miércoles, 29 de diciembre de 2010

Homenaje a José Lezama Lima en el centenario de su nacimiento


La Habana, Notimex.- Cuba encadenó los homenajes a José Lezama Lima con motivo del centenario de su nacimiento, y como “un acto de justicia” al escritor, así como un reflejo del interés en su obra generado en las últimas décadas. Se inauguró una muestra plástica en la Casa Museo del autor, ubicada en un céntrico barrio de La Habana, con obras inspiradas en “el espíritu creador lezamiano”. Los tributos han abarcado casi todas las manifestaciones artísticas, y también han existido iniciativas institucionales como la del Ministerio de Cultura de Cuba de otorgar una “Medalla Conmemorativa Centenario de José Lezama Lima” a varias personalidades. “Lo que está ocurriendo es un acto de justicia poética, histórica, patriótica, porque Lezama forma parte de lo mejor de nuestra cultura”, afirmó a Efe el Premio Nacional de Literatura César López, al valorar los homenajes realizados en la isla. “No se trata de rectificar, sino de comprender, superar incomprensiones que sufrió Lezama en vida”, indicó López, tras subrayar que el legado del poeta se extiende por América y “va más allá, al idioma, a la cultura universal”.

La aparición de “Paradiso” en 1966 generó gran polémica en Cuba por sus abiertas referencias homosexuales y en parte provocó que la obra y la figura de Lezama Lima fuesen relegadas durante años. El narrador y ensayista Reynaldo González, quien ha dedicado tres libros a la figura de Lezama, dijo a Efe que la vida del poeta nunca fue fácil, pues antes de la Revolución de 1959 no se le entendió, y posteriormente también sufrió ataques y un “eclipse”.

El también Premio Nacional de Literatura insistió en que, si bien Lezama padeció el mismo “silencio” que otros artistas en Cuba durante la etapa de represión cultural de los años setenta, a partir de los ochenta su figura se “recuperó”. “Las actividades del centenario sólo acentúan una recuperación que desde entonces ha sido sistemática”, opinó González.

Probablemente la acción más importante este año ha sido el inicio de la publicación de las obras completas de Lezama Lima, de las que ya han salido dos tomos bajo la coordinación del Instituto Cubano del Libro, mientras el resto debe aparecer en 2011. Según López, los tomos pendientes en imprenta incluyen la poesía completa, décimas, ensayos y una “versión definitiva” de su novela inacabada “Oppiano Licario”, que se publicó póstumamente en 1977.

Por su parte, el mes pasado el Festival Internacional de Ballet de La Habana organizó una gala en honor a Lezama, mientras la Academia Cubana de la Lengua abrió un ciclo de conferencias por un periodo de tres meses.

Además, en la capital cubana se realizó un coloquio internacional sobre el autor que concluyó con una peregrinación a su tumba y la colocación de una nueva inscripción en su lápida. El presidente de la oficialista Unión de Escritores y Artistas de Cuba, Miguel Barnet, calificó de “muy intensa” la “jornada lezamiana” en la isla. Según Barnet, los homenajes en Cuba permitieron contrarrestar las “campañas” que desde el exterior, en particular desde Estados Unidos, intentaban tomar a Lezama como “símbolo”. El poeta y etnólogo recordó las “vicisitudes” por las que pasó la obra de Lezama Lima en Cuba, pero insistió en que ahora “está reconocido por todos los escritores y los artistas” del país. Ese reconocimiento se extiende a “una gran parte de los lectores, que poco a poco van penetrando en ese mundo que para algunos era oscuro y hermético, pero que para nosotros es realmente de una iluminación extraordinaria”, añadió Barnet.

Lezama Lima nace el 19 de diciembre de 1910 en el Campamento de Columbia, en las proximidades de La Habana, donde su padre era coronel. Ya en la capital, participa en los alzamientos estudiantiles contra la dictadura de Machado y se matricula en Derecho. Desde 1929 hasta su muerte, vivirá primero con su anciana madre y, más tarde, con su esposa en una casa de la parte vieja de la ciudad, tolerado a duras penas por el régimen, y sólo abandonará la isla durante dos breves estancias en México y Jamaica. Poeta, ensayista y novelista, patriarca invisible de las letras cubanas, desde 1944 hasta 1957. Fundó la revista “Verbum” y estuvo al frente de “Orígenes”, la más importante de las revistas cubanas de literatura. Obeso y asmático desde la infancia, muere en La Habana el 9 de agosto de 1976.

Conocedor profundo de Góngora, Platón, los poetas órficos y los filósofos gnósticos, Lezama compendió su vida en el amor a los libros. Su obra culterana está saturada de claves, enigmas, alusiones, parábolas y alegorías que aluden a una realidad secreta, íntima y, al mismo tiempo, ambigua. Desarrolló una erótica de la escritura, anticipándose, de esta manera, a las corrientes europeas de la estilística estructuralista. Sus ensayos son imaginativos, poéticos, abiertos y constituyen una recreación de textos y visiones. Promotor de revistas y cenáculos, supo congregar en torno suyo a poetas de la talla de Gastón Baquero, Cintio Vitier, Eliseo Diego, Virgilio Piñera y Octavio Smith, entre otros. Su amistad con el poeta y sacerdote español Angel Gaztelú (1914), contribuyó a la formación de su mundo espiritual.

Su primer libro de poemas fue “Muerte de Narciso” (1937), y con él emplaza al lector frente a una situación límite de la realidad de cuyo desmantelamiento surge otra realidad artísticamente potenciada y reconstruida dentro de una fascinante y barroca mitología. Siguen, entre otras obras poéticas, todas influidas por el estilo rico en metáforas y lleno de distorsiones de Góngora, “Enemigo rumor” (1941), “Aventuras sigilosas” (1945), “Dador” (1960) y “Fragmentos a su imán”, publicado póstumamente en 1977, en las que sigue demostrando que la poesía es una aventura arriesgada.

En 1966 publicó la novela “Paradiso”, donde confluye toda su trayectoria poética de carácter barroco, simbólico e iniciático. El protagonista, José Cemí, remite de inmediato al autor en su devenir externo e interno camino de su conversión en poeta. Lo cubano, con sus deformaciones verbales, desempeña un papel fundamental en la obra, como ocurre en su colección de ensayos “La cantidad hechizada” (1970). “Oppiano Licario” es una novela inconclusa, aparecida póstumamente en 1977, que desarrolla la figura del personaje que ya aparecía en Paradiso y de la que toma título. Lezama Lima ha influido inmensamente en numerosos escritores hispanoamericanos y españoles, algunos de los cuales llegaron a considerarle su maestro, como es el caso de Severo Sarduy.

Obras:
Cuento: Cuentos (1987, edición póstuma).
Ensayo: Arístides Fernández (1950) / Analecta del reloj (1953) / La expresión americana (1957) / Tratados en La Habana (1958) / La cantidad hechizada (1970) / Las eras imaginarias (1971) / Imagen y posibilidad (1981, edición póstuma).
Novela: Paradiso (1966) / Oppiano Licario (1977, edición póstuma).
Poesía: Muerte de Narciso (1937) / Enemigo rumor (1941) / Aventuras sigilosas (1945) / La fijeza (1949) / Dador (1960) / Poesías completas (1974) / Fragmentos a su imán (1977, edición póstuma).

Biografía: http://www.cce.ufsc.br

sábado, 18 de diciembre de 2010

Miembro del Grupo Literario SIGNOS --Hazzel Yen-- presenta libro “Músicas rotas” - POR Juan José Nava



La escritora duranguense Hazzel Yen presentó su más reciente obra escrita denominada “Músicas rotas” frente a una nutrida audiencia que presenció tal hecho en Sala de Cabildos.

La publicación pertenece a la Colección Centenario que el Instituto de Cultura del Estado de Durango (ICED) ha venido fomentando como un apoyo a los escritores locales, mientras que el Instituto Municipal del Arte y la Cultura (IMAC) promovió la presentación de la misma obra inscribiendo dicho evento en el Festival de la Ciudad Ricardo Castro 2010.

La presentación fue comentada por los escritores Ernesto Oliveira y Gilberto Lastra, quienes dirigieron su admiración hacia la nombrada autora por crear una obra cargada de genuina poesía que aterriza diversos temas relacionados con el entorno actual.

En entrevista a La Voz de Durango, Yen reveló sus inquietudes referentes a esta obra, la cual se compone de versos hechos poemas ligados a los sentimientos, al amor y a otras peculiaridades que invitan a la reflexión.

“Músicas rotas es referente a los versos, a la poesía que es música; toda la creación y de lo que estamos rodeados para mí es música, es estar en armonía el verbo y el sonido y está hecho en esa sintonía”, explica la escritora.

“Músicas rotas” desentraña un cambio de ciclo en la vida de Yen, quien asegura que la quietud de la música se rompe por el ajetreo constante de los cambios que actualmente experimenta el hombre, y esto, lo traduce a modo de un presagio donde prácticamente el ser humano está agotando todas sus posibilidades, lo cual puede conducirlo a un futuro desgarrador, por lo que es momento de reflexionar acerca de ello.

La obra fue presentada por primera vez el pasado viernes 3 de diciembre a las 18:30 hrs. en Sala de Cabildos. Se enmarcó dentro de la gama de eventos del Festival Ricardo Castro 2010 que llevó a cabo el Instituto Municipal de Arte y Cultura (IMAC), en la que se contó con la presencia de reconocidos críticos locales de la literatura.

HAZZEL YEN

Hazzel Yen comienza a escribir desde la edad de siete años. Posteriormente asiste a diversos talleres de creación literaria llegando a publicar algunos poemas a la edad de trece años. Su obra se ha publicado en revistas electrónicas e impresas de México y de otros países.

Ha realizado dos exposiciones gráficas de dibujo y participó en varias exposiciones colectivas. Actualmente es miembro del Grupo Literario SIGNOS y de la Red de Escritores Independientes de Durango. Tiene tres libros inéditos: “Anatomía de las hadas”, “El otro reino” y “Laberintos de Sal”.

Fuente: www.lavozdedurango.com
Durango, México

viernes, 10 de diciembre de 2010

Discurso del Nobel de literatura 2010 - ELOGIO DE LA LECTURA Y LA FICCIÓN - POR Mario Vargas Llosa


Aprendí a leer a los cinco años, en la clase del hermano Justiniano, en el Colegio de la Salle, en Cochabamba (Bolivia). Es la cosa más importante que me ha pasado en la vida. Casi setenta años después recuerdo con nitidez cómo esa magia, traducir las palabras de los libros en imágenes, enriqueció mi vida, rompiendo las barreras del tiempo y del espacio y permitiéndome viajar con el capitán Nemo veinte mil leguas de viaje submarino, luchar junto a d’Artagnan, Athos, Portos y Aramís contra las intrigas que amenazan a la Reina en los tiempos del sinuoso Richelieu, o arrastrarme por las entrañas de París, convertido en Jean Valjean, con el cuerpo inerte de Marius a cuestas.

La lectura convertía el sueño en vida y la vida en sueño y ponía al alcance del pedacito de hombre que era yo el universo de la literatura. Mi madre me contó que las primeras cosas que escribí fueron continuaciones de las historias que leía pues me apenaba que se terminaran o quería enmendarles el final. Y acaso sea eso lo que me he pasado la vida haciendo sin saberlo: prolongando en el tiempo, mientras crecía, maduraba y envejecía, las historias que llenaron mi infancia de exaltación y de aventuras.

