Señalado por algunos como “el último bohemio” y por otros como “el bohemio heroico”, Alejandro Sawa (1862-1909) es quizás, la figura más singular de la Generación del 98, aunque también, la más olvidada y menos estudiada de esa época. En el 2009, cien años después de su partida, se le rindieron algunos homenajes en España y se divulgaron profusamente los resultados de investigaciones que se habían preocupado por recuperar su vida y obra, especialmente, la realizada por la profesora Amelina Correa Ramón, titulada: Alejandro Sawa, luces de bohemia, con la cual obtuvo el Premio de Biografía Antonio Domínguez Ortiz en 2008. También es oportuno recordar el importante trabajo de Iris María Zavala, realizado en 1977, el cual nos había abierto las puertas para empezar a indagar sobre este personaje de origen griego, nacido en Sevilla en 1862.
Desde su llegada a Madrid, hacia la década de 1880, Sawa empezó a frecuentar con fervor los sitios de reunión de aquellos jóvenes herederos del espíritu apasionado y solitario del romanticismo, quienes ahora, desde la orilla de los proscritos, luchaban por instaurar nuevas relaciones entre el arte y la política, teniendo como inspiración directa a las múltiples luchas de la Europa de entonces, que abogaban por generar nuevas dinámicas sociales y culturales.
Al lado de Pío Baroja, Jacinto Benavente, Miguel de Unamuno, Joaquín Dicenta, por citar sólo algunos, se sentó Alejandro Sawa para hablar apasionadamente de Verlaine, Baudelaire, Whitman y Poe, sus autores preferidos en ese momento, algunos de los cuales, apenas sí se habían escuchado mencionar en España.
La gran admiración que tenía por la bohemia parisiense, lo llevó a vivir una temporada en la capital francesa, entre 1890 y 1896, donde tuvo la suerte de conocer, entre otros, a Verlaine, Zola, Santos Chocano, Pi y Margall, Gómez Carillo, Darío, Valle Inclán y Teobaldo Nieva. Junto a ellos, conoció las corrientes simbolista y parnasiana, de las cuales sería un gran difusor a su regreso a Madrid.
El paso de Sawa por París generó tanto impacto entre los escritores que lo conocieron, que estos no dudaron en acoger su presencia como modelo de personaje digno de ser consagrado en sus textos. La figura más recordada, es la que construyó Valle Inclán en Luces de bohemia, donde Sawa le sirvió de modelo para darle vida al irredento bohemio, Max Estrella. Ese tránsito por Paris, fue la época gloriosa de Sawa. Allí pudo darle salida a sus impulsos y recibir el abrazo de múltiples flujos de inconformidad y renovación, que lo seguirían acompañando hasta sus últimos días, tal como nos lo retrata en sus Iluminaciones en la sombra (publicada póstumamente, en 1910), donde comparte sus más importantes referentes iconográficos: Baudelaire, Proudhon, Bakunin, Louise Michel, Verlaine, de Quincey, cuyas presencias le inquietaron e impulsaron para reafirmar en todas sus acciones, el poderoso espíritu libertario que lo condujo hasta sus últimas consecuencias, pues vivió la literatura sin claudicar, sin concesiones, siempre escribiendo crónicas, relatos y artículos para exaltar o rechazar según su propio criterio, apartándose de cualquier lineamiento editorial que pudiera restringirlo. Fue así como llegó a colaborar en revistas de alto alcance literario y militante, como Don Quijote y La anarquía literaria, en las que encontraba afinidades tanto en la creación como en la acción. Sin embargo, con los cambios sufridos en estas y otras publicaciones que lo acogieron, poco a poco fue quedando al margen y sumido en una grave crisis económica, la cual era tanto más problemática, al coincidir con el inicio de su problema visual que lo llevaría a la ceguera.
Su osadía, en un medio que ya empezaba a sentir las garras del capitalismo, terminó por minarlo y reducirlo a la exclusión y el olvido, especialmente, en su propio país (donde se había radicado nuevamente en 1897), pues sus amigos de París aún lo recordaban como el lúcido y excéntrico artista que les había dejado un destello libertario inolvidable.
En 2010, cien años después de la publicación de Iluminaciones en la sombra, ese destello que permeó en algún momento los paisajes franceses y españoles, ha logrado extender su campo ondulatorio hasta nuestros imaginarios para ocupar un espacio de honor, como también lo ocupó en los de Rubén Darío (quien realizó el prólogo a la primera edición de la obra) y de Manuel Machado, quien le dedicó el siguiente poema, insertado como epitafio:
EPITAFIO
Jamás hombre más nacido
para el placer, fue al dolor
más derecho.
Jamás ninguno ha caído
con facha de vencedor
tan deshecho.
Y es que él se daba a perder
como muchos a ganar.
Y su vida,
por la falta de querer
y sobra de regalar,
fue perdida.
