viernes, 4 de marzo de 2011

“Erika Madrid: Vida Poética” – Por: Harold Castillo


El trabajo fecundo de la poeta bonaerense, Erika Madrid, puede considerarse todo un descubrimiento para quien indaga por vez primera sobre el viso revelador de su arte. Sus versos, cargados de expresividad, nos transportan hacia un mundo de emociones intensas y una enfatizada conciencia a favor de la disciplina estética.

La literatura argentina ha constituido un baluarte importante para las letras hispanas en los últimos siglos. Esto se debe, en gran medida, a la preocupación de dicha sociedad por la formación humanística de sus habitantes y por un culteranismo innato heredado de su estirpe europea. Casos como Hernández, Lugones, Sábato, Borges, Cortázar, entre otros, corroboran la veracidad de tal afirmación.

Erika Madrid (Buenos Aires, 1977) es una digna exponente de toda esta tradición literaria. Poeta desde los 12 años, también fotógrafa y pintora en la actualidad, fue considerada por muchos en su país como “pequeño genio”, por la calidad y repercusión de sus versos. Ahora es toda una posibilidad –gran genio, a mi juicio– que debe ser posicionada y valorada, tanto como merece, para el enaltecimiento y prolongación de la vida de las letras argentinas e hispanoamericanas.

Pero no es tarea fácil convertirse en poeta, aun naciendo con notorias cualidades. Hay que saber explotar al máximo las virtudes estéticas. Erika Madrid ha sabido doblegar al monstruo de las banalidades, y se ha dedicado con afán a la conquista inminente de la esencia poética. Una locura para muchos, dado que la literatura es un oficio constantemente vilipendiado por ciertos estratos idiosincrásicos (a los cuales, por desgracia, pertenecen –entre otros– aquéllos responsables de impulsar las políticas educativas y culturales en nuestras respectivas naciones, salvo alguna excepción), aun con todo lo provechoso que le ha brindado al campo del saber y de las humanidades a través de los siglos. La literatura no da solvencia económica, pero brinda una riqueza espiritual contundente para quienes la realizan, leen o comentan. Es capaz de abrir nuevos horizontes gracias al poder de la imaginación, y es muchas veces un procedimiento catártico para evitar la implosión de las estructuras morales. Por consiguiente, la literatura humaniza. Aquél que no lee queda reducido a una elemental humanidad: sin criterios, sin valoraciones; y muchas veces, sin sentimientos.

Detengámonos, entonces, por un instante a evaluar la calidad de personas que está suscitando el mundo posmoderno, ya con las artes casi olvidadas y con una proliferación desmedida del consumo de lo poco reflexivo y grandemente frívolo. La obra de Erika Madrid, no hace sino devolver un estatus que parecía perdido en el campo de las letras. Una esperanza diáfana sobre las posibilidades de un mundo sensato y mejor.

El poeta y periodista connacional Pedro Escribano, comentó alguna vez sobre lo que yo asocio con el enorme daño que el consumismo puede ocasionarle a la literatura, entre otras artes, a propósito de las ventas copiosas de los libros actuales y de los premios literarios: “(…) no todo es resultado de una buena escritura, sino también hay bastante del manejo del mercado (…) Tarea de la crítica, separar el grano de la paja.”

A mi criterio, los grandes escritores, como Madrid, emergen casi siempre desapercibidos, entre la hostilidad e indiferencia de las élites que se arrogan la cualidad de rectores de las letras nacionales. En este punto la historia es sabia y nos ha provisto de numerosos ejemplos.

Entre la poesía y la vida

Dos estandartes poéticos, dos libros: “Ayer Buenos Aires” (2005) y “Mí” (2008) –contenido este último dentro del poemario “Olivo y Retórica”, conjuntamente publicado con el poeta español Luis Gómez–, son los referentes principales de Erika Madrid, sin dejar de mencionar los casi cien poemas individuales que están publicados en “La otra ciudad”, su blog personal. Así como también, es oportuno aludir su participación en diversas antologías físicas y virtuales de Latinoamérica. Sus blogs más difundidos son: http://www.madriderika.blogspot.com/, http://www.pinturaserikamadrid.blogspot.com/ y http://www.erikacmadrid.blogspot.com/, donde uno puede aproximarse, un poco más, a su trabajo literario y artístico. Erika Madrid forma parte del Grupo Literario SIGNOS.

