miércoles, 24 de diciembre de 2008

Ernesto Zumarán y dos de Nostos, su reciente poemario inédito


Una de las cosas que se considera más en un escritor -o al menos yo lo considero-, es su autocrítica, ese gran pacto personal donde la consciencia, la responsabilidad y la autocensura se cohesionan, dándole sentido al don, a la vocación, a la obra.

Todas estas particularidades, unidas a una tendencia provocante, a un gusto irrefrenable por la vida e irrenunciable por vivir encarnado en las contemplaciones de un cuerpo intenso, hablan por el Poeta que tuvo la gentileza de enviarnos algunos textos de su reciente poemario, y del que me ocuparé -con beneplácito- algunas líneas más.

De honesta carrera y proyección literaria –aunque lo niegue, infatigablemente-, Ernesto Zumarán Alvitez (Chiclayo, 1969), obtuvo el Primer Premio en el concurso Poeta Joven del Perú organizado por la RENOM en 1995 y una Mención Honrosa en Poeta Joven del Perú, ese mismo año. Así mismo, se le concedió el Primer Premio en los Juegos Florales que organizara en 1996, la Universidad Nacional Pedro Ruiz Gallo de Lambayeque. Tiene publicado el poemario Todavía el paraíso, e inéditos Los templos ausentes, Rapsodia de junio y Sanctuarium; en narrativa, inédito está su libro de relatos Ninguna historia que contar. En la actualidad escribe una novela.

Finalmente, saludando al Poeta y a todos nuestros lectores en estas fiestas navideñas, con la correspondencia de los que se aferran a la vida en acto de entrega y disciplina -como en Poesía-, dejo para su lectura dos textos de -permítanme ahora ser muy personal- uno de mis autores favoritos. Salud Ernesto, siempre!!!


6

NOSTOS

Otra vez aquí contemplas, ¡Oh, viajero!, las antiguas delicias del viaje,
el viejo olivo en tu mente condescendiendo las mareas,
tus dos montañas ocultando su principio y su final
en las delicias de tus ojos,
la música del cielo donde la noche y su sed
no más han retornado,
el eco de los muertos en tu piel vislumbrando
ese ardor que no inquieta ya el codiciado dolor de las ciudades
donde ya no espera el tiempo su última sinfonía eterna
ni esparce el semen su muda esperanza inagotable;
el cuerpo de tu amada en el tejido ansioso
de la sangre,
buscando en el túmulo del destino
esa crucial simulación amante
que lejos de ti reverbera divinamente.

Allá lejos tu isla que el sol baña de últimos recuerdos,
los ríos escondidos del viento fulgurante,
el elegíaco galope de la aurora, los laúdes de tardes
rebosantes de larga espera,
y tú, viejo cazador de tortuosas imágenes,
buscando siempre esa melodía eterna entre las sábanas
de tu lecho muerto,
anhelando entre los crisoles de la dicha
una puerta en la oscuridad,
un largo acontecer fuera del cadalso,
los besos de la amada quebrados de ternura
en el sueño que torna el regreso una sombra todavía.

¿Eres tú mismo el que regresa de los años envuelto en
la seda de tus dones,
ardiendo tenebroso en ese fuego que ya no quema la distancia,
perfumado y eterno en el recuerdo, como una isla
que rememora sin secretos su naufragio,
pronto a enternecerte en el poema como un animal sin origen,
amado por la duda y por el gozo de esa duda,
pura travesía que ha sembrado la carne en sus redomas?
Porque aquí tú has sembrado la nostalgia,
el no reconocimiento de la pena,
las silenciosas profecías del oleaje
donde tú cantas nuevamente
las expiadas rosas de un lecho nuevo
con que el día lava la sospechosa sangre de tu alma.

¿Qué sueños las vides ocultan bajo su insólita fragancia
mientras en tus ojos el caos va aboliendo el testimonio de la estirpe,
quién busca la palabra impronunciable, el saturnino verbo
que contenga lo que prodigiosamente ha ardido
como un sola llamarada,
siendo cándidos los retornos, perversos los hallazgos,
única la nostalgia que el cuerpo extravía noche a noche,
en la errancia del amor venidero
que encuentra en el desdén de la espera
su propio semen ineluctable?

¿Es el amor el viento enredando tus cabellos
o solo es la fantasía que la carne ha encendido en tus recuerdos,
los espejismos eligiendo el vértigo feroz de los años
retenidos cruelmente en el círculo de tu sangre,
donde el día y la noche se abominan,
urgen el duelo de lo férvido y latente,
envueltos en ese plumaje amordazado
que el amor ya no reconoce
aun cuando en él se remonte lo anhelado
como un fruto que los dioses prohíben todavía?

¿Qué esperaba ella para cubrir su lecho nuevamente
de rosas que una noche amaron el cuerpo de su amado?
¿Te perturba acaso lo lejano, esa tu isla que el sueño
revela otra vez lejanamente, sin que puedas detener ya
el tortuoso afán de los veleros por redimir a ultranza tu extravío,
escapar del viejo olivo, el tejido honroso de la amada
que sufre, espera y luego olvida?
Mas ella ya no reconoce tu semblante en la tarde que fenece,
sólo tu retorno danzando sin alegría aún perfumado
por el hechizo de los años,
reza aquí su última nostalgia
donde el viejo olivo y las montañas
buscan en ti esa imagen que persiste enardecer
el beso que el remordimiento sella ensimismado
entre el cielo y la tierra
como una ceniza más
entre sus recién fraganciosas espesuras...

Mas el sueño en ti ha renunciado a sus sollozos
y todo lo abolido castamente en tus sólidos espejos
urden aquí y ahora la burda tristeza del amado abandono,
no obstante, aún el cielo vierte sus alegres verdugos en tu alma
pues sabe que el retorno a tu sangre
es posible todavía.

Es cierto, conociste los ritos del hombre
que en su corazón revelan los designios del hallazgo,
la prodigiosa lejanía que en ti
torna desapacible la violencia de tu sangre,
¿Qué hallaste lejos de tu tierra sino la vibrante esbeltez
de los años perdidos en tu propia piel,
el rudo galopar de la memoria añorando
la inconciliable vigilia que te unía noche a noche
al cuerpo de tu amada, mientras perdido entre la niebla
urdías las delicias de otro cuerpo, bañabas el tálamo implacable
con el ardor de tu recuerdo inmemorioso,
unido también a los belfos de la muerte
que ansiaban de ti un nuevo fruto del destino?

Qué hay en ti que el fuego del amor ya no estremece,
qué ha dibujado el desierto del mar en tu cuerpo otra vez estremecido,
sobre qué pira el viento ha calcinado la belleza de tus huesos,
qué hay detrás de ti que no sea la mordedura errátil de la muerte,
qué llevas en tus manos sino la sangre amanecida de tus muertos,
dónde ocultas tu memoria sino en el rumbo perdido de lo ausente.

¿Es posible el retorno todavía?
¿El mar de aguijada espuma aún tus sueños viste
de enardecidos precipicios?
¿Conocen tus ojos por fin la belleza exacta de la muerte,
la flor que esconde en su prodigiosa luz ausente?
¿Eres tú mismo quien partió un día, indemne,
hacia otras apacibles ciudades
donde creíste ver la cautelosa rendición
de tu antigua tristeza?
¿Quién eres tú, viajero de la espuma, que nos llegas
sin saber de tu retorno todavía,
y que por siempre estuvo aquí
el sabor de tu dicha irrenunciable,
la luz anunciándonos el viejo delirio del hallazgo,
el no viaje ni retorno
sino este encontrarse nuevamente en las tinieblas,
abiertos al mundo, maravillados por el amor
que nos unge desesperadamente
de olvido?

Tiempo soy te dices, y eso es lo que eres,
carne de tiempo y espacio idos,
muertos y vueltos a nacer como una forma sin límites
para gozo de la luz que regresa
contigo y ahora,
un único esplendor vacío
que ciñe sobre la isla
el fiat luz de la memoria.



7

LA FUENTE MUDA

Esta es la morada de Dios:
una encrucijada donde la vida sigue tejiendo
los rumores arrebatados de una innombrada belleza.


Cuántos días, unidos en el silencio más puro,
elevan a tu candor hirsuto, a tu callado resplandor, las horas,
el clamor vivido en el también más puro beso estremecido,
sin que tus aguas en la luz inagotable así se conmovieran,
sin que en el pulcro devenir de la tarde
tus labios muertos simplemente nombraran lo deliciosamente inacabado.
¿Qué ocultas bajo las tenues gasas de tu orgulloso ritmo
sino la infinita imagen de un rostro perfecto
que se niega a temblar en los magníficos dedos del deleite,
sino el presentido homenaje que rinden los espacios
a este nuevo sedimento que trasmuta la muerte?
Aquí tú alimentas las caricias del nuevo silencio,
el joven reino donde la culpa torna el día
en otro nuevo nacimiento,
aquí tú fluyes a través de la pureza de la noche
confiriendo a cada beso el perfume luminoso de lo delicadamente ignorado,
en la sola morada que danza en lo invisible,
aquí la belleza de no haber nunca culminado
la blancura fulminante de la rosa,
el tortuoso afán de conducirnos hacia el despojo cálido
de nuestras tristes rendiciones
donde el alma es la luz que rememora
lo que en nosotros es eternamente perecible.

