sábado, 24 de abril de 2010

Cinco minicuentos del libro EKUÓREO en Con-fabulación Nº 131

Del libro Ekuóreo, compilado por Guillermo Bustamante Zamudio y Harold Kremer, extraemos a continuación 5 minificciones de este preciso y sorpresivo género que cuenta con numerosos cultores en Hispanoamérica. El libro fue publicado por la Universidad Pedagógica Nacional, de Bogotá.

LA CARRERA

Por: Andrés Elías Flórez
(Sahagún, 1950). Licenciado en filología e idiomas. Co-fundador del taller literario Contracartel de Bogotá. Su libro de minicuentos Viñetas de amor y de vida (1999) fue galardonado como el mejor libro de cuentos, según la Cámara Colombiana del Libro, en la XIII Feria Internacional del Libro (Bogotá, 2000).

El hombre empezó a correr por toda la calle y de pronto se detuvo para tratar de recordar hacia dónde corría; así que sin lograrlo siguió corriendo; durante toda su juventud no había dejado de correr; corría cuando salía del baño, corría cuando salía del colegio, corría cuando salía de cine, corría cuando salía del café y corría cuando entraba al baño, corría cuando entraba al colegio, corría cuando entraba al cine, corría cuando entraba al café; pero cuando llegó la hora del matrimonio y se encargó del hogar parecía que iba a dejar de correr; no obstante siguió corriendo; corría como huyendo de algo; de algo que le pisaba los talones; era como su propia sombra; el hombre corría cuando caminaba por la avenida, corría cuando doblaba por la esquina; corría cuando iba a tomar el bus y cuando lo tomaba se bajaba precipitadamente antes de llegar a su destino porque le parecía que corriendo llegaría primero; el hombre corría, corría, corría; llegaba al banco, llegaba al almacén, llegaba al supermercado, llegaba a la farmacia, llegaba al puesto de periódicos y volvía a correr para llegar a su casa; corría para realizar lo que no había realizado y corría cuando había realizado lo que deseaba realizar; corría con un propósito definido y corría sin un propósito por definir; corría cuando pensaba llegar primero que la mañana, corría cuando pensaba llegar primero que el mediodía, corría cuando pensaba llegar primero que la tarde, corría cuando pensaba llegar primero que la noche y volvía a correr cuando quería alcanzar la noche, la tarde, el mediodía y la mañana; corría a la salida de la casa, en la calle, en la carrera, en el ascensor, en el trabajo y al salir del ascensor, al tomar la carrera, la calle y al entrar a casa; corría para andar más aprisa; corría para llegar a tiempo a la oficina y corría para salir pronto de ella; corría para que el tiempo rindiera y corría para acabar con el tiempo; corría para que dieran las ocho y corría cuando pasaban las ocho; corría para acabar con la soledad y la angustia, y corría para que no llegara la soledad y la angustia; la vida le había alcanzado poco para correr; de manera que cuando presintió la muerte alcanzó rápidamente el ataúd que un día había traído corriendo a su casa previendo que no le alcanzaría el tiempo para esto y se acomodó dentro del cajón y antes de bajar la tapa y de morirse, le dijo a sus hijos que lo llevaran corriendo al cementerio; pero cuando salieron corriendo con el cadáver por toda la calle tuvieron que dejarlo a medio camino porque ya se había podrido.

LA FUGA

Por: Gabriel Alzate
(Medellín, 1951). Vive en Cali desde 1974. Ha sido finalista en varios concursos nacionales de cuento. Con Baile de máscaras ganó en 1985 el Premio Nacional de Novela «Ciudad de Pereira». En 1996 ganó el Premio «Jorge Isaacs», en la modalidad de cuento, con La hora del lobo. En el 2002 ganó el mismo premio, en la modalidad de novela, con Los viejos tienen que morirse. Y en 2006 ganó el Premio Nacional de novela ciudad de Bogotá, con El viajero en el umbral.

Un hombre decide huir. Se ha despertado un día cualquiera con la sensación de tener que huir. Sin embargo, no tiene qué temer: nadie lo acosa, no tiene enemigos —al menos en apariencia—, no sabe del desespero de las deudas. Afectos, de tenerlos, son conservables o, al menos, corren esa posibilidad. Sin embargo, siente la necesidad de huir. Se pregunta por qué ese impulso en él, por qué esa tendencia desesperante, compulsiva, tenaz. Piensa, vuelve sobre sus pensamientos continuamente: ha de huir. Es la única salida. Tiene que huir. Pero, ¿de qué?, ¿a dónde?, ¿cómo? Y en última instancia, ¿por qué huir?

Desesperado, acaso sin otra alternativa, inclina la cabeza contra los barrotes y llora.

DESTINITO FATAL

Por: Andrés Caicedo
(Cali, 1951 - Cali, 1977). Su obra es considerada como una de las más originales de la literatura colombiana. Lideró diferentes movimientos culturales como el grupo literario los Dialogantes, el Cineclub de Cali y la revista Ojo al Cine. En 1970 ganó el I Concurso Literario de Cuento de Caracas con su obra "Los dientes de caperucita", lo que le abriría las puertas a un reconocimiento intelectual. En su obra ¡Que viva la música! (publicada por Colcultura días después de su suicidio) asegura que vivir más de 25 años era una vergüenza. Contrario a la escuela del realismo mágico, se inspira en la realidad social.