Sobre sí misma ella comenta: “Soy una mujer bastante tranquila, positiva, aunque mi poesía no lo sea (risas)… Siempre me dicen que no parezco la mina que la escribe.”

Pero ¿cómo es la poesía de Erika Madrid? ¿Cuánto es que ha variado desde “Ayer Buenos Aires” hasta “Mí”? Según este análisis, he podido diferenciar dos aspectos primordiales, dos ejes fundamentales sobre los cuales se sostiene gran parte de su accionar creativo en ambos poemarios. El primero sería el eje de lo espontáneo y vivencial (forma): Madrid no tiene la pretensión de guardarse ni alterar nada al momento de ultimar su catarsis poética: “Acostúmbrate a mi boca abierta / y a que el mar entre en ella, / a mis manos apretando tu muslo, / a un cuerpo que sufre / y la cabeza sitúa como bandera. / Acostúmbrate, te ruego, / a más periodos no ordenados / de sueños legibles, / períodos de cama y ruido, / tiempos de podridas frutas.” (Acostúmbrate / “Mí”).

Dentro del mismo eje oscila un encanto dialectal recurrente al momento de expresarse (si la situación lo amerita) por medio de un lenguaje nativo (argentinismo y lunfardo): “Una llave. / El borde del vestido / de una gran damita porteña. / Un laburo a medias. / Un ojo / o dos. / La máscara de una hondonada / que de la nada tuvo rostro / para crear, soy. / El lunfardo inquieto y / desprolijo. / Una calle de Buenos Aires atada a la mano. / Arenapino. / El Mate. / Un che. / Acá no hay fondos, hermano, / no tengo otros / ni huecos ni fantasmas / y aunque no se crea / no soy, no tengo, / no pido y acá me excuso.” (Yo minita / “Ayer Buenos Aires”).

El segundo eje lo constituye la originalidad imaginativa ante la multiplicidad de conceptos (fondo), acompañados ambos ejes por una amplia cualidad estilística: medular para la consecución de emociones y del tan mencionado goce estético.

Este segundo eje nos revela a una poeta menos racional; mucho más intuitiva y tenaz. Si su poesía es, por ejemplo, amorosa, no necesariamente trata del amor logrado a cabalidad, o perpetuado por un afán cursi, estereotipado. Trata de un amor –en todo caso– creíble, más humanizado, con los vaivenes que este sentimiento conlleva: “De los insensatos el más capaz, / de los mortales el único mío. / ¡Ah, sí! Sumergime en vos, / destruye los brazos / que nerviosos a tus brazos se atan. / ¡Sí, sí, sí! ¡Sacudime el amor, / esta febril y torpe sensación / que se descompone y agrieta! / Sí, dañino. Sí, insensato. / Manipulame con el saber de esos pedidos / que caen sobre el asfalto y yo / recojo y amontono. / Mi pequeño niño insalubre, / mi lunfarda pasión desequilibrada. / De los maestros del amor, el aprendiz. / De todos los mortales, el único mío.” (Mortal / “Mí”).

¿Qué otros temas se pueden vislumbrar en la poética de Madrid? Sobre todo en su primer poemario, podemos encontrar el tópico existencial claramente establecido: “Sugiero el silencio, / pienso en blanco / como dando gracia en la desgracia, / soporto los chacales / que aunque hambrientos / vigilan vigorosos / con ansias de destrozarlo todo. / Andaría de seguro más feliz / si me ignorase. / Me exponen a esta cronología / ridícula a la cual pertenecer. / Me vuelvo como / el vidrio que habla, / como un algo que ya no existe.” (Sugiero / “Ayer Buenos Aires”).