¿Por qué, entonces, después de habernos concedido la inmortal delicia
de tu mudez inalcanzable,
tornas a nosotros con el terco resplandor de un abrupto mirar,
negándote a cubrir de santos sollozos nuestro cuerpo postrero?
¿Por qué el amor, en su fiel contacto con la increíble fecundidad
con que fundas los universos tardíos
se repite con horror en la callada plenitud de la imagen?
¿Quién eres tú cuando te entregas al célebre abandono
escarneciendo así lo que en nosotros -desnudos juegos
de un mismo fuego crepitante-
acaso es repentino y cotidiano?
¿Por qué, por último, enciendes tus hondas cenizas matutinas
en la piel regocijada de nuestra falsa eternidad
para luego conmovernos con la prudente evasión
de tus labios que no hacen más que nombrar la intimidad del jardín
donde el amor generosamente instala su rencor definitivo?

Elevados así sobre tus aguas cadenciosas
una vez más pulimos la certeza de haber amado el reencuentro,
y desde el fondo de tus aguas tenebrosas vemos como asciende inconmovible
la plenitud de este corazón que disimula acaso traicionado
su dolorosa entrega al seno que despierta glorificado
entre las incesantes alabanzas que nos rinde el amor maravilloso.

Porque el amor entre los amantes alcanza esa dura permanencia
del fuego que cede a sus posibilidades
la dulzura del vuelo donde la noche sólo es espejismo,
las alas de una juventud en cuyos arreboles el viento sólo es floración inaccesible.
Qué eres tú para nosotros sino la eterna flor que el desierto convoca
en la inquietud de sus bosques inmarchitos,
porque sólo el amor nos revela esa hermosa contradicción
donde la visión, ahíta de penumbras apacibles,
precipita sin alardes sus frutos más heroicos, no obstante
la ciega admonición de la luz que el sueño niega,
el otrora jardín que nuestra premura prontamente inmola.
No, no eres sólo espejismo, hechizo cruel de un centro definitivo
que perfecciona el curso de la sangre para el goce
de la sombra en su rápida y doliente certidumbre;
no, tampoco eres la casual espera en cuyos giros repentinos
el olvido nombra sus selectos despilfarros
y arriesga en nuestra carne el espacio abroquelado
de un rostro ocultando por siempre
su insatisfecho reverbero;
no, no, tampoco la estancia del sueño que rememora
sin ternura las caricias angustiosas de un cielo enardecido;
no, no eres la imperfecta desolación del amor cantando súbitamente
con justo sentido y aledaña muerte,
última elegía que estrecha el corazón
cuando sin descanso busca en las voces extrañas de la existencia
ese destino que emerge -Oh gloria del amor-
de la desnuda transparencia
con que la infancia presiente sus primeros destellos,
lo que de dolor tienes tú fuente
en tu indecible y fatigada contemplación.

Qué eres sino una sonrisa
dibujada en tu rostro como el saludo del día a la noche,
como un enaltecerse después de haber hollado todos los umbrales,
un agitarse en la danza contra lo innoble y lo sagrado,
hechizo de un beso extraviado en las penumbras,
el rebosante fruto que un día las manos acarician
con la gloriosa dicha de esperar su huída inapresable
sabiendo que aún el perecimiento es un temblor por siempre inacabado.

Así, cuántas mañanas, mientras el sol atrevía sus luces
en las notables armonías de la piel,
yo hundía mis brazos en tus aguas coronadas de verdor profundo y letanía,
hasta hallar en ti sólo búsqueda y miedo,
terror y felicidad de encontrar en tus nostálgicos sonidos
el sentido creado por un dios discurriendo imperturbable
entre nuestros siempre perturbables revelaciones,
digamos, la supremacía de un aliento profundo
que nos crea el abandono, el retorno a la fuente silenciosa
donde penden sólo árboles que aman el tierno sollozo de la vida,
como todo los que nos es dado al unísono:
los perfumes de la grata ignorancia,
la luz complaciente de la especiosa sabiduría,
las vacilantes reverencias de los amantes
entre el sendero que desbocan las cuitas del amor maravilloso.
Así, errantes sobre el estremecimiento de un pavor vencido,
crueles y perfectos esperamos de ti solo la consolación,
avocados a la escritura de un signo que enmudece
ante tu magnífica angustia
- qué nos evade, Dios, de ti, de tu luz cenicienta,
de tus sueños infalibles, de tu tierna y hermosa indiferencia-

esperando que el día consuma sus derramados perfumes,
aguardando que la noche -sujétate, Oh mirar sombrío-
por fin nos ilumine
el único temblor que nos cede
el abandono.

¿Esta es pues, la morada de Dios:
una ceniza que inunda lo amado,
belleza de no haber contemplado
en el fondo de las aguas
su rostro eterno y sangriento,
el eco de la flor que inunda finalmente nuestros sueños
de otros giros que no alimenta nuestra muerte,
un crepitar lejos de la fuente donde
la noche amalgama cadáveres inquietos
y torna el día a lavar su herida
en la insana perfección de lo sagrado?

CODA

Abajo, sí, abajo donde la noche nos es desconocida
tú, fuente muda y concreta, la bestialidad de tus signos libertas,
y nos amas sin misericordia alguna,
allí en lo profundo del hedor también maravilloso
tú nos entregas el dolor con la tranquila mirada
de un animal oscurecido,
con el cotidiano perdón con que las ansias de enaltecerse
unge las más lozanas urdimbres,
donde los jóvenes amantes lavan desdeñosos entre la sátira del tiempo
el prematuro ardor que ilumina.

martes, 23 de diciembre de 2008

Enrique Vásquez de Las Mil Palabras de Caretas - 2008 y su culpa por Muriel

El Cuento de Las Mil Palabras es el concurso que organiza cada año la Revista Caretas. Este año no fue la excepción. El ganador, esta vez, tiene como renovada carta de presentación un nuevo trabajo -estructuralmente sólido y de lectura fluída-, y nos sumerge a lo habitable y oscuro de una culpa.

Enrique Vásquez Valladares, ganador del concurso, indudable hombre de negocios y también escritor, viene sosteniendo en la literatura peruana una constancia digna de mención. Desde hace seis años, con una vocación que se sujeta a su disciplina, desentraña de las palabras -o les reclama- el ruido necesario para hacer nacer historias contundentes.

Después de “El narrador y la mujer más feliz del mundo” (libro de relatos), “De atardeceres perros y veranos en ti” (primera novela) y otros relatos más (publicados en España), nos trae para complacencia de nuestros lectores: Todo por culpa de Muriel. A continuación, la primera parte (de tres).


TODO POR CULPA DE MURIEL

I.

Fue por eso que estaba allí. De otra manera nunca hubiera sucedido. Sin embargo, ahora, frente a esas mujeres de escandalosos labios humedecidos por alcohol barato, cubiertos de ese acre olor a tabaco, no estoy seguro de poder seguir con esto. ¿Que nunca debí venir? Quizás, es probable. Sin embargo estoy aquí, enfrentado a mis debilidades, disfrutando mi miseria, y es entonces cuando me siento apabullado, humillado, insignificante ante una realidad que me aplasta, me enmudece y me atrapa. Y todo por culpa de Muriel. Si no hubiese sido por ella, su estúpido interés en casarse, en verse a mi lado, de blanco, entrando a una iglesia, quizás ahora en vez de estar acá, estaría a su lado, tomando una cerveza en alguna taberna barranquina o mejor aún en algún hotelito de esos en los que solíamos esperar las primeras horas de un domingo, reposando aquellas copas de vino que habían encendido nuestras pasiones y encandilado nuestras miradas. Pero la realidad es sólida y fría como un hielo. Estoy aquí, sintiéndome un tonto irremediable, por culpa de esa estúpida pelea con Muriel, por culpa de esa vida al lado de Muriel, por culpa de esa boda con Muriel. Sí, porque aunque para muchos resultara una sorpresa (para mí también lo fue), una tarde de febrero, caliente y sudorosa, en la iglesia de Fátima, frente a un puñado de incrédulos invitados y vestido con aquel terno que aún llevaba la etiqueta de la lavandería, me casé con esa muchacha, con Muriel.

Muriel Martínez Melgar, así se llamaba. Dueña de unos imperturbables ojos grises y salpicada con miles de pecas en su cara, era con su alargada figura, su cabello desordenado y sus gestos nerviosos, lo que cualquiera llamaría «una extraña mujer»; sin embargo, para mí, desde aquella noche en que me vio llorar, lo único extraño que percibí en ella, era ese afán descontrolado por casarse conmigo. Muriel, desde que la conocí, se convirtió en la artesana de mis noches, y fue tan diestra en su labor, tan amplia y minuciosa en su entrega, que luego de un amanecer saturado de tabaco, alcohol y un aroma escondido de Givenchi, la mañana del domingo nos encontró acurrucados en un viejo hotel, hablando distraídamente sobre sexo y matrimonio. Y a mí lo primero me terminó llevando irremediablemente a lo segundo. Sucedió algunas semanas después de romper con Malena; entonces resultó fácil, muy fácil, que luego de aquel descalabro sentimental, tomara la decisión (o acatara la de ella) de casarnos. Ahora, luego de algunos años, lo puedo decir sin remordimientos; arrepentido sí, pero sin remordimientos: me casé con Muriel para olvidar a Malena.