Me gustaría que mi madre estuviera aquí, ella que solía emocionarse y llorar leyendo los poemas de Amado Nervo y de Pablo Neruda, y también el abuelo Pedro, de gran nariz y calva reluciente, que celebraba mis versos, y el tío Lucho que tanto me animó a volcarme en cuerpo y alma a escribir aunque la literatura, en aquel tiempo y lugar, alimentara tan mal a sus cultores. Toda la vida he tenido a mi lado gentes así, que me querían y alentaban, y me contagiaban su fe cuando dudaba. Gracias a ellos y, sin duda, también, a mi terquedad y algo de suerte, he podido dedicar buena parte de mi tiempo a esta pasión, vicio y maravilla que es escribir, crear una vida paralela donde refugiarnos contra la adversidad, que vuelve natural lo extraordinario y extraordinario lo natural, disipa el caos, embellece lo feo, eterniza el instante y torna la muerte un espectáculo pasajero.

No era fácil escribir historias. Al volverse palabras, los proyectos se marchitaban en el papel y las ideas e imágenes desfallecían. ¿Cómo reanimarlos? Por fortuna, allí estaban los maestros para aprender de ellos y seguir su ejemplo. Flaubert me enseñó que el talento es una disciplina tenaz y una larga paciencia. Faulkner, que es la forma –la escritura y la estructura- lo que engrandece o empobrece los temas. Martorell, Cervantes, Dickens, Balzac, Tolstoi, Conrad, Thomas Mann, que el número y la ambición son tan importantes en una novela como la destreza estilística y la estrategia narrativa. Sartre, que las palabras son actos y que una novela, una obra de teatro, un ensayo, comprometidos con la actualidad y las mejores opciones, pueden cambiar el curso de la historia. Camus y Orwell, que una literatura desprovista de moral es inhumana y Malraux que el heroísmo y la épica cabían en la actualidad tanto como en el tiempo de los argonautas, la Odisea y la Ilíada.

Si convocara en este discurso a todos los escritores a los que debo algo o mucho sus sombras nos sumirían en la oscuridad. Son innumerables. Además de revelarme los secretos del oficio de contar, me hicieron explorar los abismos de lo humano, admirar sus hazañas y horrorizarme con sus desvaríos. Fueron los amigos más serviciales, los animadores de mi vocación, en cuyos libros descubrí que, aun en las peores circunstancias, hay esperanzas y que vale la pena vivir, aunque fuera sólo porque sin la vida no podríamos leer ni fantasear historias.

Algunas veces me pregunté si en países como el mío, con escasos lectores y tantos pobres, analfabetos e injusticias, donde la cultura era privilegio de tan pocos, escribir no era un lujo solipsista. Pero estas dudas nunca asfixiaron mi vocación y seguí siempre escribiendo, incluso en aquellos períodos en que los trabajos alimenticios absorbían casi todo mi tiempo. Creo que hice lo justo, pues, si para que la literatura florezca en una sociedad fuera requisito alcanzar primero la alta cultura, la libertad, la prosperidad y la justicia, ella no hubiera existido nunca. Por el contrario, gracias a la literatura, a las conciencias que formó, a los deseos y anhelos que inspiró, al desencanto de lo real con que volvemos del viaje a una bella fantasía, la civilización es ahora menos cruel que cuando los contadores de cuentos comenzaron a humanizar la vida con sus fábulas. Seríamos peores de lo que somos sin los buenos libros que leímos, más conformistas, menos inquietos e insumisos y el espíritu crítico, motor del progreso, ni siquiera existiría. Igual que escribir, leer es protestar contra las insuficiencias de la vida.

Quien busca en la ficción lo que no tiene, dice, sin necesidad de decirlo, ni siquiera saberlo, que la vida tal como es no nos basta para colmar nuestra sed de absoluto, fundamento de la condición humana, y que debería ser mejor. Inventamos las ficciones para poder vivir de alguna manera las muchas vidas que quisiéramos tener cuando apenas disponemos de una sola.

Sin las ficciones seríamos menos conscientes de la importancia de la libertad para que la vida sea vivible y del infierno en que se convierte cuando es conculcada por un tirano, una ideología o una religión. Quienes dudan de que la literatura, además de sumirnos en el sueño de la belleza y la felicidad, nos alerta contra toda forma de opresión, pregúntense por qué todos los regímenes empeñados en controlar la conducta de los ciudadanos de la cuna a la tumba, la temen tanto que establecen sistemas de censura para reprimirla y vigilan con tanta suspicacia a los escritores independientes. Lo hacen porque saben el riesgo que corren dejando que la imaginación discurra por los libros, lo sediciosas que se vuelven las ficciones cuando el lector coteja la libertad que las hace posibles y que en ellas se ejerce, con el oscurantismo y el miedo que lo acechan en el mundo real. Lo quieran o no, lo sepan o no, los fabuladores, al inventar historias, propagan la insatisfacción, mostrando que el mundo está mal hecho, que la vida de la fantasía es más rica que la de la rutina cotidiana. Esa comprobación, si echa raíces en la sensibilidad y la conciencia, vuelve a los ciudadanos más difíciles de manipular, de aceptar las mentiras de quienes quisieran hacerles creer que, entre barrotes, inquisidores y carceleros viven más seguros y mejor.

La buena literatura tiende puentes entre gentes distintas y, haciéndonos gozar, sufrir o sorprendernos, nos une por debajo de las lenguas, creencias, usos, costumbres y prejuicios que nos separan. Cuando la gran ballena blanca sepulta al capitán Ahab en el mar, se encoge el corazón de los lectores idénticamente en Tokio, Lima o Tombuctú.

Cuando Emma Bovary se traga el arsénico, Anna Karenina se arroja al tren y Julien Sorel sube al patíbulo, y cuando, en El Sur, el urbano doctor Juan Dahlmann sale de aquella pulpería de la pampa a enfrentarse al cuchillo de un matón, o advertimos que todos los pobladores de Comala, el pueblo de Pedro Páramo, están muertos, el estremecimiento es semejante en el lector que adora a Buda, Confucio, Cristo, Alá o es un agnóstico, vista saco y corbata, chilaba, kimono o bombachas. La literatura crea una fraternidad dentro de la diversidad humana y eclipsa las fronteras que erigen entre hombres y mujeres la ignorancia, las ideologías, las religiones, los idiomas y la estupidez.

Como todas las épocas han tenido sus espantos, la nuestra es la de los fanáticos, la de los terroristas suicidas, antigua especie convencida de que matando se gana el paraíso, que la sangre de los inocentes lava las afrentas colectivas, corrige las injusticias e impone la verdad sobre las falsas creencias. Innumerables víctimas son inmoladas cada día en diversos lugares del mundo por quienes se sienten poseedores de verdades absolutas. Creíamos que, con el desplome de los imperios totalitarios, la convivencia, la paz, el pluralismo, los derechos humanos, se impondrían y el mundo dejaría atrás los holocaustos, genocidios, invasiones y guerras de exterminio. Nada de eso ha ocurrido.

Nuevas formas de barbarie proliferan atizadas por el fanatismo y, con la multiplicación de armas de destrucción masiva, no se puede excluir que cualquier grupúsculo de enloquecidos redentores provoque un día un cataclismo nuclear. Hay que salirles al paso, enfrentarlos y derrotarlos. No son muchos, aunque el estruendo de sus crímenes retumbe por todo el planeta y nos abrumen de horror las pesadillas que provocan. No debemos dejarnos intimidar por quienes quisieran arrebatarnos la libertad que hemos ido conquistando en la larga hazaña de la civilización. Defendamos la democracia liberal, que, con todas sus limitaciones, sigue significando el pluralismo político, la convivencia, la tolerancia, los derechos humanos, el respeto a la crítica, la legalidad, las elecciones libres, la alternancia en el poder, todo aquello que nos ha ido sacando de la vida feral y acercándonos –aunque nunca llegaremos a alcanzarla- a la hermosa y perfecta vida que finge la literatura, aquella que sólo inventándola, escribiéndola y leyéndola podemos merecer. Enfrentándonos a los fanáticos homicidas defendemos nuestro derecho a soñar y a hacer nuestros sueños realidad.

En mi juventud, como muchos escritores de mi generación, fui marxista y creí que el socialismo sería el remedio para la explotación y las injusticias sociales que arreciaban en mi país, América Latina y el resto del Tercer Mundo. Mi decepción del estatismo y el colectivismo y mi tránsito hacia el demócrata y el liberal que soy –que trato de ser- fue largo, difícil, y se llevó a cabo despacio y a raíz de episodios como la conversión de la Revolución Cubana, que me había entusiasmado al principio, al modelo autoritario y vertical de la Unión Soviética, el testimonio de los disidentes que conseguía escurrirse entre las alambradas del Gulag, la invasión de Checoeslovaquia por los países del Pacto de Varsovia, y gracias a pensadores como Raymond Aron, Jean- François Rével, Isaiah Berlin y Karl Popper, a quienes debo mi revalorización de la cultura democrática y de las sociedades abiertas. Esos maestros fueron un ejemplo de lucidez y gallardía cuando la intelligentsia de Occidente parecía, por frivolidad u

oportunismo, haber sucumbido al hechizo del socialismo soviético, o, peor todavía, al aquelarre sanguinario de la revolución cultural china.

De niño soñaba con llegar algún día a París porque, deslumbrado con la literatura francesa, creía que vivir allí y respirar el aire que respiraron Balzac, Stendhal, Baudelaire, Proust, me ayudaría a convertirme en un verdadero escritor, que si no salía del Perú sólo sería un seudo escritor de días domingos y feriados. Y la verdad es que debo a Francia, a la cultura francesa, enseñanzas inolvidables, como que la literatura es tanto una vocación como una disciplina, un trabajo y una terquedad. Viví allí cuando Sartre y Camus estaban vivos y escribiendo, en los años de Ionesco, Beckett, Bataille y Cioran, del descubrimiento del teatro de Brecht y el cine de Ingmar Bergman, el TNP de Jean Vilar y el Odéon de Jean Louis Barrault, de la Nouvelle Vague y le Nouveau Roman y los discursos, bellísimas piezas literarias, de André Malraux, y, tal vez, el espectáculo más teatral de la Europa de aquel tiempo, las conferencias de prensa y los truenos olímpicos del General de Gaulle. Pero, acaso, lo que más le agradezco a Francia sea el descubrimiento de América Latina. Allí aprendí que el Perú era parte de una vasta comunidad a la que hermanaban la historia, la geografía, la problemática social y política, una cierta manera de ser y la sabrosa lengua en que hablaba y escribía. Y que en esos mismos años producía una literatura novedosa y pujante. Allí leí a Borges, a Octavio Paz, Cortázar, García Márquez, Fuentes, Cabrera Infante, Rulfo, Onetti, Carpentier, Edwards, Donoso y muchos otros, cuyos escritos estaban revolucionando la narrativa en lengua española y gracias a los cuales Europa y buena parte del mundo descubrían que América Latina no era sólo el continente de los golpes de Estado, los caudillos de opereta, los guerrilleros barbudos y las maracas del mambo y el chachachá, sino también ideas, formas artísticas y fantasías literarias que trascendían lo pintoresco y hablaban un lenguaje universal.

De entonces a esta época, no sin tropiezos y resbalones, América Latina ha ido progresando, aunque, como decía el verso de César Vallejo, todavía Hay, hermanos, muchísimo que hacer. Padecemos menos dictaduras que antaño, sólo Cuba y su candidata a secundarla, Venezuela, y algunas seudo democracias populistas y payasas, como las de Bolivia y Nicaragua. Pero en el resto del continente, mal que mal, la democracia está funcionando, apoyada en amplios consensos populares, y, por primera vez en nuestra historia, tenemos una izquierda y una derecha que, como en Brasil, Chile, Uruguay, Perú, Colombia, República Dominicana, México y casi todo Centroamérica, respetan la legalidad, la libertad de crítica, las elecciones y la renovación en el poder.

