jueves, 17 de febrero de 2011

“La metáfora del insecto” – Por: Ronal Pérez Díaz


Muy pocos escritores han sabido adelantarse a su época de manera tan singular y extraordinaria como lo hizo Franz Kafka con sus fantasías y alucinaciones terribles, a propósito de “La Metamorfosis”, una de sus obras más destacadas.

La existencia desencantada, lejos de la felicidad y la armonía (al parecer familiares), de un hombre como Kafka (Praga 1883 – Viena 1924) finalizaría en los deseos íntimos de escapar a su realidad, huir como la bala del cañón y terminar convertido en un puente o un mono con aspiraciones de libertad infinita (Informe para una academia). Pero resignado a su destino, oprimido por fuerzas desconocidas; en fin, en el último extremo de alguna habitación, concluir por ser un Gregorio Samsa, el cual, después de una noche de sopor interminable, vislumbra el día y se da por enterado de que es un insecto gigante, miserable y monstruoso, como respuesta a un mundo automatizado y sin el mínimo sentido de los valores: sociedad más proclive a la violencia que a la paz y la solidaridad.

“Una mañana, tras un sueño intranquilo, Gregorio Samsa se despertó convertido en un monstruoso insecto... numerosas patas, penosamente delgadas en comparación con el grosor normal de sus piernas, se agitaban sin concierto...”

Evidentemente que la transformación de Gregorio se manifiesta como una postura de no aceptación de los esquemas y parámetros de convivencia familiares y sociales. A propósito, el insigne escritor peruano, Mario Vargas Llosa, opina que la actitud insumisa e inconforme de hallarse convertido en un insecto “es una manera astuta de desagraviarse de las imposiciones de esa vida injusta que nos obliga a ser siempre los mismos, cuando quisiéramos ser muchos” (Un mundo sin novelas). En verdad, es una réplica a lo cansada, molesta y preocupante que resultaba ser su profesión “viajante de comercio” y las malas relaciones que mantenía: amistades insinceras, basadas en intereses o cualquier otro afán, menos en los efectos de un sentimiento puro.

“¡Qué cansada es esta profesión que he elegido! -se dijo- Siempre de viaje... relaciones que cambian constantemente, que nunca llegan a ser verdaderamente cordiales y en las que no tienen cabida los sentimientos.”

Ante esta desesperada situación, obligado por actitudes imperiosas e incomprensibles: por un lado su padre y por el otro su jefe opresivo, grandemente desconfiado, Samsa manifiesta su enojo, su fastidio y su rebeldía, todo el horror al trabajo y a su irregular manera de vivir, articulando inentendiblemente, en su condición ya de animal, lo siguiente:

“¡Al diablo con todo!... Estoy atontado de tanto madrugar... No duermo lo suficiente.”

Sucede que, después del desconcierto y arrebato emocional por parte de Gregorio, notamos en su interior dos fuerzas luchando: “por un lado, su sentido del deber y la responsabilidad lo obligan a reintegrarse al trabajo; por otro lado, desde su actual perspectiva de insecto, de objeto útil, no puede permitir que se le siga utilizando.” (Luis Quintana Tejera: Consideraciones críticas sobre Kafka y La Metamorfosis). Al contrario, en la familia las reacciones son diversas, en ellos también se efectuará una metamorfosis que los conducirá desde una postura inicial de aceptación hasta una actitud hostil, de total rechazo. La madre no entiende lo que sucede, sumisa, preocupada por su hijo, pero incapaz de ayudarle eficazmente. No obstante, su hermana, Grete, se muestra más condescendiente; preocupada por el hermano le habla con dulzura, le trata con ternura. El rechazo, la intolerancia por parte del jefe, mientras que su progenitor, en una postura adversa, le amenaza con el puño; todo se genera ante la primera salida de Samsa de su cuarto, evidenciándose como una persona que se rebela abiertamente y sin vergüenza contra el mundo organizado que ellos representan.

Es otro pasaje digno de rescatar –la segunda aparición de Gregorio– su padre le propina una serie de manzanazos y una de ellas alcanza a incrustarse en su caparazón, derivándose en una enfermedad a causa de la putrefacción del fruto y como consecuencia última: la muerte.

Notamos pues, a un padre como un tipo autoritario que equivale a la parte represiva del patrón en el trabajo, en lo social, y que ahora se genera en el seno familiar. Sin embargo, Grete, en la primera parte del relato, como ya se afirmó, se muestra benevolente, representando, de algún modo, la solidaridad para con el marginado; no obstante, al final de la obra cambia su manera de ser por la indiferencia absoluta, dándole la espalda a su hermano. La madre, mujer débil, responde a los modelos tradicionales de sumisión, por ello se muestra desorientada ante la nueva manera de comportamiento de su hijo.