Arteidea, en voz de Fernando Carrasco, pregunta... Entrevista a Stanley Vega

Arteidea, en voz de Fernando Carrasco (autor del libro Cantar de Helena y otras muertes), entrevistó a Stanley Vega por encargo de Jorge Luis Roncal, director de la revista en mención. Esta vez, de entrevistador a entrevistado es el papel que juega Vega, horrible suerte bella donde las palabras muchas veces nos dirigen su contra o nos someten al encantamiento de no sentirnos olvidados.

En esta entrevista, Stanley Vega (autor de Soliloquio de las hojas y Danza ominosa), lanza al ruedo la noticia de una siempre autotentadora posibilidad de reeditar, en este caso -los dos libros suyos que presenta este segundo párrafo-. Si es una amenaza o no, no lo sé, pero como diría SIGNOS: Siempre hay que guardar o hacer aparecer -con la plena voluntad que conocemos-, un as bajo la manga. Otro Todo será el año próximo, definitivamente.

Tres de SIGNOS, Stanley y otros poetas


“Hay un momento sin duda en que los poetas y todos aquellos que se denominan artistas te hastían”

Por Fernando Carrasco.

Tu primer libro Inútil Inventario, es un libro signado, desde el título, por un escepticismo existencial y cierto desencanto por la vida misma. ¿Qué opinas al respecto?

Es probable que haya un escepticismo existencial y hasta un cierto desencanto. Mas no lo afirmo contundentemente. Han pasado ya cerca de siete años y no he vuelto a releer este libro. Y más que opinar, asunto bien jodido tratándose de una obra propia, diría que el único recuerdo que me queda de Inútil Inventario son sus poemas construidos a base de gritos, pujos, execraciones, catarsis. Esa piel de animal tosco y apocalíptico, ese olor a grama fresca. Nada más que eso.

No obstante reflejar cierto desencanto por la vida, se percibe en este libro un tono sosegado acompañado de imágenes muy sugestivas, a la manera del hayku japonés. ¿Qué otras influencias reconoces en tu poesía?

Cosa curiosa, hasta el día de hoy no habré leído más de diez haykus. La brevedad de mi poesía se debe, en todo caso, a una concepción formal que tengo sobre ella. Considero que abundan los poemas poblados de versos y de broza, estando el poema en unas cuantas líneas. Y si de influencias se trata, me resultan difíciles de reconocerlas. Para ser más preciso hablaría de gustos, de sintonía poética y hasta filosófica con determinado autor. Y aquí sí que podría citar a algunos: Baudelaire, Nietszche, De Nerval, Benedetti, Henry Miller, Michaux, Erasmo de Rótterdam, Cioran, entre otros seres creativos y pensadores que en cierto modo me resultan compinches y que en algún momento me han hecho decir, caramba, esto me hubiera gustado escribir o en el mejor de los casos, esto que acabo de leer es casi mi idea, lo que yo siento y pienso.

Soliloquio de las Hojas es un libro-objeto donde lo lúdico ocupa un rol protagónico. ¿Cómo nace y cómo se produjo esta experiencia poética?

Este proyecto se mantuvo guardado durante algunos años. Fueron conceptos que fui anotando y que a inicios del 2003 los llevé a cabo junto a Oscar Alarcón y unas amigas, pues las características de su realización requerían de ellos. Mi habitación se convirtió en un especie de taller. Pero vayamos por partes. Todo surgió a partir de la lectura de Papel, libro de Eielson, hacia mediados de los años 90. Al terminar de leerlo, inconcientemente fui imaginando otros textos, otras intervenciones sobre la hoja en blanco. Y así fueron creciendo. Transcurridos cerca de siete años decidí llevar todos esos conceptos a la realidad misma, a la formación y edición de un libro concreto (a propósito de ello también está la poesía concretista brasileña), tangible. De manera que se hicieron 200 ejemplares, todos ellos hechos de manera artesanal, uno a uno. Cada cual con una personalidad propia. E incluso las carátulas, hechas por mi amigo el pintor piurano Alarcón, quien las compuso en Trujillo. Nos llevó varios meses. Imagínate, conseguir 200 hojas vegetales, disecarlas y luego pegarlas sobre la otra hoja, esta vez en blanco y de papel, solo para llamar a este poema dos hojas. Fue entretenido, casi orgásmico el concebirlo y hacerlo palpable. Es, si se quiere, un homenaje a Eielson. Un artista entero.

Ya en el libro Danza Ominosa el amor ocupa un lugar protagónico. Hay una suerte de propuesta donde el amor nos salva de la soledad y el tedio, pero a la vez nos perturba y consume. ¿Podrías ampliar esta idea?

Definitivamente, el amor, en términos generales, siempre será un tema incierto. Centrándonos en algo más especifico, punto al que te refieres, creo que nadie, para empezar, se salva de sus garras. Hasta el ser más desafortunado ha amado a hurtadillas. Y no es que sea uno de ellos (ja ja ja) pero sin duda una de las cosas terribles de todo esto es que ni siquiera el amor puede eximirte de tu soledad, de tu tristeza, de ese gran vacío que llevas contigo por el solo hecho de existir y respirar. Y es que el amor es un chasquido de dedos, una burbuja efímera. La idea primordial es tener conocimiento de esa fugacidad para que no haya en tu alma dolor. O en todo caso, permanecer constantemente enamorado o ebrio.

En este libro aparecen también otros temas como el vacío, la soledad, la muerte, ese sentimiento trágico de la vida del que hablaba Miguel de Unamuno.

Temas nada novedosos, como verás y sin embargo tan inherentes a nuestra especie. A veces me he puesto a pensar: si el mundo cantara al unísono, un grito horrendo se dejaría escuchar en todos los continentes. Sería una balada tristísima. Además, ¿qué tema es inédito en este mundo? Todo parece estar dicho y escrito. Nosotros, solo intentamos, ilusamente, pergeñar algo, balbucear en medio de un desierto blanco. Y es muy probable que todo nuestro rollo quede ahí, flotando, flotando. No obstante, mientras aún se respira, no queda más que ser sincero a la hora de versificar. He ahí quizá un punto que de pronto nos conduzca hacia la originalidad.

En síntesis, tu lenguaje se acerca a la poesía conversacional, tus poemas son breves y están cargados de poderosas imágenes y metáforas muy audaces. Háblanos de tu concepción de la poesía.
Para empezar, desde un inicio, al estar en este entorno, una de las cosas que no ha dejado de incomodarme es que me llamen poeta. Es como si al carpintero no lo llames por su nombre sino por su oficio. Y el oficio es sagrado, tan sagrado como para ser pronunciado en esta atmósfera, en este mundo donde abunda la hipocresía. Además, la poesía no sólo está en los libros. La encontramos más saludable en la realidad misma. En la bella silueta de una muchacha, en la tierna caricia de un niño, en el vuelo suspendido de un colibrí tratando de alimentarse, en fin. Y pensar que en algún momento este monumental poema que es la tierra desaparecerá, será borrado del espacio.

¿Qué nuevos proyectos literarios vienes desarrollando?

Como siempre, trato de vivir más que escribir. Y si por mí fuera, sería un eterno errante. Conociendo nuevas comarcas, ciudades, gentes nuevas. Hay un momento sin duda en que los poetas y todos aquellos que se denominan artistas te hastían. Y hasta los libros. Hace tiempo he perdido ese afán de devorar palabras, oraciones y todo ese rollo. Tanto así que ahora creo ser un completo inculto. Y no me avergüenza ni me hace sentir mal, desdichado. No obstante, por ahí estoy haciendo germinar un par de textos, poemas y prosa. Ya se verá que sucede.

¿Mantuviste algún contacto con el desaparecido poeta Juan Ramírez Ruiz?

Recuerdo que la última vez que lo vi fue durante el otoño del 2006. Fue a mi casa, en plena mañana. Ambos, creo, nos teníamos un gran aprecio. Y de eso, hace poco, su hermano, don José, como lo llamo, me lo hizo saber a través del móvil. Con Juan hemos compartido varios días, noches de conversación, bebiendo algunos tragos o en el más tranquilo de los casos, con un vasito de gaseosa en las manos. Pero esto último sólo sucedió una vez. En otra visita que hizo a mi casa, siempre durante la mañana.

¿Cómo ves actualmente la movida cultural en Chiclayo?

No ha cambiado desde hace varios años. Es decir, siempre las mismas caras, los mismos discursos, las mismas taras y poses. De hecho, no dejan de haber conciertos de rock, recitales, presentaciones de libros o qué sé yo, pero siempre manteniendo esas características. A lo mucho, existirán un par de grupos que con las justas o medianamente activan la escena literaria. Harta, que la cultura y el arte sean parte de una élite, de un pequeño grupo. Abotaga. Y también asquea el encuentro y desencuentro de los egos. Es por esto que quizás no duran mucho los grupos. Es por esto que quizás la gente no acude al llamado de un evento. Habría que reflexionar al respecto y no sólo como un asunto propio de esta ciudad sino también de otros lugares, del país entero. Sin embargo, lo más rescatable es la persistencia. Peor es que no haya nada, ni siquiera un rumor.

¿Qué nuevos poetas y narradores han aparecido en los últimos años en esta ciudad y cómo percibes sus trabajos literarios?