E, incluso, apreciamos una poesía metatextual: “Tantas hojas de papel / acostadas sobre sí, / piadosas, obedientes, / en filas perfectas, / ordenando la sabiduría / de mis amados trovadores. / Tinte de la sangre supersticiosa. / Motor sádico para el Amor / enajenando una cabeza / que sabida o precoz / se sostiene en la lectura. / Delicia orgásmica / concentrada de / sugerentes imágenes / que sutil entra hasta modificar / al que se encuentra con el libro.” (Lecturas / “Ayer Buenos Aires”).

El caso de “Mí” es el de un poemario más intencional, más homogéneo en connotaciones personales.

Hay que precisar que los dos ejes se presentan siempre entrelazados, conformando una dicotomía poética, como el anverso y el reverso de una moneda.

Desde las entrañas del monstruo

La concepción de un poema es un proceso meticuloso y complejo –no obstante su habitual brevedad– dada su condición intimista y sensorial al momento de construir símbolos e ideas para producir emociones mucho más amplias que las contenidas en cada uno de los versos. Es por ello que la poesía suele ser el primer contacto (y a veces el único, por contundente y totalizador) entre un escritor y el mundo.

Erika Madrid nos enuncia: “Ando impaciente, soportando la revolución de mi incertidumbre, que solo se calma cuando los espantos se trazan sobre el blanco.”, refiriéndose a los lienzos. Pero esta figura es factible también de ser relacionada con la hoja en blanco, poco antes de la creación literaria. Incluso, a aquella obra que germina en el mundo bajo una consabida pericia demiúrgica.

Todo poeta (todo artista) es un ciudadano del mundo, sin colores ni banderas. Y su único deber es expresarse. No callar. El lenguaje literario ocupa los estratos más elevados en la clasificación de una lengua. No todas las personas tienen la capacidad de escribir; por eso es tan loable –y causa especial entusiasmo– el reconocimiento de escritores de primera línea como es el caso de la poeta de Buenos Aires.

La fecundidad de Erika Madrid es ejemplar y, por fortuna, indoblegable. No se deja seducir por aquellos pormenores fatuos, ni se encenaga entre menudencias serviles.

El auténtico bien (el único) que un escritor puede ostentar es, a criterio de muchos, la manifestación del afecto y el descubrimiento cálido del ser humano.

Siguiendo la estela clamorosa de los rapsodas eternos, considero que Erika Madrid es uno de los cuadros con mayor proyección y de mayor preeminencia en el ámbito de las letras hispanoamericanas del naciente siglo.


Selección de poemas de Erika Madrid:


Sensación

Ignoro las razones
de mis giros internos
que velan tales síntomas
o mi tristeza ha sido tanta y de continuo
que se ha transparentado entre
tiempo y tiempo,
entre heredad y cielo.

Piadosas sus desfiguraciones
para conmigo, arcana y
sellada melancolía.

Ya no estoy triste, me resisto
a creer en una absoluta
nación imaginaria
que gobierna hasta la mano
que traza sobre el blanco mis ánimos.

Qué casualidad ridícula,
fuera de mí están las preguntas
que me conmueven y hastían
tocándome por momentos
y separándose luego, descuajadas
de mis condominios.

Sé que partes de mí
han caído y muerto para
reflejar humildad a golpes,
ensoñación o cordura.
He de perder el diálogo por
un fervoroso silencio que no domino.

De: “Ayer Buenos Aires”


Ayer Buenos Aires

Tiranía púrpura,
sangre que se sujeta
a dientes en
callesdecallejones valientes
de teatro y represión
en una profunda melancolía
espesa donde van callando
los poetas al hablar.

Caminitos apretados,
donde el azul y el oro se anuncian
por momentos sobre la patria
y mis divagantes bosquejos.

Una fuente que se extiende
en lenguas y fullerías
con un vaivén de piehombre
sobre piernamujer
trabando y destrabando
exacto en el adoquín.

