
A Laura Muñoz Ramos
Recorrí tantas montañas; tantos mares, tantas caídas, tantos ardientes días para hallarte, que cansado y con dolor en pies y alma, sin más voluntad que encontrarte, la vendada fe de la locura me hizo descubrirte:
En el silencio de lo cotidiano, del tiempo que se comparte y no se sabe, la proximidad pasó como un presentimiento de sensaciones infinitas.
Y hay cosas que no me perdono, como el no tener dos bocas: una para decirte palabras enamoradamente eternas y otra para sentir el sabor de tu piel, como el no saber que siempre estuviste cerca.
Intento ver tus sueños a través de tus ojos; pero temo me condenes al insomnio y a la sordera de tu mirada riente.
Y vuelvo a escuchar el revoloteo de espesas palomas y la noche se vuelve día y los días sueño y el cielo se convierte en gotas dosificadas que crean proyectos y tu nombre suspiros.
Y me pierdo entre los huecos de tus mejillas cuando sonríes y el tiempo se detiene en tus palabras y te siento en todo y yo no me siento y la sangre se convierte en ceniza y la ceniza en tu imagen.
Al contacto de tu voz elocuente los horizontes convergen y los arrecifes se contraen y los mares se vuelcan y el cielo y la Tierra se tallan en un mismo lugar, aquí, dentro. Y me vuelvo loco, niño, vagabundo, profeta, soñador… un profundo garabato.
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