A un hombrecito le gusta el cine y llega y funda un cine club y lo primero que hace es programar un ciclo larguísimo de películas de vampiros, desde Murnau y Dreyer hasta Fisher y este film que vio hace poco de Dan Curtis. Al principio hay mucha acogida y todo, el teatro se llena. Pero semana tras semana va bajando la audiencia. Como se sabe, el público cineclubista está compuesto en su mayoría por gente despistada que acude a ver acá “el cine de calidad” que no puede ver en los teatros cuando éstos sólo exhiben vaqueros y espías; imbéciles que abuchean una película de John Ford con John Wayne «porque el ejército de EE. UU. siempre mata muchos indios», que le dicen imbécil a Jerry Lewis. Esa gente cómo le va a coger la onda a los vampiros, no falta por allí uno que insulte al hombrecito del cine club por estar exhibiendo cosas de éstas cuando los estudiantes luchan en las calles, gente que únicamente sueña de noche y que siempre duerme bien y al otro día se despiertan y pueden hablar de amor, de papitas, de viajes, de política y cuando llegue la noche se ponen a soñar de lo mismo que han hablado durante todo el día. Pues bien, el hombrecito de nuestra historia comenzó a perder grandes cantidades de dinero, porque ya al final no iban más de l0 personas a sus películas de vampiros, 9, 8, 7, 6, 5, los últimos 4 empezaron a conversar, a contarse recuerdos, pasó el tiempo y uno de ellos se mudó a otra ciudad, otro amaneció un día muerto, uno se graduó de arquitecto y nunca más se lo volvió a ver por estas tierras.

El hecho es que el sábado 29 de septiembre de l97l el hombrecito encontró, al ir a introducir el último film del ciclo, que no había más que un espectador en la sala, allá detrás, en un rincón, mitad luz y mitad sombra.

El hombrecito iba a empezar a hablar de la película que amaba tanto, pero el Conde se paró de su butaca y le sonrió, y el hombrecito tuvo que bajar los ojos.

NOEL

Por: Juan Carlos Moyano Ortiz
(Bogotá, 1959). Actor y dramaturgo desde 1975. Trabajó con el Teatro Taller de Colombia: Cuando las marionetas hablaron (1975), El profesor Prometeo (1976), etc., y con los grupos Ensamblaje, Circo Invisible, Colectivo Teatral de Pasto, Frente de danza independiente del Ecuador, ha dirigido obras como Simbiosis (1985), Mayakovski, Poema trágico para circo y teatro (1986), Rumipamba, Epopeya fantástica del Valle de Atriz (1987), La tempestad (1988). En 1989, funda el Teatro Tierra. Dirige Memoria y olvido de Úrsula Iguarán (1991-92, Colectivo Cien años de soledad). Becas de creación Colcultura: La bruja o el sueño de las tormentas (1993), y Sexus (1995). Becas del IDCT: Los demonios (1997), La nueva prehistoria (1998). Últimamente ha montado: El nombre del mundo es bosque (1999), La historia de un caballo que era bien bonito (2003).

Nació cadáver. Envejeció con los años, poco a poco se le enderezó la columna vertebral, sanó del reumatismo y la piel se le fue templando en una sonrosada lisura.

Se acostó con bellas mujeres, triunfó en las apuestas hípicas, acertó el gordo en tres loterías y con habilidad postmatura ocupó importantes puestos en la administración del gobierno.

Sintió el amor entre las venas como una fría culebra que lo recorrió de pies a cabeza. Supo de las dichas de una amante niña, hasta cuando ella decidió abandonarlo: siendo una mujer adulta y él un chico de pocos años.

Antes de volver al vientre materno y asumir la movención renacuaja de un espermatozoide y ser la dicha y los espasmos de dos enamorados, grabó en su diminuto instinto el sonido de los gemiditos amorosos de su madre... en el mismo instante que un anticonceptivo pusiera fin a su proceso.

BUDA

Por: William Ospina
(Padua, Tolima, 1954). Se retiró de la carrera de Ciencias Políticas en la Universidad Santiago de Cali (1975), para dedicarse al periodismo y la literatura; también trabajó en publicidad. Vivió en Europa de 1979 a 1981 y luego se radicó en Bogotá. En 1982 ganó el Premio Nacional de Ensayo de la Universidad de Nariño (Aurelio Arturo, la palabra del hombre). En 1986 publicó su primer poemario: Hilo de Arena. En 1993 fundó —junto a 10 profesionales de distintas áreas— la Revista Número. En 1992 obtuvo el primer Premio Nacional de Poesía del Instituto Colombiano de Cultura. En el año 2005 publicó su primera novela: Ursúa. Actualmente escribe una columna semanal en el diario El Espectador. Con su novela El país de la canela ganó el Premio Rómulo Gallegos (2009).

Buda le dijo al surtidor: «Yo soy un sabio y divino, pero tu generosidad es ilimitada. Hay más agua en tus entrañas que sabiduría en mi alma». Durante mucho tiempo el surtidor dejó de fluir, porque no quería ser más generoso que Buda. Cuando Buda lo supo, se conmovió y despertó una gran sed entre sus discípulos para que el surtidor pudiera prodigar sus aguas sin pena.


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