Y aún sobre Piadosos Aires,
en medio de todo, nada
lo extraño de un silbido
que dice siempre lo mismo
y callarlo de nada valdría.

Sabés lo que siento
y que no puedo echarelvistazo
ni apasionarme dentro
de este maldito círculo metafórico.

De: “Ayer Buenos Aires”


Tiempos

Tiempos de rotas caras,
de cerradas manos
simulando las ventanas
abiertas de ayer.
Me asombro, y no termina nunca
mi asombrada razón de seguir
sintiéndose rota,
esperando que sea mentira
toda la verdad estacionada
en la vereda de mi casa.

¡Yo, yo, yo!
Yo, yo, yo tenía
los sueños en rosa,
la casa quieta
y el mar hamacándose a mi espera.

¡Qué tiempos estos, Señor!
en los que creyendo que
caminaba me arrastro.

De: “Mí” / “Olivo y Retórica”


La ciudad derrumbada

Si alguien vio alguna vez
quebrarse Buenos Aires
esa tarde, esa tardenoche fui yo.
Sentada primero, parada luego
la imagen exacta detrás de tu cara
causó en la ciudad inquebrantable
que un amor de tierra
más tarde se lloviera.

La imagen imponente se desarmaba,
como trueno tu voz corría
en esa titánica y exacta belleza
de luces y colectivos agotados
de gente ya sin manos y sin piernas.

Y fui trueno y vos grito.

La cuidad, cementerio.

Fue quizás el capricho de esa magia
que no se encuentra, que envuelve dos cabezas,
que todo derrumba.
Fue quizás esa, la maldita fuerza.

De: “Mí” / “Olivo y Retórica”

jueves, 3 de marzo de 2011

“El Burro”, un extraordinario cortometraje de Jair Uzziel, escrito y relatado por el Signo Mario Morquencho

El lunes 28 de febrero Mario Morquencho estuvo en una premiación de cortometraje en la UPC, donde participó un corto titulado: El Burro, de Jair Uzziel. El texto está escrito magistralmente por Mario a modo de prosa poética. El mismo Mario es quien da la voz en el relato. El corto también cuenta con la participación de la talentosa poeta Sandra Enciso y es una producción de MALDITOS PERROS Creadores. Aquí el corto y el texto completo:





En un paisaje alejado de todos los colores y sobre el tramo de asfalto hirviendo, cabalga el tiempo. Cabalga entre las lomas y el pueblo. Cabalga entre la vida y el sueño.

Donde las aves anidan el vuelo abstracto, la aldeana respira el delirio de la dama bajo la flor oscura. Donde los bueyes cantan, él muere muy enamorado en la imposible posibilidad que brama el oblicuo pueblo mientras taciturno el gris ceniza de su humanizado cuerpo lo lleva siempre a ella…

Y la querencia natural que los amantes claman, a veces, sólo a veces, tienen entre dos árboles que bailan la misma mujer de sangre insoluble, la misma mujer soñada…
Y entre las cruces de mil estaturas, ella limpia sus nombres ya distintos… y distantes: Olvidados.

Porque a veces los amantes gozan la misma vida desolada. Porque a veces los amantes tienen el mismo muerto atragantado. El silencio compartido. El amor tan ignorado… Y huye uno del otro para verse… para no verse… para amar solamente un pedazo de vacío cercado en el corazón frío que tiembla y tiembla sobre el lomo cuando el día brilla más que el sol.