En fin, la horripilante pesadilla que nos narra Kafka, puede ser leída como una metáfora o una proyección de sus sentimientos: temores, conflictos y depresiones, todos generados por la monotonía de la vida, o como una alegoría de todos los horrores que se avecinaban cual avalancha temible: las dos grandes guerras mundiales, los totalitarismos y el terrible y depravado genocidio nazi, llegando a la idea concluyente de que sus monstruosas alucinaciones resultaron una realidad adelantada, una profecía angustiante que aún alcanza a nuestros días.

martes, 1 de febrero de 2011

“Neruda: El verso de la destrucción” – Por: Ronal Pérez Díaz


Siendo ya una constante el hondo lirismo en la obra poética del Nobel chileno (1904–1973), podemos apreciar ahora en los poemas de “Residencia en la tierra” una tentativa ejemplar de expresión intensa que tiene, a su vez, como punto central el núcleo total de la existencia.

La vida es movimiento sucesivo. Todo movimiento se traduce en acción. Toda acción es gasto de energía vital, deterioro progresivo del ente ejecutor. Por ello podemos afirmar que el hombre y todo lo que le rodea está destinado, desde ya, al transcurso destructivo de la existencia. Por ello la vida es un continuo acabarse. Es como si la sentencia genesiaca: “polvo eres y al polvo volverás” nos atrapara en su nocturno manto inacabable, en su transcurrir degenerativo de las formas en las que se hace ostensible la vida.

Pablo Neruda (1904–1973) comprendió muy a fondo este proceso; pues, si nosotros profundizamos en el análisis de su poética, vislumbramos, en su coherente visión imaginativa en “Residencia en la tierra”, lo que venimos disertando. El poema Galope Muerto es ya una tentativa para afirmar lo siguiente: todo lo que está en movimiento tiende a exterminarse. Allí se puede constatar lo que el poeta canta de manera soberbia: la desintegración de todo lo existente, el derrumbamiento total de la materia: “Como cenizas, como mares poblándose / en la sumergida lentitud, en lo informe (...) / confuso, pesando, haciéndose polvo / en el mismo molino de las formas demasiado lejos, / o recordadas o no vistas, / y el perfume de las ciruelas que rodando a tierra / se pudren en el tiempo, infinitamente verdes.” (Galope Muerto).

Los elementos en los cuales se hace posible verificar la desintegración de la materia son: la ceniza y el polvo, en un período de vida determinado por el tiempo.

Según Jaime Concha, intérprete literario, existen dos formas de destrucción en el sistema poético nerudiano; la primera es “la corrupción de los objetos”: “(...) confuso, pesando, haciéndose polvo...”, y la segunda, “la huida de la experiencia con el tiempo”: “(...) en el mismo molino de las formas demasiado lejos, / o recordadas o no vistas...”

Todo proceso destructivo se realiza “en el mismo molino”, en el hado, el destino. La huida es como un salirse de sí mismos, para ir al pasado en busca de los recuerdos, a aquellas imágenes móviles y a la vez estáticas, pero inasibles e incomprensibles al entendimiento, es una huida hacia: “Aquello todo tan rápido, tan viviente, / inmóvil sin embargo, como la polea loca en sí misma...” (Galope Muerto).

El día, “lo sonoro”, viene a ser el espacio de tiempo en el cual se hace sensible y manifiesta la vida, en todo su esplendor: “De lo sonoro salen números, / números moribundos y cifras con estiércol, (...) / A lo sonoro el alma rueda / cayendo desde sueños, (...) / De lo sonoro sale el día / de aumento y grado...” (Un día sobresale).

Es pues del día de donde “salen números” y es allí donde se contempla la disgregación de las cosas, diariamente, como un proceso de lenta muerte: “A lo sonoro llega la muerte...” (Sólo la muerte).

Entonces “el día, a pesar de la luz que lo constituye, es el reino de las destrucciones, el hábitat de la caducidad y la muerte” (Jaime Concha: “Interpretación de Residencia en la tierra”).

“(...) el tejido del día, su lienzo débil, / sirve para una venda de enfermos, / (...) es el color que sólo quiere reemplazar, / cubrir, tragar, vencer, hacer distancias.” (Débil del alba).