Es algo muy extraño lo que ocurre con la nueva promoción de poetas en esta ciudad y otras ciudades del norte. Ya llegamos al 2010 y el panorama es un tanto desolador. Hasta el momento no hay nada claro. No hay revistas y son mínimas las plaquetas editadas. No obstante, hace no muchos meses atrás, apareció el grupo literario Signos, los que a final del año pasado publicaron una antología grupal. Matilde Granados y Alex Cieza editaron también durante el 2007, sus respectivos poemarios. En fin, es durante el año pasado en que recién se avizoran algunas figuras. Sin embargo, habría que esperar más tiempo para determinar si realmente en estos jóvenes hay una verdadera vocación. Una íntegra perseverancia. En este aspecto -e incluso para nosotros- , la vida y obra de Juan Ramírez Ruiz ha sido y será una muestra definitiva y bella pese a todas las circunstancias.

lunes, 22 de diciembre de 2008

José Abad Ascurra: Absolución de la noche


DEL LIBRO "SIGNOS"
Confidencias

El ojo que te espía esta noche
agazapado tras la puerta
es la muerte:
La gélida mano blanca,
la guadaña cortadora de sueños,
la devoradora de imágenes.

Vedla ahí, sonriendo entre dientes,
fingiendo compasión por tu existencia;
humillándote con su silencio de enigma.
La horrenda muerte que no sospecha
que también a ella
otro ojo la espía.



Hallazgo

En esta impenetrable hora
donde los ojos,
cansados, desobedecen la rutina
de vivir;
en esta desdichada hora
en que recuerdo tu boca
llenándome de sueños que no fueron;
la hora funeral y terrestre
que he temido por siempre;
descubro que mi vida
es una novela
que alguien escribió para olvidar
que también le escribían.



Artificios

Es tarde para intentar dormir:
El sueño está despierto.

Es tarde para empezar el mundo:
Dios ha muerto.

Y el hombre cree que está vivo.



Ángel nocturno

Fantasma del aire.
Constante transformación de cuerpos
en espadas
y de bocas en sangre.
Lenta disolución del pecado
en alas ciegas.

Más allá de todo tiempo
tu luz persiste aferrada a la noche,
muerde la carne blanda de la existencia
que no retienen las campanas.
Otorgas un perverso recreo
a la soledad que te alimenta.

Ángel de la ceguera. Puerta
donde escapar a otra muerte más lenta.

¿A QUÉ JUEGAS?



Fiesta
A Cesarina Vásquez Torres.

Tiene razón la estatua
para seguir durmiendo.
El mundo cansa
y duele entre los ojos
la certeza.

Qué viva el sueño
y la nocturna
caricia de la luna,
que pone en nuestro párpados
polvo y olvido.



Resistencia

Unidos por la constante lucha
de no rozar las piedras que duermen
siglos de violencia y sangre inmóvil.

Atados secretamente por el agua
y su continuo lenguaje.

Sumergidos hasta desaparecer
en una sola carne que desconocemos;
subterráneos,
usando máscaras alegres;
afrontamos el último ritual
que nos permite la muerte.



Proverbios

Ha volado el caballo hacia el vértigo de la tarde.
Los días eran siniestros relojes
adaptados al olvido.
En la calle la muerte controlaba los semáforos,
invadía las casas
con su nombre abominable.

Cada ciudad perece bajo su turbia historia.
El final del hombre es un fracaso patético.
Murieron para siempre
las estatuas en los parques.
¡Cuántas horas postergadas sólo para decepcionarnos!

Sí, todo final es terrible. Juntamos
vileza en las arrugas,
repulsión en la misericordia
de nuestras pérfidas rodillas.
Nos vamos lentamente, como aferrados al aire.
La tierra se encarga de esconder nuestros hedores.

Ha volado el caballo hacia la vertiginosa lascivia.
El placer mata cuando refrenamos su impulso.
No nos vamos del todo. Nos hemos multiplicado
absurdamente
como odiosas raíces en los confines del mundo.

¿Y para qué tanto recelo, tanto murmullo,
tanta oración vespertina?

El deseo abotaga los sentidos
y maldecimos la carne.

Comenzamos antropófagos, políticos,
clericales.
Terminamos oscuros, malolientes,
dispuestos a esperar.



Presagio

Ha llegado el día esperado.
Los objetos tiemblan arrastrados
por una inquietud vibrante.
Despojados de falsos rencores
los cuerpos vuelven a unirse amorfamente
en la sombra.

Es el temor al final lo que nos consume.
Es el temor de saberse profanados
lo que nos alienta a destruirnos.
Por eso siempre estamos dispuestos a beber
del vértigo
el último sorbo de incuria que nos impulse.

Nada. Nada detiene esta sed de aniquilarnos,
esta sumisión a la terrible
voluntad de lo pétreo.
Tal es la asfixia que ciega nuestras manos
que no podemos rebelarnos al presagio.



Formas

Absuelves el día pagano de los muertos,
el soberbio silencio de sus bocas,
el calendario indescifrable de sus sueños blancos.

Todo lo cubres con tu sed mortal
como una ola de fuego.
En ti sucumben las fortalezas
y se derrite el tiempo.

Sólo ríos van ciñéndose a tu forma,
a la apatía de tus noches de donde huyen los fantasmas.
Sordidez y muerte se desarrolla en tu sueño
invulnerable, en tu espejo
donde quedó atrapada la máscara y la risa.

Ya no saldré nunca de tu voluntad irredimible
de construir celdas alrededor de mi celda.

Afuera la luz estricta delimita las sombras,
le da orillas a los sueños.
Vence el perfil turbado de la noche
que tarda en volver.

Tu aliento de metal hiere a cada momento
las ventanas y las puertas.
Tu luz es una epidemia y nada escapa
a su lengua lasciva y sucia.

Hay luna pero los niños no conocen
los secretos de los cuentos.

Continuas formas se disgregan en tu forma.
Laberinto feroz de donde Nadie escapa siempre.

Ni el tedio vence tu salvaje locura de perderte
en la sombra. De sujetarte a los días que no vuelven.

No hay olvido.
No conoce tu lenguaje otro secreto
que la muerte incorruptible de los cuerpos.

Lo demás, es horas transcurridas mirándose en el agua.



Jauría

Hoy me levanté de mi cuerpo
y caminé hasta la orilla.

Abajo,
el abismo resplandecía dulce
y la música era una invitación
al suicidio.

Temí que el tiempo bastardo
aniquilara este momento.

Lejos, en una ciudad de fantasmas
y monstruos
los perros aullaban mi nombre.

Estaba solo.
No había jaula ni colores.
Sólo la noche inmensa
y los perros famélicos
bebiendo mi sangre.



Muralla

Se ha ocultado la palabra en tu garganta.
La silenciosa bastarda.
Ya no sale a trepar los muslos impávidos
del mundo.

Dónde quedó tu risa, tu perdición,
tu santa obscenidad?

Eran palabras, solamente palabras
las que estallaban en las sienes hambrientas.

De qué me acusas hoy,
traidora inmarcesible?
De qué me acusa tu ciega devoción,
a los finales sin memoria?

Ya no eran palabras cuando volviste.
Ya no bastaba nombrar las cosas
para vaciarlas de la inercia.
Estabas tú, esfinge irresoluta,
parada en plena noche,
vigilándome,
odiándome tercamente para saciar tu amor
incontenible.

Estabas tú, amurallada
de palabras y preguntas.



Fuga

Un ruido…
De pronto abrió el mar
toda su puerta.

Apareciste tú,
espuma incoercible.
Desnuda
y con las alas de cuervo
recortadas.

Sólo un día duró tu falsa mansedumbre.

Te crecieron las alas
cuando empezaba a enjaularte.



Revelaciones

I

No inventes otro vuelo.
Estás destinado a arrastrarte en el polvo
y envidiar
las alas de las moscas.


II

Nos espera otra caverna detrás de los párpados.
Despertar es descubrir que no había luz.


III

La incertidumbre fue un largo simulacro
para seguir buscando,
para continuar hurgándonos los ojos
y los sueños.
Nos manipularon burdamente cada instante.
Nunca salimos de la oscuridad del primer reino.



Ritual
A Blanca Varela

Diana agoniza entre las sábanas
donde la araña del sueño teje su memoria.

Mira su cuerpo desnudo en el espejo
y se esconde en la demencia.

¿Qué oscuros rituales desencadenan
los objetos perdidos?
Diana ignora los presagios.

Cromwell Pierre: Agua / Transfiguración o el sonido


DEL LIBRO "SIGNOS"

AGUA

1

Esta vez
su disposición adquiere la forma de mi lenguaje,
es decir,
su aspecto se hace universal desde mi boca.
De todas sus posibles determinaciones,
aquí, en lo habitable,
sólo se espera su adaptabilidad;
después de esto,
quizá ella deba ser algo que no comprenda.
Pero lo no comprendido
se explica también a partir de mi desorden:
Silenciosa ventaja suya
la de enturbiar mi contenido.
Todo forma y se deforma
magníficamente
a partir de su espacio,
entonces,
de mi voz a lo insondable,
ella
es un poema
transmutando
sus abismos.


