En el tercer día de este quinto mes del año, aunque de 1469, nació Nicolás Maquiavelo en la histórica Florencia (a finales del medioevo, territorio tan engalanado como tiránico). Más de cinco siglos después su legado es ineludible. Nuestro país se baña en maquiavelismo a diario como una legitimación de su propio rostro, aunque muchas veces sin saberlo ni querer saberlo, reafirmando la doctrina que el sistema empuja.
En las avenidas accidentadas, en los jirones empedrados, en la palestra conocida, Maquiavelo es el hondo señor gobernante. Todo cuanto nace y cuanto crece en el insondable vivir se asemeja de sobremanera a los inmortales apotegmas que alguna vez construyó este personaje, por allá en el siglo donde terminaría la Edad Media, y donde comenzaría a brotar el humanismo como síndrome de individualidad y antropocentrismo.
“El fin justifica los medios”, frase que resume su pensamiento aunque según estudiosos nunca aparece en ninguna de sus obras. Sin embargo, latirá fuerte en los tiempos futuros a su propagación. Sin duda alguna en esta época de crisis y antivalores, todo es tan “en sí”, tan individual y hasta egoísta, que las luchas más indignas son justificadas por un fin pedante y pretencioso. Desde arriba y desde abajo la mirada es la misma. Los diarios muestran padres de la patria (no se sabe de cuál patria) en contundentes actos maquiavélicos. Y aunque todo el mundo intuye lo que un candidato es en potencia, pocos deducen que es el legado de este brillante florentino lo que anda como un fantasma que recorre el mundo, y se apodera de los hombres.
En una sociedad democrática, el maquiavelismo en su vertiente más repudiable se adjudica un sinnúmero de nombres: se le llama corrupción, “faenón”, nepotismo, aprovechamiento del cargo, etc.
En las monarquías que reinaban en el medioevo, el maquiavelismo podría confundirse con la “mano dura”, con el “potente gobierno”, con el “calculado régimen”. La forma monárquica de gobierno de esa época apelaba a la justicia con métodos que podían llegar a la crueldad y la tiranía: el maquiavelismo en su forma pura.
Ya lejos de esos contextos repudiables, encontramos el pensamiento de este ilustre florentino en el día a día, en el andar práctico que los hombres afrontan, y eso los hace estar alertas, más alertas de lo normal mientras pasa el tiempo. Eso se refleja cuando encontramos cámaras de seguridad en los grandes mercados, en los postes elegidos, en los edificios distinguidos, pues un ojo siempre debe estar presente ante un enemigo invisible que es el propio hombre, la propia verdad ocultada en muchas mentiras: como se lo escribiría Maquiavelo alguna vez en una carta a su amigo Francesco Guicciardini en mayo de 1521.
Los estudiosos de Maquiavelo siempre han interpretado sus dos grandes libros, “El Príncipe” y “Discursos sobre la primera década de Tito Livio”, como dos formas contrarias (que no es lo mismo que contradictorias) de ver el mundo político-social de su época. Y si vemos con lupa nuestra sociedad actual, las formas contrarias del comportamiento de los ciudadanos y de los gobernantes son pan de cada día, como una certificación de las importantes deducciones del italiano.
Y para dar algunas luces tenemos lo siguiente, apuntando a los de arriba. Maquiavelismo literal: promesas de los candidatos. Maquiavelismo contrario: gobernantes insufribles. Maquiavelismo literal: evasión de impuestos. Maquiavelismo contrario: corrupción de funcionarios. Y si lo vemos desde la óptica de los ciudadanos de a pie tenemos lo siguiente. Maquiavelismo literal: robo en los supermercados. Maquiavelismo contrario: cámaras de seguridad cómplices o incumplidas. Maquiavelismo literal: infracciones de tránsito. Maquiavelismo contrario: coima. Etc.
Después de más de 540 años no hay punto de quiebre. Si en los sueños de las sociedades se encuentra cierta caridad hacia el mundo, Maquiavelo la descompuso e inventó la mano que nos desenmascara. Si no hay cambio, nuestros hijos cantarán los mismos himnos sin sentirlos. Y si en una suprema victoria existe el cambio, tal vez podremos contar con lo siguiente. Maquiavelismo literal: la justicia obligatoria. Maquiavelismo contrario: la libertad insurgente.
