lunes, 8 de diciembre de 2008

Ricardo Musse: Piura - Perú

De La Voz Insular
I

¡Oh Voz Insular, cuánta soledad arrastrada
hacia nuestros abismos!
Muchas son las angustias que atesora nuestro corazón,
recónditas y dolorosas son nuestras tribulaciones,
¿A quién clamar entonces –confinados dentro de esta música milenaria–
sino a tu quebrantada orfandad?:
Escucha los irredentos quejidos de nuestro silencio
el eco afligido de nuestras silentes elegías
la triste resonancia de los latidos
-en suma- las voces de todos los siglos para pronunciar ahora
(aunque el viento enmudezca luego atávicamente las palabras)
cuán dolorosas son las insulares soledades de todos los hombres.
II

Desde una remota lejanía,
donde sólo es estruendosa tu ermitaña melancolía,
omnipotente –sin embargo– emerges con el corazón estremecido
(nuestros latidos se enmudecen ante tu portentosa soledad)
con el atávico ensimismamiento de tu silencio nos poblaste,
aunque insulares, pronunciándonos –y además– dentro de nosotros
(por eso desde este común abismo sólo salen palabras)
tu omnipresente Voz Insular que nos suscita todavía
(porque aún es esta nostalgia la elegía más antigua)
atesorar en nuestros corazones tus tristes melodías, Poesía.
III

En aquellos tiempos remotos
(donde inmóviles y oscuras, en nuestros primordiales abismos,
ya las piedras sostenían la derruida alma de las melodías)
qué debíamos procurarnos, para morar en medio de esa oscuridad
/inconmensurable,
sino aquella ínsula, con las aguas murmurando muy levemente sus elegías,
donde el viento debía surcar todas esas silentes profundidades
que distan mucho unas de otras pero de donde podemos todavía pronunciar
(ahora aun después de transcurridas muchas escrituras) tus primeras palabras:
Remota Voz Insular/ Hacedora y Bienamada Poesía…
IV

Tuvo que diseminarse hasta distancias infinitas
y nostálgicamente muy inaccesibles,
invisible dentro de la atávica oscuridad,
aunque sólo era primordial –para engendrar el mundo–
que tu voz proceda de una abisal abertura provista de sutiles
cuerdas para que el viento las estremezca y suscite primero:
Ruidos guturales/ aciagos alaridos/ y luego la primera palabra
emergida de aquella ancestral boca de los orígenes para después
dentro de los insulares corazones– cantar esas remotas y silenciosas elegías.
V

Tengo alrededor mío sólo vestigios sonoros,
piedras remotas que –laceradas por el tiempo– aún
conservan la memoria de la primera vibración del viento,
que se erigen, monolíticas, sobre despejadas profundidades
donde precisamente, sobrecogidos con los inciensos en el alma,
diseminados, aislándonos dentro de estas palabras sagradas que
(con estos rudimentarios címbalos y erosionados salterios)
te ofrecemos a ti que profundamente colmaste los inefables
silencios que, en su triste vastedad, se difuminaron –insondables–
por toda esta poesía.

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