2

Al representarla,
también esta hoja mimetiza su apariencia
y se torna transparente:
No hay nada aquí que no se advierta,
no hay nada aquí que no contenga su curso
y fluya
desde su impenetrable hondura.
A veces ella,
en este fondo blanco,
no resiste su propia densidad
y pareciera
recortarse
a medida
que tocan
sus giros,
mis palabras.
Pero no,
siempre desde estos trazos
desbordará su cualidad a más imágenes,
entonces su retorno
seguirá siempre cambiante
y escurridizo entre mis manos.
Hay suficiencia en su tocante sencillez.
Contemplo cercana su multiplicidad
tan influyente como entrañable.
A partir de toda representación,
incluso ella, en sí,
frecuentará su mimética apariencia
para afluir aquí, a cada instante,
Agua.


3

Enigmática
caracola: Poesía,
donde siempre se escucha mi voz
como mar enfurecido.
En ti, el Agua
también vive fantasma,
desencadenando sonidos
de palabras,
que a veces,
jamás escribo.


4

Más allá, en mí,
correspondo al impulso súbito
de parecer Agua:
Ella tiende a sublimarse;
yo asisto a esa evasión.
Cuando ocurre,
mi canto en lo alto prolonga ceremonias
pero no es escuchado:
No hay nada más allá arriba,
sólo ella hablándome,
imperturbable acaso y apartada
de nuestra vida circular
entre todo lo inexacto.
Por eso,
allá en la cima,
no contiene ninguna respuesta:
Es la respuesta.
Y desde esta sencilla superficie
blanca,
solemne se la puede escuchar.


5

Sentado a su orilla,
he fijado en mí, la fascinación de un pozo.
Es breve y minúsculo
en comparación con mis sueños,
excepto
cuando lanza variaciones semejantes
desde lo inalcanzable.
Tocar
por un instante sus designios,
es desfigurar con certeza
lo que aún no sé
(círculos encierran mi tacto
en señal de un limitado roce heredado,
a su proximidad).
Su extraña superficie es tolerante,
el Agua ágil y serena que la habita
me devuelve otra vez imágenes
y una perspectiva clara
entre lo que no se ve. Ahí estoy yo,
sumergido también
desde su origen olvidado y engañoso.
Intento opacarla nuevamente
sin algún temor discutible,
pero con la sospecha de no saber
con exactitud,
quién me llama de su posible profundidad.


6

Ella lanza quebrado paso;
como un espejo surge,
recorta el tiempo
y no supone lo difusa
que ha de verse en su sentido.
Cae en su reflejo.
Sigue cayendo
verticalmente
cada segundo
en la espesura
del abismo.
Sin embargo hay días
que redobla su cauce,
se despeja
y cristalina ha de verse en su corriente.
Agua:
Gota, charca,
río, catarata,
porción de mar
se oculta en su costado.
Como el humo se dispersa,
avanza ágil
y no sabe su trayecto
a las puntas del espacio…
Al suelo lo condensa en su caída:
Vertiginosa,
en declive su salto máximo,
cae
y es principio contenerla.


7

Si estoy aquí
es por el Agua.
¿Cómo no
transfigurarla más
cuando desciende?
Esta vez
discurre desde mí
bajo la forma
de lágrimas.


8

Aunque su orientación
siga siendo la misma,
se han primitivado mis palabras
buscando apariciones en lo absoluto.
Huyen mortalmente como imágenes
sedientas de esta superficie:
Desde aquí,
desplomarse en círculos
como un poema hondo.
Después de todo este tiempo,
en todo lo que surge de mí,
no han dejado de allanarse
a partir de mi tintura: Agua oculta,
inmanente,
confirmación de todo lo extraviado
en mi desorden.
Pero al ser yo quien las escribe,
yo quien merodea en torno
a esta superficie incalculable,
soy una especie de Agua oscura
que observa otra
sin sentido aparente
para intentar escapar de las palabras,
que también me escriben;
entonces
sucumbe la forma de lo que no se ve
entre lo que está dispuesto a frecuentarme.
Soy yo
la misma búsqueda de siempre.
La misma aparición en lo transcurrido.
Lo mismo.


9

Si la nombro,
toda emisión que origina la palabra
es oquedad, y me habita:
Compleja indiferencia la del lenguaje.
Complejo su envío que toda sed organiza.
Puedo saber que al papel le sucede lo que al agua,
advertir el desplome que contiene
cada página en blanco sin tocar el golpe.
Comprendo en mí su precipitación.
Es posible todo desde algún lugar:
Lugar exacto yo
destinado al precipicio.
Desde allí,
frente a cada rumor que admita,
toda caída
se irá fragmentando
en gotas.


10

Quizá
haya más certeza en su interior
que en mis palabras
(la hay en lo transcurrido).
Con ellas
me incomunico en ellas
y mi única perspectiva
es la dispersión a la altura
que es incierta.
Pero el Agua
habita hasta lo que no conozco
y yo, sospecha constante,
soy lo impreciso en toda emisión.
Me contiene sólo
cuando escondo intenciones
que nacen a partir de mi descenso.
El descenso se transfiere.
Su generalidad sujeta.
Aquí

no es el Agua una cuestión semántica.


TRANSFIGURACIÓN O EL SONIDO

Poesía

Como hoja del aire,
deslízate aquí, Poesía,
entre tantos cuerpos mutilados de palabras,
entre formas y sonidos o cantos leves.
Destiérrame.
Busca en ti, el lugar lejano que soy yo;
porque sólo tú
eres en suma, variación:
hoja,
o aire entre las hojas.



Transfiguración

Para ser otro
me fijo la máscara de un hombre.
¿Qué podría decir ahora con esta máscara?
La distancia de mí hacia mí me hace ciego,
y en ti
nuestros ojos son distintos y multiplicados.
Sólo la sombra me estudia al anteponer un artificio al sol,
y lo distinto de los ojos
no está en sus raíces ni en sus formas…
No sólo lo cóncavo y lo sencillo determina lo perpetuo,
pero esta vez debo apoyarme en las palabras
-máscara concebida-
para descubrir qué otras voces recreadas discurren en mí.
Los ojos definitivos tienen una determinación de iluminados
y se ocultan en mí mismo. Todo silencian
menos su ausencia y las visiones.
Por eso, cuídate Sueño Prolongado,
pues si estoy aquí,
¿dónde más estaré ahora?
Tú eres la transferencia de todo esto.



Acecho

Tiempo,
el sonido rompe tu imagen
y mis manos se semejan a un espejo en la sombra.
Todo es posible,
nada se advierte siquiera a tu rumor indescifrable.
El espacio surge entre tus fauces
y mi grito se dispersa entre punto y punto
en una larga exploración de las cosas.
Tiempo,
lenta disposición de un vacío que me acecha,
caída de mis ojos
a lo desconocido del vacío y la búsqueda.
¿Cuál es tu estigma?,
¿Dónde seré yo tu camino, caminante inquebrantable?
¿Acaso eres el Poema,
eres flor o eres muerte,
desvío que restaura cada exploración de los relojes?
Suma de escenas, dime
si eres sentencia
o la clara sensación de un cuerpo
encerrado en un artificio colindante
a las palabras prometidas.



Anuncio

He ahí una mariposa.
¿Cómo se llama eso en una noche?...
Yo aún no lo sé,
pero si tratas de ignorarla,
sólo mírate
y escapa,
Ojo Absurdo.



Sucesión

En mí
hay otros que caminan hasta el final del día,
y toda escena diferente que originan
se parece a mí en lo insondable.
Frágil resonancia.
Después de toda puerta hay una puerta contenida,
y esta sucesión nos atormenta, nos obsesiona, nos hermetiza.
Tenaz lucha que no cabe en un espejo
(todo cabe pero nada se transporta).
Espaciosa orilla donde no me veo, ésta, la desconocida.
Pero todo nos incluye y soy otros igual que yo-mismo.
¿Qué otro en mí se podría mirar tanto como yo no?
Reflejo recurrente,
signo estancado,
imagen sublimada dentro de todas las preguntas,
me hallo, me invento, me ubico.
Entonces
¿Qué soy, o quiénes?



Resonancia

De tus manos a tus ojos
hay un ángulo que se cierra
presto a infiernizarte.
Dices que hay millones de puntos-luz
que te circundan,
pero sabes que eso es un conocimiento ingenuo.
Al mirarte,
yo no poseo diferente dimensión que la tuya,
porque en ese continuo juego de las escondidas
tampoco daré conmigo.
Nos negamos; es ineludible
aún cuando el cuadro se enmarque
con la mínima sensación de buscarnos, sin reconocernos.
Cabe la posibilidad de quitarnos las manos de encima,
cabe la posibilidad siquiera de envidriar nuestros ojos
por unos instantes, sin comprendernos.
Entonces somos el escape,
somos una fuga sin salida de emergencia.
El infierno no son los otros,
somos nosotros mismos
en busca de la última propagación del mal
que son nuestros sentidos.



El Poema

Por cada sueño que te habita
le nacen alas conocidas a mi vuelo.
Oh región desconocida y habitada de mi cuerpo,
todo sueño que prolongas es definitivo
y todo vuelo que me hace conjugarte
me lleva a tierras más lejanas que la tuya.
Tiene de condena tu origen terrenal o pedregoso.
Y yo que también soy ave,
tengo una jaula dentro de mí
-esperando por mí mismo-, aquí

en las entrañas.

Ronald Calle Córdova: Agonía compartida


DEL LIBRO "SIGNOS"

Agonía compartida

Soy la única tumba que camina,
esperando las palabras que le faltan
para completar el epitafio.
Giuliana Mazzetti.