He aquí que el día es el cenáculo de las destrucciones, es el hogar donde la vida y la muerte cotidianas conviven. Es la bóveda que nos atrapa con su lamento de araña. Es, en su estrato, donde se verifica el derrumbamiento completo de las formas, la pérdida de la identidad, el arrebatamiento de la mónada por parte del destino, para volver a integrarla al origen primigenio, al caos oceánico, a la noche eterna donde se forja la vida de manera silenciosa y con una infinita esperanza por hacerse evidente, tangible.

“Ahora bien, de qué está hecho ese surgir de palomas / que hay entre la noche y el tiempo, como una barranca húmeda?” (Galope Muerto). “Tú guardabas la estela de luz, de seres rotos...” [Alianza (Sonata)].

Es la noche, según la percepción lúcida del poeta sobre el cosmos, el habitáculo de la vida. Es, en su oscura luz, donde germina la simiente para la expresión de una nueva existencia. En resumen, “Residencia en la tierra”, “se nos presenta como una obsesiva y patética búsqueda de los estratos creadores del ser” (Jaime Concha: “Interpretación de Residencia en la tierra”). La noche es lo materno, de ella nace la vida y a ella regresa para residir en su seno de lo eterno, de lo femenino. La noche, en fin, se convierte, para el poeta, en un pedazo de tiempo donde se buscan los orígenes del ser y, por consiguiente, a ella llega, como hombre y como artista, para buscar los vestigios creativos, el arte regio de la naturaleza y de los siglos.

También publicado en:

http://gambito-de-rey.blogspot.com/2011/08/neruda-el-verso-de-la-destruccion-por.html

“Epígonos de una estética literaria de cambio” – Por: Harold Castillo


El 18 de setiembre del año 2010 quedará grabado en el recuerdo de las personas vinculadas al quehacer literario lambayecano, pues fue en el seno de dicha colectividad donde convergimos los doce flamantes miembros del remozado grupo SIGNOS para nuestra presentación. Pese a la ausencia física de tres de nuestros integrantes (por motivos de distancia y de tiempo), se contó con su presencia espiritual, con su apoyo moral e ideológico mediante sus escritos y poemas.

El objetivo era darnos a conocer ante la sociedad como un grupo serio y de ideales maduros con respecto al presente y al futuro de las letras en cada una de las regiones y/o países a los que pertenecemos. Ahora que todo es silencio y pasividad entre los intelectuales jóvenes, cabe destacar el tenor de nuestra propuesta; ya que, en síntesis, abogamos por una renovación trascendental de los procesos literarios en nuestras naciones. Después de las Vanguardias y del Boom Latinoamericano, han existido muy pocos fenómenos destacables en el mundo de las letras; como si la literatura hubiese entrado en un periodo de senectud. En suma, el sistema consumista y frívolo de los últimos quince años se ha venido ocupando de sepultar aspectos tan trascendentales para el desarrollo del hombre, como son: los valores, la educación, las ideologías, el dominio del idioma, el interés por la lectura (literaria o científica), el valor por la vida, la cultura, etc.

Hemos perdido la brújula, y estamos navegando sin rumbo, viviendo una existencia opaca y conformista. Las nuevas tecnologías nos han hecho la vida fácil. El sistema nos ha contentado con novedades que colman nuestras expectativas, dejando de lado nuestra propia humanidad. Las políticas de Estado (sobre todo en educación y desarrollo), no se ocupan ahora de formar a los nuevos ciudadanos (los que serán padres en el futuro) para asumir con responsabilidad el manejo de lo bueno que nos proporciona la modernidad y los avances científicos y tecnológicos.

Es importante, por ello, que luchemos por preservar las condiciones básicas que necesitamos para que la vida tenga una direccionalidad consecuente. Nosotros, como grupo literario, tenemos, pues, el afán de proyectarnos incluso mucho más allá de lo meramente estético. La literatura también es un producto social, y su proceso se lleva a cabo en sociedad.

Lo que más se puede resaltar, por tanto, de nuestra noche de presentación, es el hecho de haber constituido una unidad llamada SIGNOS. Cuando la historia nos quiere contradecir y se empeña en hacernos ver como un error estadístico. Ya que en las últimas décadas, en Latinoamérica, no han surgido paradigmas dedicados a la integración literaria para la conformación de colectivos de acción. Un grupo literario no es (o al menos, no debería ser) un simple círculo juvenil de lectura.

Esto último puede resultar un hecho simplemente anecdótico, de juventud. Pero más allá de la experiencia, qué nos queda. Cuando no hay ideales u objetivos en común, cuando generacionalmente no somos capaces de responder a las expectativas de nuestra propia sociedad.

