domingo, 25 de abril de 2010

Un arequipeño suelto en Francia. Poemas del peruano Porfirio Mamani Macedo

Agradecemos el envío y las palabras de nuestro amigo Porfirio Mamani Macedo, a la vez que saludamos desde esta no silenciosa tribuna virtual el trabajo literario que viene realizando en Francia.

A ti, amigo, nuestro abrazo fraterno y los mejores deseos de éxito.

PORFIRIO MAMANI MACEDO (Arequipa – Perú). Poeta y escritor radicado en París. Doctor en literatura por la Universidad La Sorbona. Ha publicado más de una docena de libros, entre poesía, cuento, novela y ensayo.

Ventana

Junto al mar una ventana para mirar el mar. Cae enlodada la noche. Enlodado también el corazón de un desconocido que se pregunta la hora, en alguna parte, presintiendo ya el día. Sus malogrados sueños, por las ruinosas calles, se inundan de pena y de dolor. Desesperados sus ojos a la mitad del día, se cierran para soportar el tiempo. El polvo se posa sobre su cuerpo mientras duerme. Al final del día, se sienta en una piedra huérfana, junto a un río. No quiere ver nada, pero ve a las dolidas aves que al crepúsculo se acercan. Mira también, en el reflejo del agua que recorre, entre las estrellas y la luna, su perfil desordenado, sus negros ojos que lo miran mirarse

La partida

He partido al otro lado del mar. No llevo ningún adiós en mi recuerdo. En la travesía, las aves, mis únicas compañeras de viaje, han preferido callar su canto. No sé nada de los días, aquellos que preceden y anteceden a las formas futuras. He presenciado el invierno. No he preguntado a nadie de la tierra a donde voy ni de la tierra que dejo. Sólo guardo un sueño debajo de una piedra, en el campo. Llevo este nombre que me han dado las aves al alejarme. Viaje, ya no nos alcanza la mano del olvido, aunque haya tempestad, en este vuelo que nunca esperemos, cruzar, como un viejo animal, el día. ¿Qué puedo decir de lo que soy? En alguna parte quedará mi cuerpo. No habrá fiesta, sólo en una piedra deforme, grabará, la tinta en la costra el nombre. Seguramente un día, no lejos de un allá, pernoctará, silenciosa y triste la lluvia. Un camino, ya herida la tierra, será el río. Amanecer que tanto el corazón suspira.

Viajera azul

Onel

Viajera celeste que en el fondo de la sima preparas tus nobles atuendos para encontrarte conmigo en el desierto. Yo siguiendo voy esta sombra que sale de mi cuerpo, por un camino que nadie ha frecuentado. Callados van mis ojos, callados los ruidos de mis pasos, sólo el polvo se levanta cuando paso. Cuando llego al pie de una montaña, voz y llanto de un niño golpea las rocas de polvo no cubiertas. No sé si alejando o acercando me voy de tu mirada, extranjera azul, tú que en alguna parte ya me esperas, como la oscuridad espera al día.

Viajera

¿De quién es la voz que allá tirita, de quién la sombra que doblada se queda en una esquina? Estira sus brazos como si hablara con el aire, mas el viento, mientras intenta dar un paso, de sus negros pelos hacia atrás lo jala. Sus piernas soñolientas, como pegadas a la tierra lo retienen, y sus ojos como desterrados paradigmas, miran la sombra extraña, que desde el fondo de la ruta le hace un gesto.

Onel

No sé si cruzar debo esta calle o la otra, viajera celeste, que pareces vigilar sin cuidado mi destino. Creo verte pero no te veo, es mi cansada memoria que confundiendo va los caminos y tu rostro. A veces siento frío, a veces duda y miedo cuando paso por lugares como éstos. Allá veo un niño arrastrando la basura que en el desierto encuentra. Alguien se le acerca y sólo mira piedras en sus manos. Sólo el niño me mira, y mirándome no quiere alejarse, pero se aleja.

Viajera

Hundiendo va sus pasos, ya en el polvo, ya en el barro que inunda su camino. Difícil ver su cara. Mas ese perfil me parece haberlo visto en alguna parte. ¿Quién entre todos podrá olvidar su herida? Cuando era niño lo vieron todos cruzar un río, y ya llevaba en la frente esa herida. Entonces sigue siendo él, la marchita hierba que nadie cuida.

Poema

Yo no soy otro que yo mismo. No sé si este amanecer me pertenece. Sin cuidado abro la ventana para ver el tiempo que hace afuera. Apenas me siento vivir y continúo, paso a paso hacia donde debe ser posiblemente mi fin o mi destino. Hay un pensamiento que me viene, me posee y me devuelve a la real circunstancia de mis ojos. Palpo mi existencia. La amargura de los días no me cuenta cómo he de saltar, evitar los obstáculos que me esperan. ¿Qué piedra o árbol distinguiré como única señal para encontrarte? Esta sed de tiempo me devora. Estiro mis brazos para alcanzar la rama que me salve y nada. Un día me ausentaré para siempre. Correré hacia los prados, hacia las dunas, hacia los mares. Buscaré el silencio y no lo encontraré. Mirando el alba me perderé en el crepúsculo del tiempo. Me olvidarán las hojas y no me olvidarán las raíces de las hojas. Yo no espero nada, yo no espero a nadie.

El hombre

No somos el silencio de nadie, tampoco el recuerdo que otros inventaron. Somos una piedra que talla el tiempo; un navío que en la mar se busca a sí mismo. Somos también la voz, el eco del desierto, los sueños que dejamos enterrados en un cerro. Hoy que miro mis manos, sorprendo a alguien que no soy yo, al otro, ese que soy yo mismo, ese que anda por las orillas de los ríos, aquel que se acerca como un mudo laberinto.

Más allá del umbral de la luz

¡Qué extraño es todo esto, noche, lejos de los umbrales de tu luz! Quisiera elevarme como las nubes, como las aves, como los cóndores que planean desde lo alto sus dominios. Ya no me tiembla la piel, ni el pensamiento me entrega a la fulgurante exigencia del olvido, ni al polvo. ¿Cómo podría ausentarme, noche, librarme de las cuerdas que me atan a tu vientre? No veo ninguna sombra definida en el oscuro sótano que me encierra. Mi retirada es próxima.

Dónde estás viajero?

Hacia dónde miraremos, cuando llegue el ardor que deseamos, viajero. Te has quedado, en alguna parte, oculto, para que yo más tarde, quizá, te encuentre. Mi único norte, es la saliva que trago cuando tengo hambre. Subo a las piedras para mirar el horizonte que me viene, mas no volteo para ver el que dejo. Por ahí me han preguntado de dónde vengo y la sola respuesta ha sido mi cuerpo y mi silencio. Me han dejado pasar la frontera. He llegado a un país muy grande, y más grande todavía. Sólo me queda buscarte viajero. Hace frío en el país donde me encuentro. No puedo preguntar nada, a la gente aquella, que no me mira pasar cuando paso, llevando en mis brazos, esta sola inquietud mía de animal abandonado. Serán todos así, me digo yo, serás tú, como ellos, viajero, cuando te encuentre? Para seguir, sólo me tengo a mí. Cuando estoy afuera, es como si no estuviera en ninguna parte. Qué otros caminos seguiré, qué otros me evitarán, para llegar al lugar donde vives, viajero azul. ¿Qué puedo decirte? Dame una señal para cruzar el campo, desierto que me trae más recuerdos amargos, y dar con el fin que me he propuesto. ¿Allí estarás tú? No quiero perder el tiempo que me queda.

1 comentario:

Erika Madrid dijo...

EXCELENTE , como siempre amigo!