El orbe está sudando su estío en mi frente
y su hijo sufre aquí en mi espacio,
le han clavado una daga en su costado:
Duéleme.
¡Anda! Toma mi mano,
cubre tu herida
y ven,
levantemos la antorcha del hambre,
miles de hombres nos contemplan.


Confieso

Desde luego,
mis palabras rompen la significación de su lenguaje
y en mis venas circulan letras en busca de mis manos
no las que dijeron adiós con una caricia
sino las que dan libertad
a la palabra que de algún modo
ya era libre.



Del hombre, su sed y su lluvia

Ves cómo se edifica el polvo?
las gotas caen y a ellas vuelven,
vuelven siempre unidos: el hombre,
su sed y su lluvia,
No, nunca vuelven, jamás se van;
descendieron llenos de pecado,
un día de sol ardiente, de gotas
cortantes, amargas.

Viajas y sueñas a ojos abiertos,
construyes recuerdos llenos de ausencia
mientras tu lluvia sigue de palmo
a palmo
quemando tus pasos
y no se cansa de llover.

Llueve a cántaros y su sed no se moja
más que del rescoldo contraído de su vientre,
su sed no alcanza,
menos gusta del maná
en el desierto humano de su éxodo
(avanza
con su mirada puesta en el trigal y la vid).

Mal quedaría si otras cosas dijera,
callo y no otorgo,
callo y no os doy otra estocada,
hermanos.
Callo y guardo… desesperanza.



Fuego, polvo: Hombre

Aun no estás contrito ante la vida,
suplicando,
compungido por haber perdido lo que no conoces.
Dejas caer la piedra y tus labios besan
la noche
queriendo salvar un silencio fugitivo.

Las cenizas caen sobre tu vívido cuerpo,
tu aliento queda convertido al polvo
y un instante
quema tu piel, tu carne,
tus huesos.

Sueño-realidad: besos mojan la lluvia
desprendida cual rayo gris
de tu agonía.
Vienes gritando fuego hay en el polvo,
polvo hay en el fuego.

Y sigues acrecentando tu deuda,
en tu vana búsqueda
de palomas blancas sobre el olivo.

La vida se gasta, la deuda es honda,
no sé si eterna.
Vas pensativo, mirando al cielo en tu andar
disfrutando del fuego, del polvo: del hombre.


No preguntes

No preguntes por el vino
y tu copa,
apenas siento la caída de mi cuerpo
hacia un vacío sin edad, sin nombre.
No preguntes por la hora,
igual es tarde o temprano
cuando los caminos esconden tus palabras.
No.
Quizá soporte menos si digo nada,
aun así, el vino
miente a mi boca y te multiplica
como el milagro de los panes.



Constancia

¡Este es un plato vacío! había dicho.
Luego tomó sus alimentos: nada.
En sus ojos filtrábase
un retrato.

En otro lugar, en el mismo minuto,
alguien grita junto al que paciente duerme.
Su memoria es un verdugo
en la mano postergada.

En otros lugares, ya en otro minuto,
la historia no se altera.



Travesía bípeda

El recorrido es largo y tu descanso
teórico,
has emprendido la carrera de la vida:
No hay tregua.

Aquí
no siempre cesa el llanto
cuando deja de llover.

Impasible en tu sosiego,
perturbado, te has reído de este mundo
y cuerdamente
has tomado el peso del tiempo
en una lágrima.
Tus ojos ya cansados de la espera
se han posado en el vacío de los míos.

¡Detente!
allá también hay soledad.



Exploración nocturna

No hay café que regale la dulzura de tus labios
como jamás labios simularon
lo amargo y dulce de un café.
Así, trato de ubicar algo de ti en esta noche,
como tú
buscarás algo de mí en lo que escondes,
porqué no, en un café.
Son tus labios los que cantan:
estoy aquí cuando te has ido:
bebe.



Crónica de un viajero

Y mientras un ave atraviesa el claroscuro
avanzo un paso más hacia mi Norte.
Giro a la derecha y choco con grietas y más grietas
en la tierra,
perdóname vida,
las he comparado con las grietas de tu alma.

A la izquierda volteo
y muchos avanzamos contra el caudal
apenas vivo,
perdóname vida,
cuánta gente para tan poco río.

He levantado el rostro
queriendo avizorar mi Norte
y otra vez el claroscuro con su ave solitaria,
perdóname vida,
otra vez miro lo mismo.

Hacia atrás
sólo tinieblas: he volteado tarde.



Errante

Partes con la palma dorada sobre tu manto
pensando en el amor y el olvido.

Pasas dando a las hojas
una dulce apariencia de lluvia,
o tal vez
robas a la gaviota y al buitre
una porción de su vuelo.
Por qué no dispersas la nube
que abrazada a mi luna, goza;
a esa nube que infringe tus miradas fortuitas
y mis momentos de gloria.

Vas eclipsando los vestigios de mis pasos
en tu desenfreno y arrebato de mis días,
vas dejando
en absoluto desamparo a otros hombres,
sin luz a nuevos ojos
y sin Norte a viejas formas.

Galante y furibundo juegas
con la cubierta y la vejez del hombre
que levanta en su bandera, la derrota…

Vas silente, lascivo, casi humanamente
gimiendo.

Y al deshojar frenéticamente la rosa
sustraes a mis tardes, su aroma.



Distanciamiento

Frente al papel, frente a la noche
alguien espera.

Ella,
desde cualquier punto vino
y tan sólo dijo: aprende de las aves,
ellas aprendieron de mí.

Él,
con otra concepción del mundo,
clava sus ojos en la noche
y pasado un chispazo, escribe:
conocí una luz en lo inmenso,
era una Súper Nova
marcando su distancia
entre ella
y yo.



Representaciones

Ha pasado la imagen descalza de una pena
clara, dolorosa y pura como un parto.
Una canción me hiere desde otro espacio,
más adelante estás tú
escribiendo el epitafio que sería
el grito final de una muerte perfecta,
sirves el banquete vacío,
lleno de palabras
a las que mi cuchara jamás juzga,
(a pesar de ser un cuerpo sin conjugación verbal alguna)
ésta llora ante mi boca
harta de vocablos.



Lluvia

Bajo el llanto,
en la tumba que habito
alguien reirá esta tarde.

Los cipreses
acostumbrados a la forma que les doy
se regocijan bajo el llanto,
toman fuerza,
luchan por ser árboles,
sin saber
que dentro de la tumba habitada,
tijeras nuevas esperan
la disgregación de lo bello.



Búsqueda

Es en el más absoluto silencio
donde lo jamás esperado llega.

Son los segundos los que gritan:
¡Es menos triste
mendigar un pan a suplicar una palabra!

Y él
siente a su sombra conduciendo el cuerpo,
no por las calles de siempre
sino por los caminos de la nada.



Ceremonia

Sólo tú haces de mi memoria
una viajera fascinada,
un fuego incesante
A. Pizarnik


Es temprano aún para acostarme insuficiente,
miles de demonios han bordeado el ser
benditos por venir al encuentro de los míos:
Tú (1)
siéntate en mis labios
Tú (2)
sostenme esta línea, reposa
Tú (3)
controla en la puerta al adjetivo,
vigila que esta noche sea nuestra
Tú (4)
procura sacarme de mi tiempo;
los demás:
Lloren, rían,
perturben mi lenguaje,
caminen conmigo;
y si el itinerario fuese largo
por favor

denme una tregua.

César Boyd Brenis: Heterónimos frente al espejo


DEL LIBRO "SIGNOS"

POESÍA RIVADAVIANA

(Renato Rivadavia: veintinueve años, lector de tragedias inglesas, alcohólico social).

Obstinación
- El paciente inglés -

Lo artificial perdura nítidamente
en la claridad de alguna fiesta que Romeo busca
para otra alteración del ser.
Las golfas de piel intacta
se reparten por igual en salones uniformes.
La luz escarpada corresponde a una maldición de plenilunio.
La luz en las alturas absorbe a cada noctámbulo
como una esperanza, como aguardar la esperanza
con el cigarrillo en los labios,
desde el humo diluyendo espectros
que el vino ayuda a deformar
hasta el origen de Luciérnagas en confusión con los ojos
de alicaídos caminantes,
hasta estampidas de hacedores de estética silvestre al bailar,
hasta puertas que se cierran con golpes tan fuertes
como la muerte y el amor por Julieta.

La música desvía el trastorno contenido de un bostezo
encarnado en la huella de este día ineludible.
La concepción de una tragedia no es siniestra:
se ama totalmente. Entonces
se esparcen los orígenes del hielo hacia los cuerpos,
se involucran bocetos de jolgorio, también contrastes:
aceleraciones y témpanos en los rincones.
Romeo ríe todavía, ríe
porque el amor le absuelve el vértigo al suspirar.

Los faros callejeros hacia él lo remontan a los dramas
(nunca en la pista menos agreste que conduce a verla).
Ahí sus intentos de caminar se yerguen
como un hito final de los ojos.
La noche se prolonga con escenografía de princesa.
Princesas duermen.
Y como secuelas de un grito borboritante,
el nombre de Julieta por los aires y Romeo
colmado de vocablos.
Sus palabras se han encendido con la lámpara.
Es el vino blanco lo blanco en sus palabras.
Una tormenta se aproxima de súbito presagio y fragor
hacia este mundo rígido de vidas paralelas.