Ése es el buen camino y, si persevera en él, combate la insidiosa corrupción y sigue integrándose al mundo, América Latina dejará por fin de ser el continente del futuro y pasará a serlo del presente.

Nunca me he sentido un extranjero en Europa, ni, en verdad, en ninguna parte.

En todos los lugares donde he vivido, en París, en Londres, en Barcelona, en Madrid, en Berlín, en Washington, Nueva York, Brasil o la República Dominicana, me sentí en mi casa. Siempre he hallado una querencia donde podía vivir en paz y trabajando, aprender cosas, alentar ilusiones, encontrar amigos, buenas lecturas y temas para escribir. No me parece que haberme convertido, sin proponérmelo, en un ciudadano del mundo, haya debilitado eso que llaman “las raíces”, mis vínculos con mi propio país –lo que tampoco tendría mucha importancia-, porque, si así fuera, las experiencias peruanas no seguirían alimentándome como escritor y no asomarían siempre en mis historias, aun cuando éstas parezcan ocurrir muy lejos del Perú. Creo que vivir tanto tiempo fuera del país donde nací ha fortalecido más bien aquellos vínculos, añadiéndoles una perspectiva más lúcida, y la nostalgia, que sabe diferenciar lo adjetivo y lo sustancial y mantiene reverberando los recuerdos. El amor al país en que uno nació no puede ser obligatorio, sino, al igual que cualquier otro amor, un movimiento espontáneo del corazón, como el que une a los amantes, a padres e hijos, a los amigos entre sí.

Al Perú yo lo llevo en las entrañas porque en él nací, crecí, me formé, y viví aquellas experiencias de niñez y juventud que modelaron mi personalidad, fraguaron mi vocación, y porque allí amé, odié, gocé, sufrí y soñé. Lo que en él ocurre me afecta más, me conmueve y exaspera más que lo que sucede en otras partes. No lo he buscado ni me lo he impuesto, simplemente es así. Algunos compatriotas me acusaron de traidor y estuve a punto de perder la ciudadanía cuando, durante la última dictadura, pedí a los gobiernos democráticos del mundo que penalizaran al régimen con sanciones diplomáticas y económicas, como lo he hecho siempre con todas las dictaduras, de cualquier índole, la de Pinochet, la de Fidel Castro, la de los talibanes en Afganistán, la de los imanes de Irán, la del apartheid de África del Sur, la de los sátrapas uniformados de Birmania (hoy Myanmar). Y lo volvería a hacer mañana si –el destino no lo quiera y los peruanos no lo permitan- el Perú fuera víctima una vez más de un golpe de Estado que aniquilara nuestra frágil democracia. Aquella no fue la acción precipitada y pasional de un resentido, como escribieron algunos polígrafos acostumbrados a juzgar a los demás desde su propia pequeñez. Fue un acto coherente con mi convicción de que una dictadura representa el mal absoluto para un país, una fuente de brutalidad y corrupción y de heridas profundas que tardan mucho en cerrar, envenenan su futuro y crean hábitos y prácticas malsanas que se prolongan a lo largo de las generaciones demorando la reconstrucción democrática. Por eso, las dictaduras deben ser combatidas sin contemplaciones, por todos los medios a nuestro alcance, incluidas las sanciones económicas. Es lamentable que los gobiernos democráticos, en vez de dar el ejemplo, solidarizándose con quienes, como las Damas de Blanco en Cuba, los resistentes venezolanos, o Aung San Suu Kyi y Liu Xiaobo, que se enfrentan con temeridad a las dictaduras que sufren, se muestren a menudo complacientes no con ellos sino con sus verdugos. Aquellos valientes, luchando por su libertad, también luchan por la nuestra.

Un compatriota mío, José María Arguedas, llamó al Perú el país de “todas las sangres”. No creo que haya fórmula que lo defina mejor. Eso somos y eso llevamos dentro todos los peruanos, nos guste o no: una suma de tradiciones, razas, creencias y culturas procedentes de los cuatro puntos cardinales. A mí me enorgullece sentirme heredero de las culturas prehispánicas que fabricaron los tejidos y mantos de plumas de Nazca y Paracas y los ceramios mochicas o incas que se exhiben en los mejores museos del mundo, de los constructores de Machu Picchu, el Gran Chimú, Chan Chan, Kuelap, Sipán, las huacas de La Bruja y del Sol y de la Luna, y de los españoles que, con sus alforjas, espadas y caballos, trajeron al Perú a Grecia, Roma, la tradición judeocristiana, el Renacimiento, Cervantes, Quevedo y Góngora, y a lengua recia de Castilla que los Andes dulcificaron. Y de que con España llegara también el África con su reciedumbre, su música y su efervescente imaginación a enriquecer la heterogeneidad peruana. Si escarbamos un poco descubrimos que el Perú, como el aleph de Borges, es en pequeño formato el mundo entero. ¡Qué extraordinario privilegio el de un país que no tiene una identidad porque las tiene todas!

La conquista de América fue cruel y violenta, como todas las conquistas, desde luego, y debemos criticarla, pero sin olvidar, al hacerlo, que quienes cometieron aquellos despojos y crímenes fueron, en gran número, nuestros bisabuelos y tatarabuelos, los españoles que fueron a América y allí se acriollaron, no los que se quedaron en su tierra. Aquellas críticas, para ser justas, deben ser una autocrítica.

Porque, al independizarnos de España, hace doscientos años, quienes asumieron el poder en las antiguas colonias, en vez de redimir al indio y hacerle justicia por los antiguos agravios, siguieron explotándolo con tanta codicia y ferocidad como los conquistadores, y, en algunos países, diezmándolo y exterminándolo. Digámoslo con toda claridad: desde hace dos siglos la emancipación de los indígenas es una responsabilidad exclusivamente nuestra y la hemos incumplido. Ella sigue siendo una asignatura pendiente en toda América Latina. No hay una sola excepción a este oprobio y vergüenza.

Quiero a España tanto como al Perú y mi deuda con ella es tan grande como el agradecimiento que le tengo. Si no hubiera sido por España jamás hubiera llegado a esta tribuna, ni a ser un escritor conocido, y tal vez, como tantos colegas desafortunados, andaría en el limbo de los escribidores sin suerte, sin editores, ni premios, ni lectores, cuyo talento acaso –triste consuelo- descubriría algún día la posteridad. En España se publicaron todos mis libros, recibí reconocimientos exagerados, amigos como Carlos Barral y Carmen Balcells y tantos otros se desvivieron porque mis historias tuvieran lectores. Y España me concedió una segunda nacionalidad cuando podía perder la mía.

Jamás he sentido la menor incompatibilidad entre ser peruano y tener un pasaporte español porque siempre he sentido que España y el Perú son el anverso y el reverso de una misma cosa, y no sólo en mi pequeña persona, también en realidades esenciales como la historia, la lengua y la cultura.

De todos los años que he vivido en suelo español, recuerdo con fulgor los cinco que pasé en la querida Barcelona a comienzos de los años setenta. La dictadura de Franco estaba todavía en pie y aún fusilaba, pero era ya un fósil en hilachas, y, sobre todo en el campo de la cultura, incapaz de mantener los controles de antaño. Se abrían rendijas y resquicios que la censura no alcanzaba a parchar y por ellas la sociedad española absorbía nuevas ideas, libros, corrientes de pensamiento y valores y formas artísticas hasta entonces prohibidos por subversivos. Ninguna ciudad aprovechó tanto y mejor que Barcelona este comienzo de apertura ni vivió una efervescencia semejante en todos los campos de las ideas y la creación. Se convirtió en la capital cultural de España, el lugar donde había que estar para respirar el anticipo de la libertad que se vendría. Y, en cierto modo, fue también la capital cultural de América Latina por la cantidad de pintores, escritores, editores y artistas procedentes de los países latinoamericanos que allí se instalaron, o iban y venían a Barcelona, porque era donde había que estar si uno quería ser un poeta, novelista, pintor o compositor de nuestro tiempo. Para mí, aquellos fueron unos años inolvidables de compañerismo, amistad, conspiraciones y fecundo trabajo intelectual. Igual que antes París, Barcelona fue una Torre de Babel, una ciudad cosmopolita y universal, donde era estimulante vivir y trabajar, y donde, por primera vez desde los tiempos de la guerra civil, escritores españoles y latinoamericanos se mezclaron y fraternizaron, reconociéndose dueños de una misma tradición y aliados en una empresa común y una certeza: que el final de la dictadura era inminente y que en la España democrática la cultura sería la protagonista principal.

Aunque no ocurrió así exactamente, la transición española de la dictadura a la democracia ha sido una de las mejores historias de los tiempos modernos, un ejemplo de cómo, cuando la sensatez y la racionalidad prevalecen y los adversarios políticos aparcan el sectarismo en favor del bien común, pueden ocurrir hechos tan prodigiosos como los de las novelas del realismo mágico. La transición española del autoritarismo a la libertad, del subdesarrollo a la prosperidad, de una sociedad de contrastes económicos y desigualdades tercermundistas a un país de clases medias, su integración a Europa y su adopción en pocos años de una cultura democrática, ha admirado al mundo entero y disparado la modernización de España. Ha sido para mí una experiencia emocionante y aleccionadora vivirla de muy cerca y a ratos desde dentro. Ojalá que los nacionalismos, plaga incurable del mundo moderno y también de España, no estropeen esta historia feliz.

Detesto toda forma de nacionalismo, ideología –o, más bien, religiónprovinciana, de corto vuelo, excluyente, que recorta el horizonte intelectual y disimula en su seno prejuicios étnicos y racistas, pues convierte en valor supremo, en privilegio moral y ontológico, la circunstancia fortuita del lugar de nacimiento. Junto con la religión, el nacionalismo ha sido la causa de las peores carnicerías de la historia, como las de las dos guerras mundiales y la sangría actual del Medio Oriente. Nada ha contribuido tanto como el nacionalismo a que América Latina se haya balcanizado, ensangrentado en insensatas contiendas y litigios y derrochado astronómicos recursos en comprar armas en vez de construir escuelas, bibliotecas y hospitales.

No hay que confundir el nacionalismo de orejeras y su rechazo del “otro”, siempre semilla de violencia, con el patriotismo, sentimiento sano y generoso, de amor a la tierra donde uno vio la luz, donde vivieron sus ancestros y se forjaron los primeros sueños, paisaje familiar de geografías, seres queridos y ocurrencias que se convierten en hitos de la memoria y escudos contra la soledad. La patria no son las banderas ni los himnos, ni los discursos apodícticos sobre los héroes emblemáticos, sino un puñado de lugares y personas que pueblan nuestros recuerdos y los tiñen de melancolía, la sensación cálida de que, no importa donde estemos, existe un hogar al que podemos volver.

