensión poética del texto no entra en conflicto con el carácter narrativo del mismo, pero es lícito observar que, en efecto, se observa un manifiesto mensaje que toma como soporte la modalidad narrativa. Y no porque el texto se asimile, formalmente, a cualesquiera de los subgéneros narrativos correspondientes, sino porque en él aparece una peripecia contada, es decir, un fragmento de historia con etapas fabuladas y con inserciones de segmentos descriptivos. Por eso, aunque el emisor (no nos desdecimos de nuestras anteriores palabras) es el “homo poeticus” revelado en primera persona, este asume también el papel de narrador explícito representado. Este poemario puede ser considerado como un texto en el que predominan las voces homodiegética y autodiegética.
Mediante la lírica se expone la intimidad fecunda y creadora del poeta para conseguir efectos de emoción contemplativa en el destinatario. Aquel expresa un estado de ánimo, es decir, da noticia de su propia espiritualidad, lo que, además de la evidente función poética, cumple la no menos relevante función expresiva, si utilizamos la terminología de Karl Bühler y de Jakobson. Ambas funciones actúan como resortes de contagio en el destinatario, quien adquiere el papel de cómplice del poeta. Como poema, pues, habrá que considerar que el texto adquiere una dimensión estética, cuyo objeto es el tratamiento de los significantes como materia fundamental. Pero si nos quedamos en el antedicho ámbito de la función expresiva, entenderemos que la fuerza ilocutiva de este acto de habla interior y emotivo es precisamente eso: expresiva; por eso, su esquema sería el siguiente: PS p PS (p), entendiendo por PS el estado psicológico y por (p) el enunciado, con dirección de ajuste cero (el poema no modifica el mundo, como los actos directivo o conmisivo, por ejemplo, que ordenan o intentan modificar algún aspecto de la realidad. Sin embargo, como observaremos más adelante, algo podría haber de carácter directivo y declarativo.1) Bastaría con este camino de ida y vuelta (el del autor al lector y viceversa) para dejar cerrado el objetivo fundamental (la función poética, repetimos) de la poesía, pero nuestra condición de comentaristas nos obliga a realizar un análisis responsable y flexible de lo que pudiéramos llamar la finalidad interpretativa.
Porque, si bien un poema no es sino contemplación y conmoción que emanan de las palabras y de los recursos elocutivos, no deja de ser menos cierto que los lectores cualificados están -estamos- obligados a desvelar el sentido conceptual y temático de aquellos últimos. Sobre todo, si, como es el caso, el poeta nos convoca como destinatarios, utilizando la segunda persona del imperativo, para más tarde desdoblarse en una voz compartida y cómplice, al usar la primera persona del plural. Por tanto, no parece descabellado pensar que además de la propia voz poética del emisor, se escucha el eco de un narrador explícito representado que se dirige a la concurrencia con un talante, además de autodiegético, omnisciente. Sin embargo, esa omnisciencia tropieza con las dudas íntimas y personales con las que se cierra la gran reflexión sobre el paso del tiempo. Esa es la primera y gran paradoja del texto: la omnisciencia del autor no alcanza a desvelar el sentido último de sus propias dudas, de las dudas del hombre, del desaliento que se desprende de la condición humana.
Resumen del contenido, tema y cuestiones estructurales
En la poesía de Fernando Chuquipiunta, se escucha la voz contundente del poeta dudar de todo: del tiempo, de los recuerdos, de los sueños, de la realidad, de la vida y de la propia identidad. Lo que fue en otra época queda velado ahora en una bruma de irrealidad envolvente, hasta diluirse en la inexistencia del tiempo. Podríamos decir que la macroestructura o marco de integración global del poema (el tema, para ser más claros) es el efecto devastador del paso del tiempo, representado en la visión pesimista y dolorosa del poeta. Este tema abarca todo el libro, lo atraviesa desde el primero hasta el último verso y lo recorre de manera permanente como un río de significaciones perseverantes e inalterables; esta segunda perspectiva del tema es lo que ha llevado a denominar al mismo (algunos autores así lo hacen) estructura lógica subyacente.Terminada la lectura de este hermoso libro de Chuquipiunta, el lector permanece un instante hilvanando conceptos y recordando momentos intensos. Justamente, como quien ha asistido a la contemplación de una serie de imágenes y pensamientos existenciales tras los que se asoma la duda como elemento del horizonte vital del poeta. Formalmente, esa duda inalterable y pesimista se refleja en la cadencia reiterada de las interrogaciones, que, de cuando en cuando, aparecen en el poema para que el lector no pierda el hilo de lo que lo convoca. Esta reiteración -expresada de manera muy sencilla, contundente y pletórica de significaciones conceptuales- nos recuerda aquellas reflexiones que, desde el punto de vista de la función fática, va desgranando la prosa de Azorín. La fuerza de estas interrogativas como eje en torno al cual gira la incertidumbre, se manifiesta en un hecho también relevante desde el punto de vista formal: el poema termina con una interrogante de enorme fuerza expresiva y de respuesta silenciada. Por eso, el final del texto es la consternación, el sobrecogimiento, el silencio. Así, pues, y siguiendo el hilo de nuestros razonamientos, veremos que las aludidas interrogativas están organizadas en torno a otros tantos pensamientos.