Es la hojarasca en sus rodillas como espejo de otoño,
resonando demasiado.
Alrededor de él
un búho extiende revelaciones correspondidas
cuando Julieta evoca sus palabras:
no te amo, comprende, no te amo.
¡Si tan sólo las maldiciones de los búhos fuesen mentira
como la mentira del amor de los balcones!
¡Si tan sólo brillasen aureolas para salvar esta historia
como salvan a los santos paranoicos!
¡Si tan sólo el amor existiera en los bares
como existe en los manicomios!

Persiste el enigma de las coexistencias,
la sutil pregunta del amor desordenado:
se ausenta el limbo de los sueños.
Despierta un relámpago fijado en una apariencia
entre pistas inhóspitas y lo amorfo.
Se mojan los techos desgarrados: la luna pasa
al corazón de otra estancia.
Para Romeo, llueve y autollueve.
Sus párpados se adaptan al transcurso,
a la representación de un rastro y otro albor
se percibe por los callejones de las lágrimas siguientes.
Los gatos se dispersan entre falsos monstruos y Dios
existe menos.

Entonces, las alucinaciones toman la figura de un hombre
en trajines que corresponden a extravíos,
y en respuesta a la oscuridad, Romeo vuelve
al silencio de la historia o al monólogo interior más bello
o al verdadero idealismo.
El semáforo cambia para nadie. Y en él se suceden
todos los posibles pasos que no andan satisfechos.
Después de esta noche, se aguarda el cielo si es que alguien
lo recuerda entre la nada: lo común
en lo extraordinario.

Aún confundido,
busca la Luna de otro tiempo y articular en otro tiempo poemas
en la boca y el espacio, pues retornan castos.
La vereda resbala como el rocío en aquella hoja que cayó.
Romeo ha vuelto a un bar, otra vez hostilizado por sí mismo,
para despertar de nuevo a sus múltiples maneras de olvidarla:
historia cercenada por la madrugada esculpida para el llanto.
Historia descrita por los grillos e indigentes:
narradores fieles de la ciudad perdida
en las riberas de las vías nocturnas.
Él pierde lo estricto de una dulzura que falla,
pierde la contemplación de Julieta cuando transcurre el tiempo
y no hay salidas transparentes
excepto el vino blanco de las lejanías sin ella.

Ni con la paciencia sutil de una garúa ni con la impaciencia,
Romeo consigue inspirar su ser,
mientras el vino ausenta la razón de estar vivo.
Las caravanas multiformes se agitan
sobre las limitaciones de sus piernas.
La música regresa el aire esclavo de estas paredes sin infancia
como descubrir que no hubo vida, más que la de otros.
En el canto se deshace el aliento de los ebrios
y puede Romeo devolverse el contenido,
conversar con su otro yo,
con el ser del augurio soberano o de las mitologías.

Entre cantos mañaneros que disuelven los sentidos
cabe ese especial origen de otro día,
mientras él intenta estrujar la copa sin romperla dos veces;
la copa coronada con el último sorbo, excepto
la última alucinación,
en esta contorción por la mañana sobre la cual se vence
porque los espejos en los muros son definitivos
y no hay golfas.
La estridencia, el desplomo de la madrugada, lo nebuloso,
confunden que frente a la mesa casi vacía
está Julieta, hermosa, no debilitada,
articulando: ya vamos, ya vamos
con una actitud de amor que Romeo suele extrañar
cuando amanece.


POESÍA LONARDIANA

(Leonardo Lonardi: veintisiete años, desterrado de su ciudad por asuntos de revolución política, primer hijo entre dos hermanos, bibliófilo).

Desintegración de la huida

I
Con Rita lejos la ciudad se vulnera en un pensamiento, cuando a la escritura me aferro con la última luz del poste. Las calles sin Rita son laberintos. Los laberintos sin ella son excusas de soledad. Sin ella, permanecer en silencio es construir figuras, es condensar la creencia de lo Absoluto en una calle de figuras, es dulcificar la traición de una luz por apagarse. Pero no hay callejón donde la escritura me maldiga. Y no hay anochecer escrito que defina un alfabeto. Y no hay más creación inútil que la duda de encontrarla algún día. La escritura es el límite del hombre cuando la autodestrucción desaparece. La escritura, lejos de la piel de Rita, conmueve como adjetivar a Dios para definir el contexto. Pues mi cuerpo etéreo se vuelca entre la niebla para escapar de lo evidente, pero la lógica del Amor es quedarme en lo evidente, es reencontrar a Rita con la misma crueldad con que se fue: sin despedirse.

II
Tu última carta, Rita, tu última voz raída del invierno. Tu sombra extendida en mí: alborotada en todos los pasadizos. Ajena mujer de pasadizos secretos dime en esta carta que no es tu última carta, aclárame las letras hasta poder verlas sin miedo, y las letras que son enemigas sagradas, no las cortes porque son vidas clavadas en mi pecho. Y tu ausencia que está enraizada se condena a un muro con tu nombre. Es natural que yo ocupe un sitio en el mundo donde no estés y pedazos de lecciones aprenda con tu carta. Pero siempre ocuparé un sitio donde no estés. Todos ocuparán un sitio solitario dentro de su cuerpo, y dentro de mi cuerpo tengo una noción de ti, cuando el espacio que te pertenece no reconoce tu existencia. Una recóndita existencia, Rita, soy una recóndita existencia pensando en ti dentro de una lectura, con mi interior arrebatado, y tu carta tiene todas las rutas hacia él, las rutas desconocidas que acaban por descubrir el fraude de verte lejos. No tengo poder sobre tus cartas, llegan con el fracaso del Sol en mis ojos, después de leer lo que conozco como la única sensación que amo en una mesa.

III
En el manuscrito reconozco palabras mías y no sé si las palabras pueden ser mías: lo acepto, hay tardes ajenas como ésta cuando leo entre el barniz de una mesa cualquiera, cuando la profundidad está allí y no por dejar de leer me hastío: desconozco el corazón de las palabras y me amilano como si la hora faltara completarse. Debiera practicar el silencio y recorrer el libro como con las mujeres, protegerme con una lectura perfecta; pero siempre es el mismo barniz, la idea, el respeto a la idea y la historia de las tres de la tarde en la biblioteca: una hoja de historia en blanco que se consume con el tiempo tras de mí. Aunque nada se consume cuando reduzco las mujeres a una sola: Rita. Todavía hay partes de la vida que se reducen sin Literatura.

IV
Fuego. Gradas de madera que crepitan. Y una escena de Fuego comienza a desvanecerse entre lo amado -las ardientes ventajas de no morir-. Como no era un día deseado no era importante, pero el Fuego es el signo de morir con importancia. Yo que no deseo nada me es fácil vivir al lado del final. No existe el final. Es lo mismo en las gradas que aún quedaron.
Las cenizas son continuas transparencias de un ser que fue y el residuo del ser que todavía es, completamente. La puerta que nunca estuvo para auxiliarme, la puerta inexistente, la calle inexistente y las gradas que se quemaron para saber que temo escalar. Al pie de la ceniza estuve con bruma entre los párpados y quiero distinguir frases que acudieron en mi ayuda, pero una escena de Fuego comienza a desvanecerse y lo amado no está. Una franja separa el pasado y si es sólo pasado lo que amé entonces no amé nada. Me confundo con todas las decisiones, las salidas, los rumbos; y todas las confusiones ligadas al Fuego son cenizas.

V
Nada en la poesía -cada quien con su tortura- y en la poesía sólo hay luz para mentes alejadas de la Tierra, aparte de eso, sólo hay nada: el dolor en la nada es transparente. La nada es menos común que la realidad, es más firme que los mitos y las mentiras, para despejar desde su vertiente los farsantes faros del destino, para señalar el fango que es obra de la realidad, y el fango, unido a todo lo demás, se hace todo lo demás, se hace lo que no debía existir pero existió, se hace la palabra fango fuera del fango. Ahora estoy en la nada que existe, en la nada de la poesía que es como la palabra fango en la eternidad. Y la nada causa todas las preguntas de la muerte, cuando se demuestra su producto en el espejo.

VI
El retrato roto en el suelo y una mancha. Y una pelea entre vidrios en mis manos. El retrato roto y la pantalla rota de mi frente como punto de dolor. Un tragaluz tapado en mi cabeza, cortado en mi cabeza y una mancha indeleble pegada en mi recuerdo y una mancha de frío, constante. Un agujero posee el Tiempo entonces sé que el tiempo lo tengo y no importa cuándo sanarán mis manos. Las peleas apresan porque van congeladas en la palma y en la ventana se olvidan con el Sol. El recuerdo se controla como la voluntad de los ángeles y el retrato colapsa para permitirme existir desde una herida.

VII
El tren que me arrebatará de la ciudad es el fondo de una distancia oculta, el fondo de mi despedida, lo concreto más allá de lo abstracto. Y la ciudad que tiene rincones abstractos no parte conmigo, aunque compruebe lo contrario, aunque en cada pensamiento no me lleve este espejismo cercano al recuerdo corto. Todo es corto en la memoria y si vuelve, nada está igual: algo que me recuerde a la ciudad, algo que contradiga lo dicho, o la libertad que siempre quise encontrar en los bares o el contacto con la historia que nadie cree o el caso perdido de un poema. Me despido porque la lucidez contamina, porque escribo a tientas, porque el tren desaparece, porque el hasta siempre, de siempre, es una estafa conspirada por la cárcel.


