viernes, 4 de junio de 2010

Signado entre alcohol y poemas una noche de miércoles. Por Robert Jara Vélez

El sentimiento de pertenencia es inherente al ser humano. De ahí que nos alegremos al ser considerados como parte de un colectivo.

Conocí a los cuatro Signos originales (Cromwell Castillo, Ronald Calle, César Boyd, Abad Ascurra), si la memoria no me traiciona, como suele hacerlo, despiadadamente, el mismo año que Signos nació, una noche que coincidimos en cierta lectura poética en el local de la municipalidad de mi pueblo natal, Guadalupe. La química, léase etílica, fue inmediata; tras el recital terminamos en plena plaza de armas, conversando de aquello que nos une y nos apasiona, la literatura, animados por el olor del rito etílico que nos dimos cuenta también nos unía y apasionaba, hasta que el sol se asomó de nuevo por las calles de Guadalupe. Desde entonces hemos seguido en contacto físico, virtual y por supuesto, etílico. Desde entonces nos hemos sentido amigos, nos hemos sentido estar del mismo lado, juntos, pero no revueltos.

A casi cuatro años de ese primer coqueteo coincidí con Cromwell cuando vino a ofrecer una lectura poética en poesía de miércoles, en el Chaska (Trujillo, mayo 2010). Y como no podía ser de otra manera, fieles a nuestro rito etílico, después de su lectura compartimos la mesa, léase el alcohol; a la cual se aunaron César Olivares, David Novoa y todos los poetas del grupo literario Legión de Trujillo. No sé si Cromwell y Legión bebieron hasta que el sol se limpió las legañas por las calles de Trujillo, pero César, por motivos hogareños, David, por motivos alimenticos, y yo, por motivos de esclavitud laboral, abandonamos, aunque a tiempos distintos, la mesa poco después de la media noche. Fue aquella noche en que Cromwell, no sé si a nombre colectivo de Signos o a nombre personal, emocionado (conmocionado, ahogado) por el alcohol me hizo extensiva la invitación para formar parte del grupo literario Signos. Entonces como las reinas de belleza cuando ganan un certamen le respondí emocionado: no me lo esperaba, bla, bla, bla. Aunque me hice el difícil, claro: pucha, pero voy a caer cargoso, ¿por qué?, ya parezco puta, pertenezco a el Sótano 00931, a Namul, al Gremio de Escritores del Perú, a RUNAKAY, no hermano, no te preocupes, me consoló Cromwell, creo, propinándome un par de palmaditas en el hombro izquierdo.

En realidad recién paso a formar parte del grupo literario Signos, aunque desde siempre (hace 4 años) yo he pertenecido a su grupo de amigos, como ellos lo han pertenecido al mío. En ese sentido, hoy, tras la invitación, mi inclusión formal y etílica a la lista de la tribu letrada me parece casi natural.

La inclusión literaria sucedía sin haber pagado una deuda que había contraído gracias a Signos, conmigo mismo: al poco tiempo que salió al aire el primer poemario de Signos me prometí escribir una nota crítica sobre el mismo. Pero, otra vez, por razones de esclavitud moderna, apenas esbocé la nota, y apenas realicé los lineamientos generales. Me arrepiento no haber concluido la nota, y más aún no haberla publicado antes de convertirme, bajo le complicidad de una noche etílica y de miércoles, súbitamente en un signosiano; pues, aquel balance literario positivo que dejaba entrever en mi nota crítica, hoy, sería achacado, por las mentes malévolas como un texto cuyo único fin sería pagar tributo de inclusión tribal. Bajo estas circunstancias, mi nota, no dejaría de ser vista como producto del tribalismo cómodo y trasnochado. Entonces no me queda más que recurrir a cierta creencia personal que trasciende a mi nota y que habla en nombre del balance literario positivo que tengo de Signos: en la literatura, existe una ley de selección natural, inherente; un filtro discriminante, insobornable (a prueba de alcohol): dentro de la esfera literaria sólo llegan a ser mis amigos aquellos que desde mi sistema de ignorancia y/o conocimiento, desde mi sistema de pobreza y/o grandeza literarios los considero mejores que yo, literariamente hablando. En otras palabras, mis amigos literarios, a lo más son tan malos escritores como yo; punto. Y los Signos, desde mucho antes que me incluyeran a su tribu, ya eran mis amigos. No ha de faltar el malvado que diga, por aquello de ultrajarme: con ese triste criterio de medida, medio mundo resulta tu amigo literario. Yo preguntaría: ¿qué escritor, por más malo que sea, según opinión de medio mundo, se considera malo, sin titubear, así mismo? Recuerden que a los poetas les sucede lo que a los bailarines y a los profesores: todo bailarín cree que baila de la pm, todo profesor cree que enseña de la pm, no hay punto medio.

Con estas palabras agradezco mi inclusión tribal a uno de los grupos literarios más consistentes del norte peruano; un grupo de poetas que ha tomado la palabra por las astas para hacerla bramar a su antojo. Sin importar si la inclusión ha sido obra personal y dictadora de Cromwell u obra colectiva y democrática de Signos (ja), no me queda duda que he sido signado, para siempre, entre alcohol y poemas una noche de miércoles.

Robert Jara.
Publicado en http://robertjara.blogspot.com
Trujillo, 02 de junio de 2010.

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