El Perú es para mí una Arequipa donde nací pero nunca viví, una ciudad que mi madre, mis abuelos y mis tíos me enseñaron a conocer a través de sus recuerdos y

añoranzas, porque toda mi tribu familiar, como suelen hacer los arequipeños, se llevó siempre a la Ciudad Blanca con ella en su andariega existencia. Es la Piura del desierto, el algarrobo y el sufrido burrito, al que los piuranos de mi juventud llamaban “el pie ajeno” –lindo y triste apelativo-, donde descubrí que no eran las cigüeñas las que traían los bebes al mundo sino que los fabricaban las parejas haciendo unas barbaridades que eran pecado mortal. Es el Colegio San Miguel y el Teatro Variedades donde por primera vez vi subir al escenario una obrita escrita por mí. Es la esquina de Diego Ferré y Colón, en el Miraflores limeño -la llamábamos el Barrio Alegre-, donde cambié el pantalón corto por el largo, fumé mi primer cigarrillo, aprendí a bailar, a enamorar y a declararme a las chicas. Es la polvorienta y temblorosa redacción del diario La Crónica donde, a mis dieciséis años, velé mis primeras armas de periodista, oficio que, con la literatura, ha ocupado casi toda mi vida y me ha hecho, como los libros, vivir más, conocer mejor el mundo y frecuentar a gente de todas partes y de todos los registros, gente excelente, buena, mala y execrable. Es el Colegio Militar Leoncio Prado, donde aprendí que el Perú no era el pequeño reducto de clase media en el que yo había vivido hasta entonces confinado y protegido, sino un país grande, antiguo, enconado, desigual y sacudido por toda clase de tormentas sociales. Son las células clandestinas de Cahuide en las que con un puñado de sanmarquinos preparábamos la revolución mundial. Y el Perú son mis amigos y amigas del Movimiento Libertad con los que por tres años, entre las bombas, apagones y asesinatos del terrorismo, trabajamos en defensa de la democracia y la cultura de la libertad.

El Perú es Patricia, la prima de naricita respingada y carácter indomable con la

que tuve la fortuna de casarme hace 45 años y que todavía soporta las manías, neurosis y rabietas que me ayudan a escribir. Sin ella mi vida se hubiera disuelto hace tiempo en un torbellino caótico y no hubieran nacido Álvaro, Gonzalo, Morgana ni los seis nietos que nos prolongan y alegran la existencia. Ella hace todo y todo lo hace bien. Resuelve los problemas, administra la economía, pone orden en el caos, mantiene a raya a los periodistas y a los intrusos, defiende mi tiempo, decide las citas y los viajes, hace y deshace las maletas, y es tan generosa que, hasta cuando cree que me riñe, me hace el mejor de los elogios: “Mario, para lo único que tú sirves es para escribir”.

Volvamos a la literatura. El paraíso de la infancia no es para mí un mito literario sino una realidad que viví y gocé en la gran casa familiar de tres patios, en Cochabamba, donde con mis primas y compañeros de colegio podíamos reproducir las historias de Tarzán y de Salgari, y en la Prefectura de Piura, en cuyos entretechos anidaban los murciélagos, sombras silentes que llenaban de misterio las noches estrelladas de esa tierra caliente. En esos años, escribir fue jugar un juego que me celebraba la familia, una gracia que me merecía aplausos, a mí, el nieto, el sobrino, el hijo sin papá, porque mi padre había muerto y estaba en el cielo. Era un señor alto y buen mozo, de uniforme de marino, cuya foto engalanaba mi velador y a la que yo rezaba y besaba antes de dormir. Una mañana piurana, de la que todavía no creo haberme recobrado, mi madre me reveló que aquel caballero, en verdad, estaba vivo. Y que ese mismo día nos iríamos a vivir con él, a Lima. Yo tenía once años y, desde entonces, todo cambió. Perdí la inocencia y descubrí la soledad, la autoridad, la vida adulta y el miedo. Mi salvación fue leer, leer los buenos libros, refugiarme en esos

mundos donde vivir era exaltante, intenso, una aventura tras otra, donde podía sentirme libre y volvía a ser feliz. Y fue escribir, a escondidas, como quien se entrega a un vicio inconfensable, a una pasión prohibida. La literatura dejó de ser un juego. Se volvió una manera de resistir la adversidad, de protestar, de rebelarme, de escapar a lo intolerable, mi razón de vivir. Desde entonces y hasta ahora, en todas las circunstancias en que me he sentido abatido o golpeado, a orillas de la desesperación, entregarme en cuerpo y alma a mi trabajo de fabulador ha sido la luz que señala la salida del túnel, la tabla de salvación que lleva al náufrago a la playa.

Aunque me cuesta mucho trabajo y me hace sudar la gota gorda, y, como todo escritor, siento a veces la amenaza de la parálisis, de la sequía de la imaginación, nada me ha hecho gozar en la vida tanto como pasarme los meses y los años construyendo una historia, desde su incierto despuntar, esa imagen que la memoria almacenó de alguna experiencia vivida, que se volvió un desasosiego, un entusiasmo, un fantaseo que germinó luego en un proyecto y en la decisión de intentar convertir esa niebla agitada de fantasmas en una historia. “Escribir es una manera de vivir”, dijo Flaubert. Sí, muy cierto, una manera de vivir con ilusión y alegría y un fuego chisporroteante en la cabeza, peleando con las palabras díscolas hasta amaestrarlas, explorando el ancho mundo como un cazador en pos de presas codiciables para alimentar la ficción en ciernes y aplacar ese apetito voraz de toda historia que al crecer quisiera tragarse todas las historias. Llegar a sentir el vértigo al que nos conduce una novela en gestación, cuando toma forma y parece empezar a vivir por cuenta propia, con personajes que se mueven, actúan, piensan, sienten y exigen respeto y consideración, a los que ya no es posible imponer arbitrariamente una conducta, ni privarlos de su libre albedrío sin matarlos, sin que la historia pierda poder de persuasión, es una experiencia que me sigue hechizando como la primera vez, tan plena y vertiginosa como hacer el amor con la mujer amada días, semanas y meses, sin cesar.

Al hablar de la ficción, he hablado mucho de la novela y poco del teatro, otra de sus formas excelsas. Una gran injusticia, desde luego. El teatro fue mi primer amor, desde que, adolescente, vi en el Teatro Segura, de Lima, La muerte de un viajante, de Arthur Miller, espectáculo que me dejó traspasado de emoción y me precipitó a escribir un drama con incas. Si en la Lima de los cincuenta hubiera habido un movimiento teatral habría sido dramaturgo antes que novelista. No lo había y eso debió orientarme cada vez más hacia la narrativa. Pero mi amor por el teatro nunca cesó, dormitó acurrucado a la sombra de las novelas, como una tentación y una nostalgia, sobre todo cuando veía alguna pieza subyugante. A fines de los setenta, el recuerdo pertinaz de una tía abuela centenaria, la Mamaé, que, en los últimos años de su vida, cortó con la realidad circundante para refugiarse en los recuerdos y la ficción, me sugirió una historia. Y sentí, de manera fatídica, que aquella era una historia para el teatro, que sólo sobre un escenario cobraría la animación y el esplendor de las ficciones logradas. La escribí con el temblor excitado del principiante y gocé tanto viéndola en escena, con Norma Aleandro en el papel de la heroína, que, desde entonces, entre novela y novela, ensayo y ensayo, he reincidido varias veces. Eso sí, nunca imaginé que, a mis setenta años, me subiría (debería decir mejor me arrastraría) a un escenario a actuar. Esa temeraria aventura me hizo vivir por primera vez en carne y hueso el milagro que es, para alguien que se ha pasado la vida escribiendo ficciones, encarnar por unas horas a un personaje de la fantasía, vivir la ficción delante de un público. Nunca podré agradecer bastante a mis queridos amigos, el director Joan Ollé y la actriz Aitana Sánchez Gijón, haberme animado a compartir con ellos esa fantástica experiencia (peseal pánico que la acompañó).

La literatura es una representación falaz de la vida que, sin embargo, nos ayuda a entenderla mejor, a orientarnos por el laberinto en el que nacimos, transcurrimos y morimos. Ella nos desagravia de los reveses y frustraciones que nos inflige la vida verdadera y gracias a ella desciframos, al menos parcialmente, el jeroglífico que suele ser la existencia para la gran mayoría de los seres humanos, principalmente aquellos que alentamos más dudas que certezas, y confesamos nuestra perplejidad ante temas como la trascendencia, el destino individual y colectivo, el alma, el sentido o el sinsentido de la historia, el más acá y el más allá del conocimiento racional.

Siempre me ha fascinado imaginar aquella incierta circunstancia en que nuestros antepasados, apenas diferentes todavía del animal, recién nacido el lenguaje que les permitía comunicarse, empezaron, en las cavernas, en torno a las hogueras, en noches hirvientes de amenazas –rayos, truenos, gruñidos de las fieras-, a inventar historias y a contárselas. Aquel fue el momento crucial de nuestro destino, porque, en esas rondas de seres primitivos suspensos por la voz y la fantasía del contador, comenzó la civilización, el largo transcurrir que poco a poco nos humanizaría y nos llevaría a inventar al individuo soberano y a desgajarlo de la tribu, la ciencia, las artes, el derecho, la libertad, a escrutar las entrañas de la naturaleza, del cuerpo humano, del espacio y a viajar a las estrellas. Aquellos cuentos, fábulas, mitos, leyendas, que resonaron por primera vez como una música nueva ante auditorios intimidados por los misterios y peligros de un mundo donde todo era desconocido y peligroso, debieron ser un baño refrescante, un remanso para esos espíritus siempre en el quién vive, para los que existir quería decir apenas comer, guarecerse de los elementos, matar y fornicar. Desde que empezaron a soñar en colectividad, a compartir los sueños, incitados por los contadores de cuentos, dejaron de estar atados a la noria de la supervivencia, un remolino de quehaceres embrutecedores, y su vida se volvió sueño, goce, fantasía y un designio revolucionario: romper aquel confinamiento y cambiar y mejorar, una lucha para aplacar aquellos deseos y ambiciones que en ellos azuzaban las vidas figuradas, y la curiosidad por despejar las incógnitas de que estaba constelado su entorno.

Ese proceso nunca interrumpido se enriqueció cuando nació la escritura y las historias, además de escucharse, pudieron leerse y alcanzaron la permanencia que les confiere la literatura. Por eso, hay que repetirlo sin tregua hasta convencer de ello a las nuevas generaciones: la ficción es más que un entretenimiento, más que un ejercicio intelectual que aguza la sensibilidad y despierta el espíritu crítico. Es una necesidad imprescindible para que la civilización siga existiendo, renovándose y conservando en nosotros lo mejor de lo humano. Para que no retrocedamos a la barbarie de la incomunicación y la vida no se reduzca al pragmatismo de los especialistas que ven las cosas en profundidad pero ignoran lo que las rodea, precede y continúa. Para que no pasemos de servirnos de las máquinas que inventamos a ser sus sirvientes y esclavos. Y porque un mundo sin literatura sería un mundo sin deseos ni ideales ni desacatos, un mundo de autómatas privados de lo que hace que el ser humano sea de veras humano: la capacidad de salir de sí mismo y mudarse en otro, en otros, modelados con la arcilla de nuestros sueños.