POESÍA OCTAVIANA

(Octavio La Torre: veintiún años, optimista, mujeriego, huérfano).

Lady Chatterley

Si por los andenes de la ciudad cayera nieve
habría camino en las palabras y la villa,
camino inexacto entre la nieve y el refugio
de los amantes que somos.
Iría con un refrán al modo del que anda:
corazón seducido, cuerpo esclavo.
Te hallaría fumando en el cenáculo
con nóminas de humo entre tus gestos.
Y en ese secreto de encontrarte, Lady Chatterley,
me hablarías de un Clifford sin silueta,
sin su sombra siquiera en la pared.
Habría una canción de Serrat en el fondo del viento.
Creeríamos en lo angosto de los ojos
cuando culpamos al pecado,
cuando nuestros espíritus no retornan por sus carnes.
Si al encontrarte y sentir que no sueñas
confiaría en tus pasos hasta mí
y con otra canción de Serrat se iniciaría tu sueño
tan blando como la nieve a tus espaldas.
Así oscilaríamos los besos en la hora portentosa
dejando el rastro lejos de las calles,
lejos la vida normal esparcida en nuestros cuerpos
para tratar de completar lo incompletable.

Otra versión

Hacia Orión partió a medianoche
por los recodos del arroyo.
Caía la fe de una estrella en su cabeza.
Partió sospechando del canto de los búhos:
el sonido del peligro como predican los ancianos.
Apostó por los atajos de los náufragos corrientes
entre la hojarasca grismente enmarcada.
Se llenó los bolsillos de mendrugos y decía:
¡hambre de vencedores en cadena!
Huyó de los lobos entre la greda
y pasó de forastero entre la bruma.
Por el sendero hacia Orión le lastimaron las espinas,
que cedían su espacio, su profundidad,
y entre tanto aguijón husmeaba los caminos más cortos:
Beatriz podría por fin amarlo.


Autenticidad de la senda

Cuando todos los caminos conducían a tu alcoba
y las escaleras se dilataban
para no lograr emigrar de tu casa,
entonces regresaba
y no había una coartada fija entre nosotros.
Los puentes al exterior desaparecían.
Lograbas parecerte al infinito:
me demoraba tanto en soltarte
que podría haber un día entero
dentro de una noche entera.
Íbamos quedando en los sillones de tu alcoba,
en tu cama; por la salida más cercana al infinito
me detenía, cortando caminos en tu boca.
Había un tiempo donde amábamos nuestro Tiempo
ciegamente estáticos.

domingo, 21 de diciembre de 2008

"Aquí están los Montesinos" de Feliciano Padilla

Por: Fernando Chuquipiunta Machaca

Feliciano Padilla Chalco (Puno – 1944), cuya primera novela, ¡Aquí están los Montesinos! (San Marcos, 2006), lo convierte en uno de los escritores puneños más elogiados por la crítica tanto regional como nacional.

En estos nuevos relatos, además, Feliciano Padilla se sumerge completamente en el universo de sus personajes, hablando como ellos y apelando a su esquemática forma de pensar (llena de prejuicios y lugares comunes), llegando así a un neorrealismo-urbano.

Y aunque la carátula y el título del libro hagan pensar en la violencia política de las décadas pasadas, ese tema sólo aparece en algunas calandrias reales. Lo que sí es una constante asimilación es el cambio de voces, de tercera a primera persona, a través de sutiles racontos.

Hay muchos aspectos que destacar en esta novela: su carácter testimonial, la correcta integración de la violencia política a la temática de la narrativa urbana, lo logrado de los personajes (en algunos de los cuales encontramos tanto el heroísmo más elevado como una cierta promiscuidad del Alancho) o lo cuidadoso del lenguaje acendrado y el acertado manejo de la trama, en la que las diversas versiones de los hechos dan lugar a interpretaciones completamente diferentes.

Su eje temático social gira en torno a la visión realista de la violencia en tres sentidos: la del hacendado, la del campesino y la de la gendarmería oficial que defiende los intereses del gobierno y apoya al hacendado y va en contra de los intereses del campesino. Asimismo, provoca, en este somero comentario, destacar dos aspectos más: la estructura de la misma, el cómo ha sido elaborada, y ahí, el punto de vista del personaje que narra, así como la expresión diáfana con el cual se construye el universo de la novela.

En fin, Feliciano Padilla Chalco es un eminente escritor que cincela las palabras desde la otra orilla, desde la otra condición humana y visión del mundo, desde las sociedades ancestrales que no tienen necesidad de asimilarse a la globalización ni a cánones de la cultura oficial.

Programa radial "Plataforma de Amistades" cumple 10 años

Fernando Chuquipiunta Machaca*

En la foto, nuestro amigo Fernando en su programa de radio

Plataforma de Amistades, es un programa radial que se transmite todas las semanas de 6.00 p.m. a 7.00 p.m., en radio “Pukara” de la provincia de Huancané (Puno) y anoche ha cumplido 10 años de fecunda labor musical.

Este programa es dirigido por el conspicuo maestro Jaime Alfredo Luque Hilasaca, quien dijo a nuestro matutino que “la música latinoamericana como tal, surgió en el siglo XVIII, en Santo Domingo, donde los esclavos crearon el chicha, una danza que conquista las demás islas del caribe y que la iconografía Europea de aquel entonces representa como un baile cortés acompasado”.

Jaime Alfredo Luque Hilasaca, nos confirma muy alegre que desde hace 10 años incansablemente complace los temas más solicitados y sobre todo, una gran audiencia que ahora conoce y reconoce su programa radial, es digno ejemplo a seguir para los demás.

Además, Jaime Alfredo Luque Hilasaca será reconocido para al año venidero con la medalla de honor en la Paz-Bolivia, y lo más importante, aún hoy acrisola el recuerdo de su gran sapiencia juvenil y su noble finura de Dandy.

En suma, como prototipos imprescindibles para su programa radial son: los kjarkas, Pata Amarilla, kalamarca, Llajuas, Illapu, Alborada, Mac Salvador, Raphia, Arak pacha, Yuri Ortuño, Los Taytas, quienes nos enseñan a diario un mundo milenario para el bien de la sociedad amorfa y sórdida.

*Periodista. Promotor Cultural. Poeta.

viernes, 19 de diciembre de 2008

Presentación de la Revista "Fórnix"... Poco apoyo en México para los jóvenes poetas, critica autor

José Ángel Leyva presentó la revista peruana "Fórnix" publicación internacional de creación y crítica literaria editada en Perú.

En Milenio.com (17-12-08) / Ciudad de México. Con especial dedicatoria a los jóvenes poetas de este país, fue presentado anoche el más reciente número de la revista peruana "Fórnix", publicación internacional de creación y crítica literaria, editada en Perú en formato de libro, que circula actualmente en más de 20 países.

La revista, señalaron los organizadores, busca difundir de manera amplia y sistemática lo más representativo y a la vez lo menos conocido de la literatura hispanoamericana actual. En este nuevo número se abre un espacio dedicado a la literatura mexicana en colaboración con editorial Nido de Cuervos.

En la presentación intervinieron los especialistas Renato Sandoval, Eduardo Langagne, Ana Franco Ortuño y José Angel Leyva, y fue precisamente éste último, quien aseveró que fuera de México, "nombres como el de Eduardo Lizalde son totalmente desconocidos, o una referencia un tanto lejana".

"Estos referentes locales, cercanos para nosotros, fuera de México son absolutamente ajenos. Esto me hace reflexionar sobre el debilitamiento y descenso de una tradición que ha tenido México, la promoción de la cultura nacional fuera del país; nuestra fuerte presencia en el extranjero ya no existe", lamentó.

En su opinión, las personas que tenían la vocación y el oficio de la promoción de la cultura de México en el extranjero "han sido sustituidas por otro tipo de agentes burócratas, insensibles y ajenos también a la potencialidad del bagaje tan importante de nuestra identidad nacional como es la cultura.

Lo que mantiene vivo a México, agregó, es la construcción tan fuerte de su herencia cultural que, subrayó, "cada día se exporta menos". No obstante, añadió, "hay otra actitud viva: La costumbre, de los intelectuales y de la sociedad en general, de ser muy sensibles a todo lo que viene de fuera".

Lo que llega del extranjero, puso luego en relieve, "México lo consume, lo digiere, lo asimila. Pero, más allá de la imagen de Octavio Paz, la poesía mexicana es absolutamente desconocida en el extranjero, igual que la narrativa y el ensayo, y muchos otros aspectos de la cultura nacional en el resto del mundo".

Esa actitud de la sociedad, tan abierta a todo lo que viene de afuera, "muchas veces no coincide con lo que hace el gobierno mexicano hacia fuera del país. Mientras tanto, la poesía peruana es ampliamente conocida entre los jóvenes mexicanos, quienes la reconocen porque es una poesía de amplios registros".
Comentó que esa poesía es conocida aquí, además, por la acertada política cultural de su nación de origen. "A diferencia de lo que ocurre aquí, donde a pesar de existir instituciones con recursos para apoyar a los escritores, éstos tienen que hacer malabares para sacar adelante su trabajo".