Es el morir y olvidar
mejor que amar y vivir.
Y más mérito el dejar
que el conseguir.
Finalmente, y con el ánimo de reafirmar nuestro encantamiento con el elegante, fluido, crítico y contundente estilo de Sawa, los invitamos a redescubrir su vida-obra, la cual él mismo resumió como:
“Yo soy un hombre que, de
tanto mirar hacia la luz
se ha quemado las pupilas”.
Desde su llegada a Madrid, hacia la década de 1880, Sawa empezó a frecuentar con fervor los sitios de reunión de aquellos jóvenes herederos del espíritu apasionado y solitario del romanticismo, quienes ahora, desde la orilla de los proscritos, luchaban por instaurar nuevas relaciones entre el arte y la política, teniendo como inspiración directa a las múltiples luchas de la Europa de entonces, que abogaban por generar nuevas dinámicas sociales y culturales.
Al lado de Pío Baroja, Jacinto Benavente, Miguel de Unamuno, Joaquín Dicenta, por citar sólo algunos, se sentó Alejandro Sawa para hablar apasionadamente de Verlaine, Baudelaire, Whitman y Poe, sus autores preferidos en ese momento, algunos de los cuales, apenas sí se habían escuchado mencionar en España.
La gran admiración que tenía por la bohemia parisiense, lo llevó a vivir una temporada en la capital francesa, entre 1890 y 1896, donde tuvo la suerte de conocer, entre otros, a Verlaine, Zola, Santos Chocano, Pi y Margall, Gómez Carillo, Darío, Valle Inclán y Teobaldo Nieva. Junto a ellos, conoció las corrientes simbolista y parnasiana, de las cuales sería un gran difusor a su regreso a Madrid.
El paso de Sawa por París generó tanto impacto entre los escritores que lo conocieron, que estos no dudaron en acoger su presencia como modelo de personaje digno de ser consagrado en sus textos. La figura más recordada, es la que construyó Valle Inclán en Luces de bohemia, donde Sawa le sirvió de modelo para darle vida al irredento bohemio, Max Estrella. Ese tránsito por Paris, fue la época gloriosa de Sawa. Allí pudo darle salida a sus impulsos y recibir el abrazo de múltiples flujos de inconformidad y renovación, que lo seguirían acompañando hasta sus últimos días, tal como nos lo retrata en sus Iluminaciones en la sombra (publicada póstumamente, en 1910), donde comparte sus más importantes referentes iconográficos: Baudelaire, Proudhon, Bakunin, Louise Michel, Verlaine, de Quincey, cuyas presencias le inquietaron e impulsaron para reafirmar en todas sus acciones, el poderoso espíritu libertario que lo condujo hasta sus últimas consecuencias, pues vivió la literatura sin claudicar, sin concesiones, siempre escribiendo crónicas, relatos y artículos para exaltar o rechazar según su propio criterio, apartándose de cualquier lineamiento editorial que pudiera restringirlo. Fue así como llegó a colaborar en revistas de alto alcance literario y militante, como Don Quijote y La anarquía literaria, en las que encontraba afinidades tanto en la creación como en la acción. Sin embargo, con los cambios sufridos en estas y otras publicaciones que lo acogieron, poco a poco fue quedando al margen y sumido en una grave crisis económica, la cual era tanto más problemática, al coincidir con el inicio de su problema visual que lo llevaría a la ceguera.
Su osadía, en un medio que ya empezaba a sentir las garras del capitalismo, terminó por minarlo y reducirlo a la exclusión y el olvido, especialmente, en su propio país (donde se había radicado nuevamente en 1897), pues sus amigos de París aún lo recordaban como el lúcido y excéntrico artista que les había dejado un destello libertario inolvidable.
En 2010, cien años después de la publicación de Iluminaciones en la sombra, ese destello que permeó en algún momento los paisajes franceses y españoles, ha logrado extender su campo ondulatorio hasta nuestros imaginarios para ocupar un espacio de honor, como también lo ocupó en los de Rubén Darío (quien realizó el prólogo a la primera edición de la obra) y de Manuel Machado, quien le dedicó el siguiente poema, insertado como epitafio:
EPITAFIO
Jamás hombre más nacido
para el placer, fue al dolor
más derecho.
Jamás ninguno ha caído
con facha de vencedor
tan deshecho.
Y es que él se daba a perder
como muchos a ganar.
Y su vida,
por la falta de querer
y sobra de regalar,
fue perdida.
Es el morir y olvidar
mejor que amar y vivir.
Y más mérito el dejar
que el conseguir.
Finalmente, y con el ánimo de reafirmar nuestro encantamiento con el elegante, fluido, crítico y contundente estilo de Sawa, los invitamos a redescubrir su vida-obra, la cual él mismo resumió como:
“Yo soy un hombre que, de
tanto mirar hacia la luz
se ha quemado las pupilas”.
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