De la caverna al rascacielos, del garrote a las armas de destrucción masiva, de la vida tautológica de la tribu a la era de la globalización, las ficciones de la literatura han multiplicado las experiencias humanas, impidiendo que hombres y mujeres sucumbamos al letargo, al ensimismamiento, a la resignación. Nada ha sembrado tanto la inquietud, removido tanto la imaginación y los deseos, como esa vida de mentiras que añadimos a la que tenemos gracias a la literatura para protagonizar las grandes aventuras, las grandes pasiones, que la vida verdadera nunca nos dará. Las mentiras de la literatura se vuelven verdades a través de nosotros, los lectores transformados, contaminados de anhelos y, por culpa de la ficción, en permanente entredicho con la mediocre realidad. Hechicería que, al ilusionarnos con tener lo que no tenemos, ser lo que no somos, acceder a esa imposible existencia donde, como dioses paganos, nos sentimos terrenales y eternos a la vez, la literatura introduce en nuestros espíritus la inconformidad y la rebeldía, que están detrás de todas las hazañas que han contribuido a disminuir la violencia en las relaciones humanas. A disminuir la violencia, no a acabar con ella. Porque la nuestra será siempre, por fortuna, una historia inconclusa. Por eso tenemos que seguir soñando, leyendo y escribiendo, la más eficaz manera que hayamos encontrado de aliviar nuestra condición perecedera, de derrotar a la carcoma del tiempo y de convertir en posible lo imposible.

martes, 30 de noviembre de 2010

Carta de Bernardo Rafael Alvarez al presidente Alan García Pérez


CARTA PIDIENDO SE DECLARE "AÑO DEL CENTENARIO DE JOSÉ MARÍA ARGUEDAS, EL ESCRITOR DE TODAS LAS SANGRES"

Lima, noviembre del 2010

Señor Doctor
ALAN GARCÍA PÉREZ,

Presidente Constitucional de la República del Perú.
Asunto: Solicitan se declara el 2011 como “AÑO DEL CENTENARIO DE JOSÉ MARÍA ARGUEDAS, EL ESCRITOR DE TODAS LAS SANGRES”
De nuestra consideración.
Los suscritos, escritores, poetas, artistas e intelectuales del Perú, nos dirigimos a Ud. Con el objeto de manifestarle lo siguiente.
El 18 de enero de 1911 nació en Andahuaylas José María Arguedas, uno de los escritores más entrañables que ha dado nuestro país, aquel cuya obra se identifica, acaso más cabalmente, con el alma nacional, con las pasiones y la esperanza de este pueblo. Se trata de un escritor por cuyas obras se ha convertido en una suerte inspiración y estímulo en la irrefrenable búsqueda de un futuro mejor para nuestra patria, y para la consolidación de la unidad a pesar de la diversidad. La significación, es decir, la importancia, de José María Arguedas no solo está en su trabajo estrictamente literario, sino en el aporte valioso que dio en el terreno de la antropología y el folclor. La revaloración y reivindicación de las manifestaciones culturales y artísticas del Perú profundo –en otras palabras, de nuestra identidad- se la debemos, en gran medida, al escritor andahuaylino, autor de Yawar Fiesta. Pero, además, el reconocernos como nación, como el crisol de todas las sangres, es algo a lo que también contribuyó y sigue contribuyendo a través de su legado, José María Arguedas. Negarlo sería una absurda necedad.
Dentro de pocos meses se cumplirán cien años de su nacimiento. Es probable que con tal motivo, en distintos puntos del Perú se lleven a cabo eventos conmemorativos. Con entusiasmo nos sumaremos a ellos.
No sabemos, sin embargo, qué es lo que a nivel de Gobierno y de Estado se haya previsto. Pero estamos seguros que los estamentos públicos no deben-bajo ninguna razón- soslayar esta circunstancia.
Desde hace algunas décadas, es usual en nuestro país asignarle a cada año una denominación que es, al mismo tiempo, una especie de lema de estímulo y una muestra de reconocimiento de los valores nacionales, como, por ejemplo: “Año de la Reforestación” o “Año de César Vallejo y del Encuentro de Dos Mundos”.
Queremos, señor Presidente, pedirle que como un homenaje a la memoria de nuestro escritor José María Arguedas y como muestra de reconocimiento a su innegable significado y trascendencia, que el año 2011 sea declarado como “AÑO DEL CENTENARIO DE JOSÉ MARÍA ARGUEDAS, EL ESCRITOR DE TODAS LAS SANGRES”.
Y queremos, también, sugerirle la necesidad de que, a través de los Ministerios de Educación y de Cultura, se promueva la edición masiva de las obras de José María Arguedas y se las difunda, a precios populares o a título gratuito, principalmente en las Instituciones Educativas de nuestra patria.
Sin otro particular, y con la seguridad de que sabrá ponderar el pedido que a través de esta Carta le hacemos, quedamos de Ud.


Muy atentamente,

viernes, 29 de octubre de 2010

INTERESANTES RESEÑAS DEL POEMARIO "CIUDADELIRIO" DEL SIGNO MARIO MORQUENCHO


LA BRÚJULA DE LOS MURCIÉLAGOS

Tulio Mora

Mario Morquencho (piurano, de 28 años) es un caso atípico porque estudia una carrera científica en la UNI y escribe poesía. Los hay sin duda (Armando Arteaga, por ejemplo, es arquitecto), pero eso no invalida la primera sorpresa sobre su predisposición creadora. La segunda es que sus poemas de “Ciudadelirio”, publicado por Sol Negro, no están invadidos de lo que podríamos llamar una “deformación profesional”, como resultado de la influencia de su carrera, sino que fluyen más bien con el instinto de los sentidos. Desde el primer poema, “Ciudad”, que él concibe más bien desde la perspectiva de los cerros (o sea desde la periferia) que rodean la metrópoli, ya alude a “palabras-murciélago”, es decir al animal ciego que sólo puede orientarse por el sonido que emite un radar, para deambular por los dos lados de un solo mundo -la ciudad- y escribir sobre el inevitable contraste, aunque para ello recurre más bien a la imagen, al registro visual como un cronista que quisiera reproducir los más insólitos detalles de un lugar que le ocasiona el delirio, el frenesí y contra los cuales no puede combatir, solo testimoniar.

Me interesa el neologismo polisémico “Ciudadelirio” porque encuentro en él hasta tres significados: el más obvio, que estamos frente a un texto-testimonio sobre la megaurbe (la crítica colombiana Consuelo Hernández menciona que la poesía latinoamericana casi inevitablemente es una escritura de la experiencia), sobre la que declara que aún no se acostumbra a ella (Morquencho vive en Lima desde hace cuatro años); el segundo, que intenta encontrar una hoja de ruta catártica frente al caos visual, al inmovilismo, a la indiferenciación de los rostros robotizados, automatizados, en un ensimismamiento que paradójicamente, a la vez que los reúne en una masa sin forma, es también un ajenamiento, una extrañeza y entonces el protocolo de la relación entre extraños y privados nace de la desconfianza.

Pero el tercero suma un elemento geográfico (el río), estamos hablando del Rímac, claro está, como otro símbolo de la bipartición espacial. Precisamente uno de sus poemas lleva ese título y lo que le sorprende, a un hombre habituado a la extensión inabarcable del mar, es que, como la ciudad que el río atraviesa, estamos ante un afluente que ni siquiera resiste la muerte: “¿Suicidarse desde allí? (se refiere al puente) -¡ni loco!”- y que si hubiera peces en esas aguas sufrirían cadena perpetua. Para Morquencho, otro hijo de Vallejo, este río “nos aborta/ hacia el vómito infinito/ de Dios”.

Un texto que ha optado por la regurgitación de la experiencia, por la expulsión orgánica de lo que asimila diariamente a través de los sentidos, no facilita a un lector clásico que quiere encontrar en la poesía la polémica belleza, sino más bien la empatía por lo atroz, por el horror y por lo grotesco. En buena cuenta los poemas de Morquencho podrían calificarse como un recorrido por la feria de la miseria que nos ha paralizado a los habitantes de Lima (me remito al poema “Stop”) y de la que solo quisiera dejar como testimonio la palabra.

Derek Walcott, ese poeta caribeño extraordinario, escribe en alguna parte de “Omeros” que los in-significantes, los invisibilizados por el poder y las asimetrías sociales, no tienen memoria de su pasado y si la tienen está deformada por la historia oficial. Por eso mismo, sus emisores asumen la escritura como un deber (digamos con la misma actitud ética, casi desesperada, de un Huamán Poma de Ayala) para capturar la escritura y convertirla en el instrumento de su testimonio (Morquencho compara a la poesía como un grafitti en una pared) en su tránsito no muy confortable por la vida.

Es lo que ha hecho este poeta que tiene en la primera parte de “Ciudadelirio” varios poemas de una factura muy consistente, como “La siete tres” (el número de un vehículo de una línea de transporte público) a través de cuyas ventanas recorporiza esos rostros sin rostro “que llevan una ecografía de día lunes”; o “Cine”, un apunte muy breve, pero logrado, que a partir del detalle menos visible (los créditos de una película) logra extraer un mensaje filosófico, “como la vida que despierta/ y la otra que se duerme/ junto a la ventana cerrada a la fantasía”; o como su versión premeditadamente caótica de la memoria histórica que le suscita el famoso Parque Universitario, escenario ya clásico en la nueva poesía peruana, desde la conquista española hasta el fenómeno de la migración, del que Morquencho se siente uno más entre provincianos y que para distanciarse de esa uniformidad -en la pobreza, en la frustración- regresa a “resucitar” a su habitación.

El más notable es sin duda el poema en prosa “Asesinato en la calle Omicrón” que comienza explícitamente con el reconocimiento de no ser nada: “Lo he matado. Me he vengado de los meses de invisibilidad. De ser como cualquiera”. En este caso, ya extremo, la palabra-murciélago es un cuchillo y el asesinato un alegato contra todo el sistema que ha convertido a la vida en “una enfermedad extraña que se llama olvido”.

Creo que si Morquencho sigue esta ruta podría depararnos gratas sorpresas en otras publicaciones. “Ciudadelirio” aporta también en esta nueva poética que se inició en los 70 cuando el registro multitonal sobre la ciudad despertó a los satisfechos y silenciosos, a los orfebres de una belleza que no exteriorizaba a los nuevos sujetos sociales que iban poblando Lima y todo el país. Pero no hay una sola belleza, eso es lo que Morquencho vuelve a ratificarnos, como los poetas que lo preceden, desde Hora Zero, Kloaka, Neón, hasta los más jóvenes de este siglo. Lo que hay es una geografía brumosa e incierta por la que el poeta avanza con la brújula de los murciélagos.


LLEGAR A ESTE LIBRO ES SORPRENDER AL ABISMO (Y AL MUNDO) CON LA BOCA ABIERTA

Karina Valcárcel

Ciudadelirio es el primer libro de poemas de Mario Morquencho, 80 páginas que contienen 30 poemas de versos largos y títulos a veces más largos todavía. Pero Ciudadelirio no sólo es un libro de poemas, como Mario Morquencho no sólo es un autor más. Ciudadelirio es un mapa que se despliega a medida de su lectura, que nos muestra rutas diferentes para conocer la ciudad, sentados desde la silla que Mario ha procurado para nosotros.

Cuarenta pasos más tarde estamos acá, presentando su primer libro. Esta iniciativa que Mario tuvo de poner en la web sus escritos es en esencia el primer paso al libro que ahora tenemos entre nuestras manos, es la decisión de compartir con el mundo su forma de percibir, interpretar y asimilar la vida. Es el reflejo del ansia por publicar y conocer a personas con las cuales sentirnos identificados, lo que me parece totalmente saludable además de necesario. Mario empezó publicando en soportes virtuales, en la misma página donde yo colgaba mis poemas de los veinte años, fue un chico de esta página quien llevó a Mario a mi casa y con el que me disputo el título de Augusto Ferrando, pero Mario en el fondo sabemos que yo te descubrí y a quien diga lo contrario lo espero a la salida del bar para agarrarnos a botellazos. Conocí a Mario en el año 2006, en las reuniones del desaparecido o más bien travestido colectivo Heridita que en aquella época era integrado por 6 gatos. Yo estaba embarazadísima así que podríamos decir que eran seis gatos y medio.

Con Mario han sido muchas noches de caminata Quilqueña, ejercicios para escribir, reuniones domingueras, lonches improvisados, vino, cerveza, ron, pisco, recitales, charlas virtuales, confidencias y lecturas de amigos que están acá, presentes para celebrar y dispuestos a perder los órganos internos bebiendo poesía además del cañazo que seguro el amigo Jorge Flores ha traído camuflado en una botellita de pepsicola.