Último destello del día. Él anda por la trocha y la tarde llama a la noche. Anda pensando en ella que es una tierna dolencia, anda tan bien y tan mal enamorado, pensamiento confundido entre el lamento del animal domesticado que pasa.
Detrás, él, en una procesión de dudas, corderos, bueyes y el burro que se repite cabizbajo, es él cruzando un minado Jerusalén, con la obstinada y silvestre necesidad de estar con ella, de exiliarse en el sueño quijotesco y decir que el amor nos hace tan salvajes al pensar que un par de casas de adobe separan un continente… Y pensar que un par de pasos más y el gran portón abrirá el tiempo y la vida. Un par de pasos más y la tierra en sus cascos inferiores arrastrarán el deseo de dar un par de pasos más para sacar, urgentemente, la llave del bolsillo, introducir la luz en el ojo oscuro de la habitación, abrir la intención y cerrar los ojos para deshojar la borrosidad del sueño que se abre…

El ojo del infinito observa:

La aldeana, con un sombrero de amapolas, yace de pie en la esquina de una estrella campestre donde el ganado fugitivo inventa una historia.


Sentado sobre los dados del sueño, él canta desde la sonriente montaña como el viento aventurero, como el viento enamorado que nos roza la cara.

Ya en el humilde patio del cielo, la aldeana alimenta a los patos: querubines tristemente telúricos, telúricamente locos. Ella piensa en él. Piensa como un ángel en sus alas. De manera lunar, crepita pensándolo insondable… y ahonda, en la pequeña noche venidera de la choza, su orbe…

En el primer encuentro, los tiernos grises del corazón vagan tibios y desde el campanario Dios los observa: Ella delante, incitándolo, con el camino adherido a la espalda y las alas ocultas en el paraguas. Él detrás, memorizando las pequeñitas huellas que llevan a casa…





Acabada la cena de los cuerpos, ella amansa el beso alocado que aúlla en sus labios. Él la observa aún desnuda en un rincón de la casa y profundamente piensa ¡Qué bonita flor tan salvaje!

Así es cuando del amor comulgamos, late el corazón compartido en ambas manos y en ambas manos explota la comunión de los paisajes como un planeta que se crea. Así el dulce caos, delirante, lo retorna y aprisa, aprisa el orgasmo de gritar: ¡Qué salvaje flor tan bonita!

Entonces van como el agua en un solo río por el camino de la mano y él…él canta, tiene un jilguero oculto entre sus manos, tiene mil aves evaporadas en todo su aire:
aire que la llama
alma que la nombra
ansia que la clama
ojos que la tocan
boca que la extraña…

La aldeana acude a su llamado. Se sienta a su lado. Abriga el frío costado. Lo consuela. Lo ama. Su silencio es una brisa bajo el árbol.

Y entonces marchan los enamorados. Van recordando, como el bosque, a todos los colores alucinados, y ya con el rostro extinto caminan distanciados por el último tramo casi evaporado, al mismo instante en que la pastora solitaria, entre ramo de gritos y chorritos de esperanza, cruza con el ganado deshojando adioses y florcitas de nostalgia.

Pero la aldeana recorre el rito sagrado como una niña atada a la ronda de la luna. Entonces la canción desata el último crepúsculo y la oscura caravana en la falda de la aldeana cava el clímax en el aire. Un circulo solar alrededor del árbol se multiplica y multiplica la necesidad que tienen ellos de lamer las piedras ardientes del amor que a veces los desliza, que a veces los sumerge, que a veces los ahoga o los va quemando, poco a poco, en la hoguera inevitable del pecho que arde, duele y deja sangrar la sangre que hierve como poción amarga o perpetua ceniza sobre la yerba venenosa y seca donde florecen los corazones rotos… los corazones muertos.

Y entonces todos los recuerdos se estrangulan mientras él, como una estatua, yace tristemente constelado en la puerta, entre el instante incomprendido y fugitivo donde el ojo del infinito cae vencido por los parpados hacia un mundo mal herido.

Donde el amor quizá tiene otra palabra, o se oculta en otros nombres, o simplemente es una constante herida que nos devora a diario.

Donde el amor quizá carece de puerta, de labios, de rebeldías mutuas, de valentía al no querer cruzar al otro lado. Y sumarle al saludo esa palabra perdida en los labios. Sumarle otra mirada. Sumarle una caricia.

Quizá entonces, sólo quizá, después de caminar tanto en esta vida, el ojo infinito del sueño regrese a observar.