Ahora SIGNOS no es sólo un grupo literario interregional (Lambayeque, Piura, Cajamarca, San Martín y Lima). Ahora SIGNOS es también un grupo literario internacional (Perú, México y Argentina), y tenemos una responsabilidad mayúscula de cara a la revolución literaria y humanista, y los dogmas que queremos masificar a lo largo de la naciente década.

“Revolución cultural, espiritual y del ser a través de la literatura” – Por: Hazzel Yen


Un momento como ningún otro emerge en America Latina; y en el mundo, un deseo enérgico de cambio. Este estallido es ya la literatura misma. Percibimos entre nuestros pueblos una gran inconformidad con respecto a las situaciones sociales por las que atraviesan. Cada uno de nosotros desearía mejorar el mundo. Nos han hecho sentir que esto es imposible, sumergiéndonos en una pasiva indiferencia, un letargo.

En SIGNOS pensamos y sentimos que hacer mejor el mundo es posible. Creemos en el hombre, en la fuerza de la palabra y en la belleza para reformar el espíritu. Proponemos la expresión como fuerza iluminadora. Para esto reconocemos las nuevas tecnologías de comunicación como medios para amalgamar las ideas a través de la literatura. Aunque algunos estemos lejos, sentimos que los kilómetros y fronteras que dividen cada país ya han dejado de existir. Prueba de la ruptura de las barreras somos SIGNOS: escritores jóvenes de diversas latitudes que nos hemos unido para expresarnos. Nosotros amamos la literatura en todas sus manifestaciones. Esta convicción nos ha unido, formando un puente entre México, Perú y Argentina, un puente de palabras.

SIGNOS es muestra de que la literatura nos hermana, porque a través de ella hemos compartido nuestros sentimientos, ideas, voces, y nos hemos dado cuenta de que no estamos tan lejos unos de otros. No hay hombre más blanco ni más oscuro, más grande ni más pequeño, cuando se late con un mismo corazón, la sangre de ese corazón es nuestro deseo de cambio, nuestra fe en la palabra. Las arterias por las que circula esa sangre son nuestras plumas.

Latinoamérica es muchas cosas: nuestros dialectos, el calor de nuestro temperamento, nuestra literatura, expresiones culturales tan ricas y diversas, nuestro pasado majestuoso y misterioso (posteriormente profanado, esclavizado, y golpeado hasta nuestros días), pero más que nada es unión, estirpes que a través de los siglos han sido pugnadas, pero que continúan de pie y no temen; combaten.

La palabra que surge del corazón joven e impetuoso es siempre revolucionaria; porque ser joven, primordialmente, es saber renovar y renovarse, creer en revolucionar para ser mejores. Esta idea ha sido una constante y han sido las revoluciones las que nos han permitido evolucionar en todos los tiempos, así de simple: lo que no se mueve está muerto.

Para poder usar la palabra revolución, sin ser malinterpretada, partiré desde su etimología: la palabra “revolución” tiene su origen en el verbo latín revolvere, “volver a girar”. Si tomamos en cuenta que el mundo no cesa de girar, entonces nos encontramos en una revolución constante; un proceso que siempre esta ocurriendo en nuestras vidas, tan natural e inevitable como el movimiento.

Se tiende a pensar que las revoluciones son malas, pues las revoluciones armadas han dejado a su paso un gran número de muertos, abusos, y miseria. Pero no todas tienen que ser necesariamente así. Lo que proponemos puede llamarse una “revolución armada”, si quieren llamar “armas” a la fuerza de la palabra, la razón y la fraternidad, armas para librar una batalla interior contra nuestras propias barreras, prejuicios, fronteras que oprimen al ser y al pensamiento.

En la era de la informática (en la que vivimos), las fronteras ya se han roto, las distancias han desaparecido y las ideas viajan a la velocidad de la luz. Esto debemos de encauzarlo hacia la unión, a la fraternidad.

La unión mundial que por mucho tiempo fue tan sólo un ideal, ahora es posible, esta aquí. Cada vez estamos más cerca; lo único que nos divide ahora somos nosotros mismos, la barrera del pensamiento que nos imponemos, ejemplos de ello son: la discriminación, el prejuicio, la intolerancia, entre otros.

Hay que cambiar constantemente para no morir, darnos cuenta de que las fronteras del pensamiento ya están rotas, y esto está produciendo el cambio, cada vez veremos más SIGNOS de este cambio.