Es por esto que para nosotros significa tanto la publicación de este libro, de alguna forma hemos visto “crecer” a Mario y hemos compartido su gestación, aunque suene un poco gay, gestación que ha además ha sido larga e impaciente pero que finalmente nos ha traído una satisfacción enorme, el registro de su perseverancia en este mundo letrado y a veces traicionero.

Ciudadelirio está partido en tres: La ciudad, Sombras delirantes y Extracto de una noche Chaskera. La primera parte es un conjunto de textos que describen básicamente la ciudad de Lima, está el río Rímac, el parque Universitario, la siete tres y otros escenarios de la ciudad transformados por el autor, sin embargo no hablo de una descripción convencional, es la visión desencantada, pero sobre todo crítica e incluso protestante, rasgos que podemos distinguir en los versos del poema “A las afueras de una ciudad peruana”: (cito)

“Allá mueren miles
en los basurales de las afueras de la ciudad.
Tosiendo sangre
Tosiendo hijos
Tosiendo remordimientos.
Tras esa miseria se sienta en la costa
a dibujar algún sueño en la arena y preocupado
enciende un cigarrillo que humea año tras año (...)”

Y de forma más clara en el poema “Rímac” cuyo primer párrafo dice:

“Yo me molesto con la vida
-Y no sé por qué con ella –
Cuando paso el puente
y veo flotar cartitas de amor en heces por el río (...)”

Aquí se distingue otro rasgo de la poesía de Mario Morquencho, el sarcasmo con el que a veces sentencia y a veces aporta a la realidad, en “Parque Universitario” escribe:

“Crezco en calle tripulada de casonas
donde un loco es virrey en los rincones.”

Pero quizá el texto que mejor combine los dos rasgos ya mencionados sea “Asesinato en la calle Omicrón” que además está escrito en prosa, donde narra un asesinato y específicamente como el personaje se deshace del cuerpo envolviéndolo con páginas de periódicos:

“He optado por envolverlo con los periódicos pasados, envolver los restos, al cadáver cotidiano envolverlo con las noticias de la semana pasada, con el suicidio de ayer en un hostal perdido en la bruma de la madrugada en Lima, envolver sus extremidades con el abuso policial y la corrupción de los ministerios (...)”

Contrasta luego diciendo:

“Después de envolver al cuerpo como una estatua de papel periódico, como una obra de arte de lo que lees antes de ir al trabajo o lo que ves en las noches antes de dormir (...)”

Y finalmente nos esboza una sonrisa con estos versos finales que comparten el final de su venganza:

“El cuchillo en la mesa viste bermejo
y baila tango...
baila tango el muy pendejo.”

En “Sombras delirantes” el autor nos envuelve en una atmósfera misteriosa, paranormal y a veces nefasta, la muerte es el hilo conductor; este tema se evidencia en el poema “Rodillas muertas”, Mario escribe:

“Mientras mis ropajes caen
mis rodillas tiritan en oscuro pasacalle
donde cantando van las nuevas criaturas muertas del universo.”

Así como en el poema “Puerta” que nos deja con la sensación de un todo devastador:

“Quizá fue una estrella ambiciosa y caníbal
que devoró a los astros
arrasó con las galaxias y las vía lácteas
que nos consolaban
creció hasta tragarse la eternidad
y lo infinito”

Finalmente en “Extracto de una noche chaskera” se muestran dos cosas: primero la exploración del erotismo, que Mario realiza de manera cadenciosa, logrando versos impregnados de basta sensualidad:


“Tu blusa despliega las alas
y vuela en los instintos
cede tu brasier cede
cede al placer cede.
Tu piel blanca, tus senos, ceden.”

Lo otro que se encuentra en esta última parte, es el registro de la noche y con mayor trascendencia de los recitales, están los textos creados para esas ocasiones, ustedes (los del colectivo) recordarán poemas como:”Espejito, espejito”, “Pequeño Quijote”, “Fe”, “Atmósfera” y aquel que Mario leyó en el recital de despedida en La Noche de Barranco y que hizo que se me descociera el corazón: “Y qué será mañana” del cual cito:

“y si a la hora de despedirnos dijéramos:
hay que leer
insistir
¡Hay que leer!
Después de la ceremonia
hay que leer
hay que leer después de que el león humilde
nos parezca tan bello en nuestra sobria existencia”

Para concluir, si tuviéramos que hablar de influencias, sería oportuno nombrar a César Vallejo y Oliverio Girondo, el uso de neologismos es una constante en la obra de Mario, siendo incluso el título de este libro un neologismo que resultará totalmente coherente para quien se dé una vuelta por estas páginas.



LA POESÍA COMO DESAFÍO A LA URBE

Jorge Hurtado

En la poesía de Mario Morquencho, la ciudad no es un plan urbanístico, ni el sueño de una comunidad para vivir en un orden donde nadie pueda extraviarse. La ciudad a través de Ciudadelirio es un mapa laberíntico de emociones y visiones, una nueva geografía intima, esquizo, reinventada para formar parte de una nueva experiencia, a través no sólo de la visión contemplativa ni de la mera cotidianeidad, sino de fusionarse con la atmósfera del estallido, mezclar su piel con la piel de aquello que es tan fabuloso como un monstruo y que puede tragarnos y expulsarnos vacíos hacia un rincón de la noche. Y cuando este monstruo, este leviatán de infinitas paredes aparece con sus mandíbulas de cemento, aparece la poesía como única redentora para reconfigurar la ciudad y re ensamblar el caos, el humo, la desesperación, la violencia, el río por donde atraviesan los sueños de millones de personas en un paisaje poético.

¿Qué podría impulsar a un poeta a escribir sobre la ciudad? Hace casi cuarenta años, apareció un poemario que marco un hito importante en la poesía peruana, y además instauró una nueva voz en un escenario dominado por una literatura encerrada en sí misma. En los Extramuros del Mundo, el libro de Enrique Verástegui, apareció y la ciudad dejó de ser la misma. En la soledad de un nuevo territorio, el ser humano debe de trazar su mapa vital, sus rutas para sobrevivirse ante este mundo desconocido. Actitud totalmente ajena a adaptarse y seguir el ritmo impuesto por la tiranía de la rutina, dejarse llevar blandamente por la monotonía y el hastío de callejones que llevan a la desesperación y a la muerte. El impulso que lleva al poeta a fusionarse con la ciudad, de auto expulsarse una vez que se han sumergido en los miasmas de las márgenes y de los afectos inconexos, a reinventar cada paso que da contra el tráfico, el impulso no es otro que elegir entre las infinitas posibilidades de reafirmar un yo, es disolverse en la ciudad para recuperar ese yo perdido, el retorno a la voz primera antes de la contaminación de su espíritu. Es robarle de nuevo su espíritu al leviatán, a la urbe, para habitar de nuevo en ella, en lo terrible conociéndolo. La vuelta a la tuerca para sobrevivirse, esto también se encuentra en la poesía de Mario.

La poesía muchas veces es vocación, pero además es actitud. Es ingresar en la noche más oscura dentro del laberinto para asesinar al minotauro, buscamos desenfadadamente a la bestia para liberar el destino trágico de las visiones impecables, pero en la travesía nos percatamos que nos transformamos o somos nosotros el minotauro. Destino inexorable de aquel que se atreve a sortear los caminos de la poesía, de ese ir más allá de la palabra a través de ella. Así ingresa el yo poético de Ciudadelirio, atraviesa la ciudad en su versión más dura, atraviesa celdas, callejones sin salida, ríos de desesperanza, microbuses que llevan hacia la nada, ventanas que dan hacia uno mismo en la soledad más siniestra, edificios que navegan como barcos ebrios en el mediodía para luego verlos naufragar en plena medianoche, de encuentros que prometen un sueño que se desvanece al abrir las puertas de la habitación. El abismo en sus mil versiones. El hombre que descubre el desgarro, su propio desangrarse, pero que no da tregua a esa sensación de caminar constantemente en el filo de los precipicios, sino que lidia

“…con el humo
con la ciudad
con el cielo preñado de sótanos
donde jugamos
a vivir”
(La Ciudad, 11)

Así termina el primer poema del libro. Su invitación al inicio del viaje, como aquel viaje de Baudelaire donde expresa: “En desiertos de tedio, un oasis de horror!”. Pero por eso esta invitación no se queda en aquella primera visión iniciática ante el monstruo de la urbe, sino que nos coloca allí como cómplices, como compañeros de aquella experiencia vital de Ciudadelirio.


CIUDADELIRIO

Fernando Odiaga Gonzales

El Libro Ciudadelirio de Mario Morquencho es la conciencia emergente de un hombre de provincia, forastero en esa metrópoli sicótica que es Lima la horrible, la de Salazar Bondy, en la que hay: “Un dulce malestar de Enero a Enero y un estarse muriendo todo el año”. Dicha conciencia emergente es lo que surge de la aprehensión y comprensión de las vivencias, las imágenes, que se presentan día a día en la gran ciudad, como una especie de extravío, un trastorno, en suma: un delirio. Morquencho escribe: “El cantar de la feria repleta de provincianos como yo/ retorna a mis oídos/ como silbido de viento clamando su existencia”; el viento que clama su existencia simboliza la vida de los provincianos, viento viajero que sopla y pasa volando desde los confines de la tierra (advenedizo por lo tanto), refrescando desde lejos un lugar, cualquier rincón del mundo, o por ejemplo: Lima la horrible.

El viento que se vuelve canto y que retorna a los oídos como un silbido podría ser esa conciencia delirante de la que hablamos al principio, conciencia que luego vive y siente:”tratando de equilibrar la nostalgia/ bajo la sombra de un árbol” como canta Morquencho.

En el mismo poema que comentamos, Parque universitario, podemos leer frases como “letanía de horas”, expresión de la cadencia y el ritmo tediosos de la capital; o leemos la frase “tarde macerada” que son ese mismo ritmo de fatalidad y absurdo impregnado en las horas durante un paseo por la gran urbe, ahora transformados en embriaguez, en calma evasiva, en olvido, completando el sentido con la frase “cántaros de chicha” y el parque se transforma en una visión multifacética y policroma, en escala de grises, de libaciones y sabores ancestrales. Luego de su paseo Morquencho retorna en autobús: “a resucitar mi habitación desconocida”, es decir retorna al recogimiento, a la soledad, al propio cuerpo confinado en un espacio cotidiano, que para Morquencho tiene la cualidad de ser desconocido, ignorado. ¿Por qué? Porque Lima es una ciudad que nos extrae el espíritu y la vida como un holocausto al absurdo; porque apiñarse diez millones de seres humanos en un solo sitio parece una locura, algo irracional. No podemos ser todos, y a veces ellos te niegan ser algo, te quedas vacío, solo y no sabes quién o qué eres.

De nuevo en el autobús, retornando a casa, en la 73, ese elefante verde que cruza Lima de norte a sur, Mario Morquencho percibe los rostros de los seres que habitan la metrópoli, los escruta, advierte sus estados, los recrea poéticamente y nos muestra sus poéticos pasajeros de autobús, sentados o parados, como otra ofrenda del delirio: rostros que tienen todos los colores, de “bigotones, dormilones y viejos verdes”, “De princesas sin príncipe”, de “obrero mal pagado”, etc. El solo acto de mirar con la sensibilidad despierta, poniéndose en el otro, simula esa comprensión que se aleja y se acerca de la verdad como el delirio. Cada rostro se transforma en un acto verbal del poeta mientras la 73 sigue rumbo a Chorrillos.