El texto en negrita es lo que se lee en el corto
Tomado del blog de Mario: http://sesotrilcico.blogspot.com/

Mario Morquencho en Radio Nacional


Nuestro compañero Mario Morquencho estuvo invitado el pasado 20 de febrero a una tertulia literaria en Radio Nacional, en el programa Canto Rodado a las 8:00 de la noche. Estuvo con el trovador Lalo Salazar y Paco Mejorada quien es el conductor del programa. La tertulia fue interrumpida por dos canciones en vivo del trovador y dos poemas leídos por Mario: Rímac y La Siete Tres, ambos de su poemario Ciudadelirio. Mario habló sobre su poemario y sobre cómo había llegado a la poesía. También habló sobre música y contó algunas anécdotas. Aquí los poemas:


RÍMAC

Yo me molesto con la vida
—Y no sé por qué con ella—
cuando paso el puente
y veo flotar cartitas de amor en heces por el río.
¿Suicidarse desde allí?
—¡Ni loco!—
Seguro la muerte no se animaría
a recoger mi alma confundida
entre toda esa mierda debajo congelada
donde el sol y el infinito
cierran los ojos para no reflejarse en las aguas.
Hasta he llegado a creer que mi reloj se malogró
y dejó de jadear, por hacerme el valiente
estando más de un minuto,
con la esperanza de ver algún loto
entre esa nausea acuática.
Ningún arco-iris se atrevió
a defecar por esos lares,
sólo las nubes que a veces escupen,
o algún borracho que micciona decadencia.
Si alguno de nosotros fuera pez,
estar en esos charcos sería:
cumplir cadena perpetua
encerrado en la comunión de todos los gases,
o respirar en la entraña de los estreñidos.
Yo me molesto mucho con la vida
cuando paso el puente y veo ese río,
como un portal parecido a los que salen
en las películas de ciencia-ficción:
este río es el portal que nos aborta
hacia el vomito infinito
de dios.


LA SIETE TRES

Aquí hay rostros de todos los colores,
rostros de princesas sin príncipe,
de sirenas en un plato de mariscos,
de niños tristes y gomitas de dulce,
de góticos y siniestros laberintos azules,
rostros con labios de secretaria a minifalda
con senos y glúteos que desbordan
altísimos niveles de morbo,
rostros de viejas gordas y gruñonas,
de obesos sudorosos y calvos,
de bigotones, dormilones y viejos verdes,
rostros con ojos de fábrica,
con ojos de obrero mal pagado,
rostros de “periódico chicha”,
de edificios sucios e inhabitables,
de azoteas poco confiables e inaccesibles
de casas a medio construir y aún más invisibles,
rostros de publicidad barata en todos los rincones,
de un graffiti clandestino,
rostros que llevan una ecografía de día lunes,
rostros que putean a cualquier cosa,
rostros que tienen rasgo de papel cansado,
rostros de paisajes y planetas perdidos,
rostros presurosos por llegar a cualquier destino,
rostro de plazuelas fugaces, de óvalos jorobados,
de by pass rumiantes y vía expresa inacabable,
rostros de ventana de emergencia,
de boleto de pasaje arrugado en el bolsillo,
de chulío tramposo, de chofer nervioso,
de calcomanía sin sentido, de carteles de protesta,
de “Vamos a la huelga”, de “No al paro”, de “Sí a todo”,
rostros de postes tísicos y enfermos,
de semáforo indeciso, de señales sin destino,
de paraderos repletos de impuntualidades mutuas,
rostros para colgar estrellas,
para descolgar cometas,
para dibujar otra cosa que no sea un rostro,
rostros que se olvidan, que no se nombran
o no tienen descripción,
rostro de todos, con escenas rutinarias y repetitivas,
decadentes e irónicas,
de películas viejas y en estreno,
de lunes, martes, lunes, miércoles,
jueves, lunes, viernes, sábado
y domingo al fin tu rostro,
el mío, el de ellos,
el de todos.