En las avenidas accidentadas, en los jirones empedrados, en la palestra conocida, Maquiavelo es el hondo señor gobernante. Todo cuanto nace y cuanto crece en el insondable vivir se asemeja de sobremanera a los inmortales apotegmas que alguna vez construyó este personaje, por allá en el siglo donde terminaría la Edad Media, y donde comenzaría a brotar el humanismo como síndrome de individualidad y antropocentrismo.
“El fin justifica los medios”, frase que resume su pensamiento aunque según estudiosos nunca aparece en ninguna de sus obras. Sin embargo, latirá fuerte en los tiempos futuros a su propagación. Sin duda alguna en esta época de crisis y antivalores, todo es tan “en sí”, tan individual y hasta egoísta, que las luchas más indignas son justificadas por un fin pedante y pretencioso. Desde arriba y desde abajo la mirada es la misma. Los diarios muestran padres de la patria (no se sabe de cuál patria) en contundentes actos maquiavélicos. Y aunque todo el mundo intuye lo que un candidato es en potencia, pocos deducen que es el legado de este brillante florentino lo que anda como un fantasma que recorre el mundo, y se apodera de los hombres.
En una sociedad democrática, el maquiavelismo en su vertiente más repudiable se adjudica un sinnúmero de nombres: se le llama corrupción, “faenón”, nepotismo, aprovechamiento del cargo, etc.
En las monarquías que reinaban en el medioevo, el maquiavelismo podría confundirse con la “mano dura”, con el “potente gobierno”, con el “calculado régimen”. La forma monárquica de gobierno de esa época apelaba a la justicia con métodos que podían llegar a la crueldad y la tiranía: el maquiavelismo en su forma pura.
Ya lejos de esos contextos repudiables, encontramos el pensamiento de este ilustre florentino en el día a día, en el andar práctico que los hombres afrontan, y eso los hace estar alertas, más alertas de lo normal mientras pasa el tiempo. Eso se refleja cuando encontramos cámaras de seguridad en los grandes mercados, en los postes elegidos, en los edificios distinguidos, pues un ojo siempre debe estar presente ante un enemigo invisible que es el propio hombre, la propia verdad ocultada en muchas mentiras: como se lo escribiría Maquiavelo alguna vez en una carta a su amigo Francesco Guicciardini en mayo de 1521.
Los estudiosos de Maquiavelo siempre han interpretado sus dos grandes libros, “El Príncipe” y “Discursos sobre la primera década de Tito Livio”, como dos formas contrarias (que no es lo mismo que contradictorias) de ver el mundo político-social de su época. Y si vemos con lupa nuestra sociedad actual, las formas contrarias del comportamiento de los ciudadanos y de los gobernantes son pan de cada día, como una certificación de las importantes deducciones del italiano.
Y para dar algunas luces tenemos lo siguiente, apuntando a los de arriba. Maquiavelismo literal: promesas de los candidatos. Maquiavelismo contrario: gobernantes insufribles. Maquiavelismo literal: evasión de impuestos. Maquiavelismo contrario: corrupción de funcionarios. Y si lo vemos desde la óptica de los ciudadanos de a pie tenemos lo siguiente. Maquiavelismo literal: robo en los supermercados. Maquiavelismo contrario: cámaras de seguridad cómplices o incumplidas. Maquiavelismo literal: infracciones de tránsito. Maquiavelismo contrario: coima. Etc.
Después de más de 540 años no hay punto de quiebre. Si en los sueños de las sociedades se encuentra cierta caridad hacia el mundo, Maquiavelo la descompuso e inventó la mano que nos desenmascara. Si no hay cambio, nuestros hijos cantarán los mismos himnos sin sentirlos. Y si en una suprema victoria existe el cambio, tal vez podremos contar con lo siguiente. Maquiavelismo literal: la justicia obligatoria. Maquiavelismo contrario: la libertad insurgente.
1 comentario:
un artículo de reflexión está bueno
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