Lima propiamente, es vista por Mario Morquencho como un “cielo preñado de sótanos/donde jugamos a vivir”. La imagen de los sótanos en el cielo es agramatical y contradictoria, con una connotación especial, que nos desvela lo que significa la urbe para el poeta. Cielo igualado a subsuelo. Confinamiento y libertad; en cierro e infinito; el cielo preñado de sótanos habla de una posibilidad, una esperanza, de soledad y libertad, “jugar a vivir” nos lleva también a la idea de libertad. Pero, ¿no es acaso que jugamos en los sótanos como los niños, y que el cielo preñado no es otra cosa que la mujer solitaria, libre, infinita, maternal, que nos ofrece “jugar a vivir” como la esperanza en la dicha y la plenitud, allí precisamente, en la gran urbe, sobre la cual se extienden penas, miserias, fatigas, tanto como falsas grandezas y oropeles. Allí Morquencho cantará a las “cartitas de amor” flotando “en heces por el río” o “algún borracho que micciona decadencia” y es así porque solo mirar y escuchar en las grandes ciudades como Lima te puede llevar a ese delirio involuntario donde se mezclan belleza y coprolalia, grandeza y miseria.

La imaginería poética de Mario en su delirante Lima vivencial es de primerísima inspiración, de acercamiento piadoso, revestido con lo mejor de los recursos estilísticos de nuestra tradición poética. El libro entraña un tributo a Trilce y al surrealismo, a Martín Adán y Jorge Eduardo Eielson, entre otros registros verbales y rasgos de estilo. Hay un aporte de los setentas en tanto hay ritmo urbano, protesta social, existencialismo, integralidad, como quería Juan Ramírez Ruiz y los horazerianos. Pero en Mario la protesta se diluye en la visión intimista y por el otro lado el altruismo se desnuda en una sensibilidad metafísica, tal vez en una búsqueda de una esperanza más radical, trascendente y poderosa frente al vacío y la nada. “Cuando suene la campana, el amarillo del desierto se confundirá con el sol”; es decir, en la nada y el vacío de una ciudad anómala, amoral, absurda, viciosa, finalmente la luz viajando en el infinito, como es el título del último poema, en el que hay una especie de visión profética, una promesa y una utopía, más allá de la muerte y el absurdo, para esos limeños que se han despertado llorando, como dice Eielson en el epígrafe del libro de Mario. El surrealismo y el intimismo se dan la mano en esta poesía donde Lima se ha transfigurado como en un sueño, se ha convertido en delirio.

martes, 12 de octubre de 2010

“Mi vocación literaria y Vargas Llosa” - POR Ricardo Musse

Cuando a finales de los ochenta del siglo recientemente pasado me picó el alma el bichito de la poesía, una perturbación verbal se desbandó de una manera irrefrenable, y entonces comencé a excretar sobre el papel en blanco, una caótica multitud de desbordes, tanto emocionales como viscerales.

Los insumos del poeta para mí, en aquellos albores de mi derrotero literario, eran exclusiva y fanáticamente los sucesos que le acontecen al escritor; trasvasaba al espacio textual las fácticas vibraciones que golpeaban, confiriéndole una singular configuración, mis soportes vitales.

Escribí mis dos primeros poemarios, aprovisionado de dichas e ingenuas convicciones. Poemarios embarazados de formales irregularidades, carentes de una armazón unitaria, desprovistos de plurales procedimientos de construcción; pero eso sí, extremadamente cargados de tensiones que proveían a los cuerpos verbales de febriles resonancias, propias de los tráfagos respiratorios que conforman nuestras cotidianidades.

Hasta que apareció, con sus deslumbrantes estructuraciones novelísticas, Vargas Llosa. Entonces se produjo el punto de quiebre en la manera cómo debería asediar, a partir de ese decisivo hallazgo, la construcción de mis textos. Ni más escribí sólo ateniéndome a mis impulsos vitales. Asumí la premeditación discursiva: A priori eslabonaba la temática, disgregándola en específicas cuestiones a fin de trazar un hilo conductor, donde cada poema formalizado tenía necesariamente que (como micro-capítulos sucediéndose) vincularse correlativamente con los subsiguientes, con el deliberado propósito de corporeizar un entramado que le confiera unidad al universo representado.

Y no solo eso: También, con antelación, esbozaba qué enunciadores verbales iban a delinear ese mundo volcado sobre las superficies ficcionales, qué sujetos pronominales asumirían ese hacedor rol. Comencé, además, a documentarme, a leer sobre el contenido a poetizar; cientificé de alguna manera, y para el resto de vida que me queda, mis abordajes discursivos; corregí como un incurable obseso todo lo que engendraba, incorporaba ensamblajes propios de dinámicas narrativas, desembocando hacia un ejercicio metapoético que implicaba inmiscuirme en la teorización sobre la poesía mientras poetizaba sobre la página en blanco, edificando poemas químicamente librescos e imponiéndome una asidua disciplina que consiste, entre otras implicancias, en no esperar a que me visite la inspiración, sino forzar la escritura porque es la hora de hacerlo.

Vargas Llosa marcó mi vocación literaria, porque no solamente forjó un formidable magisterio de cómo escribir sino, también, cómo se debe asumir seriamente la vida de escritor.

Sullana, 10 de octubre de 2010.

sábado, 9 de octubre de 2010

"Como pez en el agua blanquirroja" - POR César Boyd Brenis - DIARIO "LA INDUSTRIA" (9 DE OCTUBRE DE 2010)


De los escombros de un país convulsionado por las protestas, del fondo de las gargantas que transportan las voces inseguras, de los grupos llenos de esperanzas casi perdidas, resplandeció la vida: “el fuego de la literatura”. Frase aquella que acuñara Vargas Llosa sin saber que, años después, él sería la misma literatura: las letras de un continente, el fuego de un país, la reputación de un Perú creciendo.

No hay mejor momento como este --como decía el poeta Jorge Donayre-- “para tirar un carajo por mi patria”. Pareciera que toda la historia literaria de este suelo se concentrara en nuestro recipiente del tiempo, en este minúsculo tramo de alegría insurrecta. Pareciera que Macchu Pichu y la gastronomía peruana hubiesen puesto el pie de apoyo para el salto que sería un premio de este orden. Y con ello se ha dado, espero, el comienzo de una secuencia creciente de “autoestima literaria”.

Ahora, Perú entra al listado de los pocos países, de este lado del mundo, con representantes ganadores de dicho galardón literario. No hay todavía tiempo ni para emocionarse mejor. La noticia llegó de golpe, como llegan sonando las campanas de todas las catedrales de nuestro suelo patrio. El siete de octubre, muy temprano, se anunció el rompimiento de esa mala racha que año a año acompañaba a Varquitas. Si no era por sus opiniones políticas medio complacientes, era por las metidas de pata en temas de economía; sin embargo, le cayó excelente la renuncia pública en rechazo a ese extraño decreto ministerial que a cualquiera llenaría de duda. Él fue sincero con lo que predicaba.

Cuando visitó la Universidad Nacional Pedro Ruiz Gallo, para brindar la Conferencia Magistral “La Literatura y la Vida”, sentimos la fortuna de aquellos pocos privilegiados del mundo que tienen al frente a un verdadero ejemplo de dedicación. Aquel día diría: “La literatura es una vocación, una pasión; también una disciplina y un trabajo. Pero antes que nada, primeramente, la literatura es un placer”.

Según los académicos encargados de la designación, Vargas Llosa es galardonado “por su cartografía de las estructuras del poder y sus imágenes mordaces de la resistencia del individuo, su rebelión y su derrota”. En efecto, el tópico del dictador fue brillantemente desarrollado con una seguridad grandilocuente. Experimentó con sus personajes en un hondo desafío de vida, y la manera cómo iban siendo derrotados después de una lid de esperanza. Reprodujo el lado oscuro de los militares, sus angustias, sus delirios y sus perradas (recuerdo aquella gran frase: “Más fácil sería resucitar al cadete Arana que convencer al ejército de que ha cometido un error”). El colegio, el cafetín, la celda, la cama, el estrado, el mancebillo, todos fueron sus espacios tocados por el poder de su pluma, ahora legendaria y mística.

Llorar de alegría. Llorar con un poder de las entrañas y el espasmo. Llorar por el Perú que acelera la justicia, o que la contradice, o que la ignora. El premio es de esta tierra en todas sus significaciones y definiciones. ¿En qué momento mejoró el Perú?

miércoles, 6 de octubre de 2010

Inminente desaparición del Conservatorio Nacional de Música


Ante el violento atropello de la función educativa del Conservatorio Nacional de Música decretada por el Supremo Gobierno, la comunidad institucional manifiesta:

De manera totalmente inconsulta y sorpresiva, el Poder Ejecutivo decretó la fusión por absorción de las cinco Instituciones Nacionales de Educación Artística Superior más representativas entre las cuales figuran el Conservatorio Nacional de Música, la Escuela Nacional Superior Autónoma de Bellas Artes del Perú, la Escuela Nacional de Folklore “José María Arguedas”, la Escuela Nacional de Arte Dramático y la Escuela Nacional de Ballet en el Ministerio de Cultura (Decreto Supremo N° 001-2010-MC de fecha 25 de setiembre de 2010). Ello constituye el golpe más duro que haya recibido el Conservatorio Nacional de Música en sus más de cien años de prestigiosa existencia.

La Educación artística Superior no es competencia del Ministerio de Cultura, en consecuencia el Decreto Supremo N° 001-2010-MC es ilegal e inconstitucional pues viola el Artículo 4° de la Ley de Creación del Ministerio de Cultura, Ley Nº 29565, la misma que señala con precisión cuales son sus áreas programáticas de acción.

Adicionalmente el citado Decreto Supremo vulnera la Ley Orgánica del Poder Ejecutivo, Ley N° 29158, la Ley Marco de Modernización de la Gestión del Estado, Ley N° 27658, la Ley de Creación del Conservatorio, Ley N° 1725, la Ley de restitución del nombre del Conservatorio Nacional de Música, Ley N° 26341, la Ley de autonomía y régimen de gobierno especializado del Conservatorio, Ley N° 28329, y la Ley que otorga rango académico universitario al Conservatorio, Ley N° 29292.

El citado Decreto Supremo genera, entre otros, los siguientes incalculables perjuicios al Conservatorio Nacional de Música:

Desintegración de la institución y desaparición de su nombre.

Transferencia de sus bienes muebles e inmuebles, personal, acervo documentario, derechos, obligaciones, activos y pasivos al Ministerio de Cultura.

Pérdida de la prioridad en el otorgamiento de presupuesto como ente perteneciente al Sector Educación (Artículo 16°, Constitución Política del Perú)

Suspensión inminente del proceso de admisión, el proceso de elección de autoridades similar al sistema universitario, expedición de grados y títulos y otras acciones con efectos para el próximo año como consecuencia del proceso de fusión por absorción.
Es inaudito que el mencionado Decreto Supremo sustente erróneamente y justifique la fusión por absorción dentro del Ministerio de Cultura señalando que las instituciones de educación artística superior promueven las expresiones artísticas como finalidad principal, desconociendo y desnaturalizando su función esencialmente EDUCATIVA.

Por lo expresado, el Conservatorio Nacional de Música, junto a las demás instituciones afectadas, el día 1 de octubre de 2010 han solicitado con la debida fundamentación jurídica al Ministro de Cultura la derogación de los incisos f), g), h) i) y j) del numeral 1.1 del Artículo 1° del D.S. N° 001-2010-MC, por vulnerar leyes y la Constitución a fin de que se excluyan a estas entidades del sector cultura; acción que exigimos sea tomada en el más breve plazo.

