jueves, 6 de mayo de 2010

La contracultura que se convirtió en anticultura. Por Martín Riva

Por Martín Riva*

Los artistas y pensadores y gestores que hicieron la mejor contracultura conocían lo que negaban o lo que querían replantear, que era la cultura o cierta cultura. En cambio, hoy en día, la contracultura es anticultura, entre otras cuestiones, porque los hacedores desconocen, en su mayoría, la cultura. Niegan lo que no conocen. No lo niegan porque se trate de valores establecidos, porque desconocen lo establecido. No niegan lo que está impuesto porque esté impuesto, sino desde la ignorancia como costumbre. Hay una educación de la ignorancia. Está por un lado el saber perdido o el saber que no se logra, que sería un modo inocente de desconocer. No es justo estar molesto con una persona que no ha recibido educación, tanto de su familia como de la sociedad. Pero ahora bien: muy distinto es el caso del que se educa en la ignorancia. Del que hace un esfuerzo diario para desconocer lo mínimo de la cultura que le toca vivir o la cultura que tiene relevancia directa en su vida, tanto porque la haya elegido para refutarla, como así también porque está relacionado más allá de sus preferencias. Hasta este punto es bastante permisible, aunque no del todo inocente. Pero estas personas se convierten en victimarios, en sicarios culturales, en cómplices de la opresión cultural, cuando se les explica lo que están haciendo pero persisten en reproducir la contracultura que se convirtió en anticultura. Lo nocivo no sólo es educarse en la ignorancia, sino propagarla. Si esta propagación se hace entre adultos maduros, es mala, pero si se hace entre personas jóvenes, es ya demasiado nociva. Vienen a cumplir la destrucción cultural que antes quedaba en manos de los opresores verdaderos. Los anticulturales o contraculturales son otros que destruyen la cultura creyendo que la construyen, o creyendo que la desconstruyen. Un opresor, a veces, en su visión, sale a quemar libros, a separar a las personas, a sembrar odio donde no hay más que confusión, confusión donde hay armonía, y todas esas maneras de la opresión cultural que va unida a muchas otras. Ahora eso también se encargan de hacerlo distintos sectores, no sólo los opresores, sino también los que se supone que no lo son. Un movimiento o emprendimiento anticultural o contracultural es todo esto y peor, porque se muestra como lo que no es, y trafica engañosamente con la esperanza de la juventud: una esperanza de poder ser libres, de poder ser bellos, justos, al menos la esperanza de vivir en mejores sociedades. Pero un grupo contracultural o anticultural no es ni puede ser nada de ello. Al menos hasta que no dejen de cometer los errores graves de su desarrollo.

La contracultura convertida en anticultura no sólo no favorece la lucha contra lo peor de lo establecido, sino que además lo ahonda, y, lo que es peor aún, va en contra de lo mejor de lo establecido. El grado de ignorancia de estos hacedores contraculturales es, a veces, tan mayúsculo que, en muchos casos, hasta desconocen los nombres y las obras de los grandes representantes de lo contracultural a nivel mundial. Más de una vez pareciera que sólo se conocen entre ellos. Y para el arte y el pensamiento, esa manera de conocer, es decir, conocerse sólo entre sí unas pocas personas, es otra manera de hacer visible su vacío o poco contenido. Cuanto más lejos llegue la relación entre un área de la cultura o contracultura, en referencia a épocas y ambientes, más grande sería pues esa cultura o contracultura.

Otra cuestión que se olvida casi siempre, es que la contracultura es, también, un movimiento cultural. Dicho de otra forma, la contracultura pertenece a la cultura, tanto cuando permanece como contracultura, como cuando pasa a ser aceptada y comienza a ser cultura establecida. De alguna manera la contracultura puede ser un paso hacia la cultura, aunque termina generalmente como anticultura. De todos modos, no creo que esas sean las intenciones de los hacedores contraculturales. Y, aunque supuestamente tienen una búsqueda, esa búsqueda no tiene resultados favorables, y en ciertas ocasiones ni siquiera llega a ser una tentativa firme. Queda claro, por lo tanto, que la posición de contracultura es dependiente de la cultura, y, sobre todo, de lo llamado cultura establecida, y, para ser más precisos, de la peor cultura establecida. Pero parece que esto último tampoco es tenido en cuenta por los hacedores contraculturales. Lo mejor de la contracultura podría ser que se gestiona pese o gracias a las situaciones económicas y sociales en general, es decir, que la contracultura es activa. Ese podría ser un punto favorable, pero no lo es, pues ser activo en lo nocivo hace que se pierda esa virtud del movimiento, del ser activo. Si la contracultura es ahora anticultura, cuanto más activos estén, más daño causarán.

Otro modo de verlo sería el siguiente. No estoy diciendo que la cultura, establecida más o menos en cada época y ámbito tenga que ser respetada y cumplida en sus requerimientos sin negación, sino que la misma cultura nos ha demostrado que para poder negarla, refutarla, vindicarla o reformarla de alguna manera, o sólo para seguir adelante, necesitamos de su precursión, de su saber, de su historia, de su existencia conocida. Dicho de otro modo, que la misma cultura establecida deja una excepción a su regla para poder ser modificada. Negar la cultura es negar también esto, negar que la cultura nos dice que existió una construcción: una construcción sumamente valiosa para seguir adelante, y para no estar estancándose, o para no estar retrocediendo culturalmente.

Si no se puede ser libre, al menos no se debe ser cómplice de la opresión. Pero tenemos que prestar atención al activismo de la opresión anticultural, ejercida en su momento por los opresores estatales, y, ahora, ejercida por los gestores contraculturales, entre tantos otros. La contracultura puede ser un poco mejor, aunque no esté dentro de mis preferencias a la hora de gestionar o crear arte y pensamiento. Los hacedores contraculturales deberían tener conciencia de todo esto. Hay muchos hacedores contraculturales que ni siquiera saben que lo son. Otros, en cambio, una vez cansados de los fracasos o modos de la contracultura, se pasan a la llamada cultura oficial, es decir, empiezan a trabajar para los espacios de cultura establecida —y valga aclarar que aludo a la peor parte de la cultura establecida—. Entonces, con la misma falta de formación que tenían para desarrollar lo contracultural, desarrollan luego la cultura oficial. Existen muchas otras críticas a lo contracultural, y quizá sus mejores resultados estén demasiado lejos de nosotros, pero si se trata de ser bien intencionados, lo mejor es pedirnos y aportarnos algunas verdades. Una manera de defender lo contracultural —si a alguna persona le parece necesario— es también una manera para defender lo cultural, que sería leer los clásicos de las diferentes literaturas, mirar el mejor cine, la mejor plástica, e ir sumando entonces formación en estas áreas y en otras, hasta lograr comprender lo cultural, y, junto a lo anterior, ir adquiriendo formación y desarrollo en las nuevas formas de expresión y gestión, aunque es claro que lo nuevo o lo viejo no alcanza para tener valor cultural o contracultural. Por último, no estoy pidiendo que se abandone la contracultura, aunque eso podría hasta ser un logro de su parte, sino que si han elegido ese tipo de desarrollo, lo hagan de un modo que aporte a lo que supuestamente buscan aportar. De hecho, este escrito forma parte de un llamado de atención para esa mejora, es decir, mi respuesta a la situación es aportar para una evolución.

*(Buenos Aires, Argentina, 1979). Escritor y gestor sociocultural.

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