Mecanismos de cohesión destacables
Es inevitable destacar la presencia de unas marcas tan eficaces en el poema como importantes desde el punto de vista de la temática. Si hubo alguien que llamó a las partículas la “basura del idioma”, no es este, precisamente, un texto en el que la denominación pudiera decirse afortunada. Porque en un texto cuya materia fundamental es la reflexión sobre el tiempo, las deixis temporales y las conexiones de carácter temporal, van a formar, precisamente, un rico mosaico de evocaciones. Nos permitimos también recordar que, como sostienen algunos estudiosos, los elementos fóricos, deícticos y los conectores a los que vamos a aludir tienen honda significación semántica, sobre todo si los organizamos en dos grandes bloques isotópicos: los pertenecientes al ayer y los pertenecientes al presente. Es el caso, por ejemplo, de las anáforas, catáforas y deixis que se instalan en la perspectiva del presente, presentes continuos y permanentes en el pasado y los referidos al pasado: Entre el pasado y el presente hay grandes elipsis, representadas algunas de ellas por las lexías complejas o locuciones temporales. Tras ellas hay grandes fragmentos de silencio, años desbocados, es decir, gigantescas presuposiciones temporales, tratadas magistralmente. He aquí, en lo que acabamos de escribir, la constatación de que un texto es una maquinaria de presuposiciones, como afirmara Umberto Eco.
Hablando de deixis, es obligado valorar una hermosa referencia al determinante “esa” que soporta una genial carga de complicidad con el lector. Lo normal es que ese elemento indéxico sea una anáfora. Pues bien, pese a que no haya aparecido referencia alguna anterior, lo es. En este caso concreto se cumple la espléndida idea de Umberto Eco, que llega a afirmar en Lector in fabula que para que haya anáfora tiene que haber lector, es decir, cooperación o función activa del destinatario: “es imposible hablar de función anafórica de una expresión sin invocar, si no a un lector empírico, al menos a un destinatario como elemento abstracto, aunque constitutivo del juego textual”. Decíamos, pues, que existe una anáfora implicada, porque así lo determina el autor y así lo acepta el lector. Importante es también el tratamiento de la progresión TEMA - REMA, pues, aunque, se trata de un libro de poemas, el texto presenta unas hechuras narrativas en las que las informaciones se van sucediendo con proverbial coherencia. Pero, de momento, dejemos esta cuestión, pues será abordada más adelante, en el apartado dedicado al análisis semántico.
El plano fónico
Con respecto al nivel fónico - fonológico, vemos que el poema no presenta peculiaridades de disposición gráfica especial ni especial distribución de fonemas; tan sólo queremos hacer mención a una doble matiz tímbrico en la disposición de algunos sonidos, según se refieran éstos a la época luminosa de los recuerdos de infancia o, por el contrario, a la oscura etapa del presente. Tal vez sea la evocación la que suaviza el discurso, porque cuando el poeta se refiere al verano, una cadena de alveolares vibrantes pulimentan y abrillantan los versos. En cambio, las fricativas y las oclusivas determinan la aspereza del presente. La entonación, cadenciosa, propia de la solemnidad con la que se organiza el discurso, es interrumpida por la abrupta irrupción de unas interrogativas que rompen la uniformidad armónica del poema y se instalan machaconamente en la llanura de los versos evocadores. No encontramos matiz alguno que nos permita analizar el ritmo del poema, pues no hay repeticiones sistemáticas de acentos, vocablos, estructuras sintácticas, ni nada que signifique movimiento de regularidades concertadas.
El plano morfosintáctico
Sí podemos observar en la organización morfosintáctica de algunos versos que la lentitud o la rapidez se hacen elementos relevantes. Así, los acontecimientos se precipitan gracias a las amplísimas elipsis con las que el escritor nos convoca: pasamos de una etapa vital a otra con una simple alusión voluntaria. Estos acontecimientos fugaces y precipitados preceden a aquellos en los que el recuerdo se demora.