Lima, 05 de octubre de 2010

jueves, 30 de septiembre de 2010

¿Desaparecerán las Escuelas de Arte en el Perú ? - PRONUNCIAMIENTO

PRONUNCIAMIENTO

SOBRE LA INCONSTITUCIONALIDAD DEL D.S. N° 001-2010-MC

QUE APRUEBA FUSIONES DE ENTIDADES Y ÓRGANOS EN EL MINISTERIO DE CULTURA


Las Escuelas Nacionales de Arte: Conservatorio Nacional de Música, Escuela Nacional Superior Autónoma de Bellas Artes, Escuela Nacional Superior de Folklore “José María Arguedas”, Escuela Nacional de Arte Dramático y Escuela Nacional de Ballet, nos dirigimos al Presidente de la República, Presidente del Consejo de Ministros, Ministro de Cultura, Presidente del Congreso de la República, Presidente de la Comisión de Cultura y Educación del Congreso y a la sociedad civil en general para expresar lo siguiente:

1.- Manifestamos nuestra consternación y protesta por la dación del Decreto Supremo Nº 001-2010-MC, publicado el día 25 de setiembre del presente año en el diario “El Peruano”, mediante cuya norma se establece la EXTINCIÓN JURÍDICA de las cinco escuelas nacionales de arte, hecho que constituye un acto de LESA CULTURA.

2.- Este Decreto Supremo, en el afán de resolver las dificultades económicas y administrativas que tiene el reciente Ministerio de Cultura -carencia de recursos y personal para el cumplimiento de sus funciones-, dispone en su artículo 1º la fusión por absorción en el Ministerio de Cultura de las escuelas señaladas, las mismas que después del 31 de diciembre del presente año dejarían de existir por una reestructuración ajena a las funciones para las que fueron creadas.

3.- La extinción jurídica de las escuelas de arte significa que todas ellas perderían su identidad y desarrollo institucional autónomo: 100 años de fructífera labor del Conservatorio Nacional de Música, 99 años de vida institucional de la Escuela Nacional de Bellas Artes al servicio de la plástica nacional y formación docente, 61 años de lucha por la identidad y calidad educativa de la Escuela Nacional Superior de Folklore José María Arguedas, así como limitar abruptamente el desarrollo académico de las prestigiosas Escuelas de Ballet y Arte Dramático.

4.- Estas escuelas cumplen hoy como fundamental función el FORMAR ACADÉMICAMENTE PROFESIONALES con nivel superior y universitario en las especialidades de DOCENCIA y ARTE. Consecuentemente, la naturaleza de estas escuelas requiere una estructura administrativa, económica e institucional autónoma, destinada a la formación de profesionales, del mismo modo que lo hacen las universidades o las instituciones superiores del Ministerio de Educación. Estas funciones, por lo tanto, NO CORRESPONDEN con los objetivos del Ministerio de Cultura.

5.- El decreto supremo en cuestión, aduciendo que existe similitud por la especialidad, ordena erróneamente la absorción de las escuelas de arte por el Ministerio de Cultura, haciendo una equivocada interpretación de la Ley de Modernización del Estado; es decir, homologa funciones de diferente naturaleza. Además, las funciones de las escuelas de arte están normadas por dispositivos superiores a un decreto, como es el caso de la Ley 29292, que regula la vida institucional y académica de tres de las escuelas mencionadas.

6.- Las escuelas de arte, durante años, han venido desarrollándose con el esfuerzo autónomo y denodado de sus respectivas comunidades educativas, en el camino de la calidad y excelencia académica y artística. Muchas de ellas cuentan con planes de estudio aprobados por la Asamblea Nacional de Rectores y vienen llevando a cabo programas de Bachillerato, Diplomados y otros eventos académicos de carácter superior. Incluso, en los últimos años, la escuela de folklore ha capacitado a más de 1500 docentes por encargo expreso del Ministerio de Educación, en el PRONAFCAP. Además, en los últimos tres años, sus estudiantes superaron la nota mínima aprobatoria (14) en los exámenes de admisión para la carrera docente aplicados por el Ministerio de Educación. Asimismo, las escuelas de arte cuentan con egresados y estudiantes que han destacado en el plano artístico y pedagógico a nivel nacional e internacional.

7.- El decreto en cuestión, al normar la muerte institucional de nuestras escuelas, desconoce todos estos logros y atenta con los propósitos de la educación al año 2021, señalado por el Proyecto Educativo Nacional y los propósitos del Acuerdo Nacional.

8.- El decreto incurre en inconstitucionalidad por varias razones, que señalamos a continuación:

- Pretende normar por encima de las facultades y obligaciones que una Ley de mayor rango prescribe. El Ministerio de Cultura, al absorber a las escuelas, pretende redistribuir sus presupuestos, disponer de su personal y quitar su condición de unidad ejecutora a varias de ellas. Esto atenta frontalmente contra los alcances de la ley 29292, cuya objetivo es de carácter académico y artístico.

- Hace una errónea interpretación de los alcances de la Ley de Modernización, cuando asume que tanto el Ministerio de Cultura así como las escuelas tienen por finalidad fundamental la promoción artística o cultural. Si bien esa es función principal del ministerio, no lo es en el caso de las escuelas, cuya función principal es FORMAR ACADÉMICA Y PROFESIONALMENTE A EDUCADORES Y ARTISTAS.

- En su disposición complementaria deroga de manera tácita la ley 29292, hecho que es totalmente antijurídico y desproporcionado. Como se sabe, un Decreto Supremo tiene menor rango que una Ley.

POR TODO LO REFERIDO:

1.-Exhortamos al Primer Mandatario y al Presidente del Consejo de Ministros, a expedir la MODIFICATORIA del Decreto Supremo 001-2010-MC, excluyendo de sus alcances a las escuelas de formación profesional en arte.

2.- Solicitamos respeto y vigencia de la ley Nº 29292 que norma nuestra vida académica e institucional.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Jorge Valbuena, Premio Bonaventuriano de Poesía 2010 - Por Hellman Pardo


Hablar de la poesía de Jorge Valbuena es hablar de la imperecedera posibilidad imaginativa del ser humano. No rompe estructuras tradicionales, ni su obra es una especulación de ruptura. Sin embargo, la inmanencia de unas imágenes sólidas y consistentes en cada uno de sus poemas demuestra el grado de compromiso que mantiene con el lenguaje. Ninguno de sus versos es fortuito. No existe el azar cuando la palabra esencial, esquiva para cantidad de escritores, se sostiene de una impecable transición poética. Líneas cortas, pero decisivas. Versos como: antes de ser reflejo / o cristal roto / tiempo roto / pienso en desnudarte / así, fragmentada en el hielo… O estos otros, en su poema Endemia, de una profunda sensibilidad libertaria: en los escaparates de la memoria / los huesos abundan / las llagas han esbozado el miedo / el olvido ha hecho un cementerio / de cenizas / los ojos / cansados de repetirse / niegan su reflejo, son claros ejemplos de la versificación sometida a la rigurosidad de la palabra. En Valbuena se reflejan influencias conscientes e inconscientes, quizá, de poetas como Jorge Bocannera, Oliverio Girondo y Roberto Juarroz. En la mayoría de su lírica, hay un desdoblamiento del yo, una recóndita indagación sobre los acontecimientos internos. En palabras de J. Derrida: “Un perseguir imperecedero, sometido a la voluntad de la experiencia humana”. Una muestra de ello es el poema Dolor de tumba, cuando nos dice Esta tumba / y todo su dolor encendido / que me nombra / esta noche y esta sepultura / estas manos frías y moribundas / esta sangre oscura que se niega a salir y evaporarse / en esta mitad de mí / que ahora presiento / mitad de ti / y última. La poesía de Valbuena surca los bordes del aticismo, manejando una sutil ironía que se ve en poemas como Fantasmagoría, o aquel que titula Señales de humo. Otra de las particularidades que definen la poética del colombiano es la gran finalización de los últimos versos. Es de recordar que una de las mayores dificultades que se tienen a la hora de escribir poesía es precisamente la claridad de la idea hasta el verso final (si bien el poeta deja libre la palabra para su interpretación lectora), Valbuena sortea de manera lúcida tal inconveniente.

El reconocido poeta Roberto Resendiz, al advertir la poesía Jorge Valbuena, ha hecho comentarios favorables de su lírica. No es de extrañarnos, entonces, que Resendiz le haya extendido este año una invitación al Encuentro Internacional de poetas y escritores de Michoacán, México, el cual llegó a su término hace pocas semanas, así como tampoco es una coincidencia que se le concediera el Premio Internacional Bonaventuriano de Poesía 2010, entre más de 1.300 trabajos de todo el mundo, por la serie Péndulo y otros poemas. Así mismo, ha ocupado el segundo puesto en el Premio Nacional de Poesía Palabra de la memoria, convocado por la Universidad Central para poetas jóvenes. Valbuena, a sus escasos 24 años, ha logrado encumbrarse, lentamente, junto a Leonardo Gil y Santiago Cepeda, como una de las mejores apuestas de la lírica colombiana actual.



INSEPULTO

El reflejo ha roto

Su cascarón

Vuelve a nacer

En las entrañas

De la sombra

Cambia de piel

De artilugios

Y remoja sus ojos

Agrietados

Llora las noches

Doloridas

Mientras cicatriza

La luz

De los candelabros

martes, 28 de septiembre de 2010

Escritores huancaneños y puneños ofrecieron testimonios personales y recitales de poemas - POR Efraín Quilla


“El II Coloquio Literario de Escritores Huancaneños del Siglo XXI, la II Exposición colectiva de la pintura Puneña y el I Festival de la Poesía escrita en Puno”, se desarrolló con mucho éxito en la Casa de los Tenientes Gobernadores de la provincia de Huancané, acontecimiento cultural promovido por el joven poeta huancaneño Fernando Chuquipiunta Machaca.

Se contó con la presencia de connotados escritores como: José Paniagua Núñez (Jóspani), José Luis Ayala Olazábal, Gloria Mendoza Borda, Jovín Valdez Peñaranda, Boris Espezúa Salmón, Julio Abelardo Luza, Jorge Flores-Áybar, Fidel Mendoza Paredes, Eddy Sairitupa Flores, Carmen Luz Ayala, Walter Paz Quispe Santos, Feliciano Padilla Chalco, entre otros.

Además estuvo amenizando dicha fiesta cultural la estudiantina de la I.E.S. "CONAVA" de Huancané, el Elenco de danzas Chirihuano del Instituto Superior Tecnológico de Huancané, el celebrado artista plástico Aurelio Medina Pacheco (Moshó) expuso sus cuadros pictóricos dedicados al Orsismo. También el Director Regional del Ministerio de Relaciones Exteriores de Puno Ramiro Silva.

“La literatura Puneña no ha tenido un tratamiento adecuado por parte de las autoridades gubernamentales, por lo que es necesario crear una política cultural coherente, plural y renovadora, acorde a la nueva y compleja, realidad socio-cultural del Perú profundo y frente a los desafíos del siglo XXI”, dijo Fernando Chuquipiunta

Asimismo, refirió "que la mencionada actividad cultural tuvo como objetivo fundamental de coadyuvar al público en general, a fin de que tengan un conocimiento cabal del quehacer literario de los escritores huancaneños y puneños, sobre todo motivar la lectura a las nuevas generaciones".

Además: 1. Al día siguiente, se visitó el pueblo de Wancho Lima, lugar emblemático de reivindicación de los derechos ciudadanos de la cultura aymara. 2. Gloria Mendoza Borda, será la madrina de la actual promoción del CONAVA y José Luis Ayala el padrino de la actual promoción del I.E.S “César Vallejo” de Huancané. 3. La revista literaria Ethocosmolírica se publicará en los próximos meses.