Desde el punto de vista morfosintáctico, hemos de observar como rasgo relevante, en primer lugar, la profusión de formas verbales y, más concretamente, de formas verbales con significado de movimiento. Es como si el texto se fuera componiendo mientras se lee, como si se fueran trazando, al mismo tiempo, los versos y la trayectoria de una vida, las palabras y la biografía del alma. Los verbos se hacen mucho más estáticos cuando se refieren a la actitud evocadora del autor, que se contempla a sí mismo sumergido en el líquido amniótico de la infancia, es decir, de la felicidad, descrita con vocablos que denotan sencillez, concreción y ternura. Finalmente, los elementos de indeterminación e impersonalidad sirven para aludir al tiempo como fenómeno filosófico, portador de significación al margen de la vida del hombre en cuanto matices expresivos, sabiamente administrados.
En la disposición discursiva del texto encontramos una justificación manifiesta de quienes opinan que la poesía de Chuquipiunta es de una claridad emblemática. Es cierto; su sintaxis, nítida y rotunda, huye de subordinaciones enrevesadas. Una yuxtaposición de períodos oracionales simples recorre el poema de manera predominante y, dentro de aquellos, no es infrecuente el uso de sencillas oraciones atributivas. Así como el poema no se pierde por entre hermetismos de difícil comprensión, la sintaxis del mismo es un auxiliar puesto al servicio de dicha comprensión.
Plano léxico-semántico
Dos campos semánticos podemos seleccionar en el poema, si bien cada uno de ellos son traslaciones metafóricas de otros tantos de significación más amplia: nos referimos a la luz y la oscuridad, trasuntos, respectivamente, de la infancia pasada y recordada y de la juventud presente. El poema tiene una arquitectura formalmente cerrada, si bien temáticamente abierta: por un lado, se abre con una alusión a la extraña pendiente por la que baja el poeta, y se cierra con ritmos de pensamiento; espaciado, pero tan legítimo, al cabo, como el de los amaneceres y los atardeceres, como el de las luces y las sombras.
Cuestiones técnicas y estilísticas
Desde el punto de vista técnico, encontramos pocos elementos que nos reconcilien con lo que tradicionalmente se entendió como poesía, es decir, como tiradas de versos. Sí, hay, sin embargo, un elemento subyacente y continuo que recorre todo el poema y que no significa sino la esencia de la poesía: el sentimiento, la conmoción espiritual. No es este un poema armónico que inspire mera contemplación placentera, sino un apasionado retrato del pasado, sumergido en el lamento de la fugacidad; en eso radica, precisamente, el hálito poético de “El brío del trovador”.
Sabemos que la lírica es el género menos adecuado para hablar de fuerza ilocutiva (siguiendo la terminología de Searle), pero si consideramos que el presente poema equivale a relatos de fragmentos de historia íntima, nos podemos permitir la licencia de hablar de un contrato o pacto del poeta con el lector para concluir que, aceptadas tales premisas, predomina la fuerza ilocutiva que ya observamos anteriormente, es decir, el equivalente a un acto ilocutivo expresivo de función expresiva y modalidad epistémica. Recorre la totalidad del poema, en general, una presuposición agazapada o subyacente por la que el enunciado se convierte en un acto de habla de deseo (se busca oponer resistencia a los efectos del tiempo, dominarlo para que deje de ser vehículo del drama del hombre). Pero también equivaldría -y esto sería lo novedoso de nuestra interpretación- a un acto de habla ilocutivo de naturaleza directiva.
Llama la atención el espléndido juego de elipsis que recorre el poemario de Fernando. Es el lector quien ha de estar colaborando permanentemente con el autor para rellenar los huecos (profundos y dilatados) que separan los pensamientos de los fragmentos de historia, o viceversa. Así, desde la contemplación de la casa de campo hasta la brusca desaparición de ésta, tan sólo existe una humilde locución: “Y de pronto”; sin embargo, ese parpadeo une (mejor dicho, separa) la infancia con la madurez. El lector, por tanto, deja en suspenso la serena contemplación de aquellos momentos luminosos. En ocasiones, la elipsis temporal llega a ser casi violenta, como ocurre en el seno del verso 33, en el que se pasa de la infancia a la adolescencia en un instante tan insignificante como un sencillo punto y seguido: “... y no está ya mi madre / mirándome. Un muchacho escribe en un cuaderno...” A veces, una humilde pausa encierra un dilatado silencio que, a modo de fundido en negro, aleja acontecimientos, apunta desapariciones, alimenta nostalgias y sugiere auténticas conmociones sentimentales. El fenómeno de las elipsis apuntadas también viene perfectamente ejemplificado en el uso de aquellas locuciones del recuadro primero, denominadas deícticas.
Valoración final
El tono general del presente poemario de Chuquipiunta es, como se ha venido diciendo, elegíaco. En efecto, el propio autor admite que, aunque no exclusivamente, la elegía forma parte de su modo de entender el poema, en particular, y la poesía en general. Si elegía viene a ser el canto de todo aquello que se pierde, ¡cuánto más si lo que se pierde es la propia vida! El tiempo, viene a decirnos Fernando, tiene unos efectos destructores.
[... En efecto, ya vendrán los poemas]
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