domingo, 23 de noviembre de 2008

Valdelomar: Efigie de una evocación imborrable

William Smith*

Muchos conocen acerca de la trascendente creación literaria, específicamente cuentística y lírica, que hacia las primeras dos décadas del siglo pasado Abrahán Valdelomar elaboró y le valieron el prestigio y la fama internacionales; mas no así de memorables episodios de su fugaz e intensa vida, donde con resuelta vocación literaria, admirable talento y prodigiosa creatividad -y poseído por su ingénita y excepcional excentricidad-, nuestro gran autor asombró y deliró a las gentes de su época.

Nacido en Ica el 16 de abril de 1888, en una familia modesta y tradicional, Abrahán Valdelomar Pinto, niño aún, fue trasladado a Paracas (Pisco) donde pasa toda su infancia, etapa que influenciará determinantemente en su futura producción literaria. Ya en Lima estudió en el Colegio Guadalupe, donde fundó La Idea Gudalupana -un periódico escolar y juvenil-, luego en la Escuela de Ingeniería, que muy pronto abandona, y letras en la Universidad Mayor de San Marcos, a la que también renuncia en sus afanes de dedicarse exclusivamente a la literatura, el periodismo y la política, y donde antes constituiría el Club Universitario, apoyando a Guillermo Billinghurst.

Se dio a conocer como caricaturista de importantes periódicos y revistas capitalinas de corte político -La Prensa, Gil Blas, Ilustración Peruana, Monos y Monadas, Actualidades, Variedades, entre otras (Ha vivido mi alma, su primer poema, lo publicó en Contemporáneos)-, y poco después principió a publicar artículos y relatos que le dieron sólida notoriedad en el medio literario limeño. Hacia 1913, con su Caballero Carmelo -el primer clásico de nuestra narrativa contemporánea-, es premiado en el concurso promovido por el diario La Nación, y poco después publica toda la colección de sus cuentos con este mismo título, dedicando a sus hermanos la primigenia obra. Ese mismo año Billinghurst alcanza la Presidencia de la República y Valdelomar, hombre de confianza del flamante régimen, es nombrado Director del diario oficial El Peruano, y posteriormente encargado de negocios en Italia. Durante su permanencia en Europa envía a Lima crónicas y artículos, donde partiendo de de algunos sucesos nacionales e internacionales llega a altas nociones estéticas o de metafísica trascendencia. Al derrocamiento del mandatario peruano, nuestro escritor renuncia al cargo y regresa al Perú. En 1916, funda el movimiento Colónida y la revista del mismo nombre, como órgano de prensa de éste grupo renovador, que junto con Mariategui, More, Gibson y otros, inaugurarían una nueva conciencia nacional y cultural, constituyendo el tránsito de la sensibilidad modernista hacia la vanguardia, modernizando la literatura peruana e influenciando terminantemente en las generaciones de escritores peruanos ulteriores.

No obstante la brevedad de su vida -murió a la edad de 31 años, al desplomarse del pasadizo de un hotel y fracturándose mortalmente la espina dorsal, en Ayacucho, el 3 de noviembre de 1919, cuando se dirigía al Congreso Regional del Centro donde habría de representar a Ica-, su obra es copiosa y prolija, y a su tiempo representó una insurrección contra el academicismo y la oligarquía dieciochesca, sacudió la rancia y tradicional literatura peruana y le propuso nuevos y mejores modelos y derroteros. Entre lo más notable de ésta destacan los cuentos criollos: El caballero Carmelo, El buque negro, Hebaristo el sauce que murió de amor, El vuelo de los cóndores, Los ojos de Judas, La triste alegría del mar, La aldea encantada, Yerba santa y La virgen de cera; los cuentos chinos: Hediondo pozo siniestro o La historia del gran consejo Sike; los cuentos fantásticos: El hipocampo de oro, Finex Desolatrix Veritae y El extraño caso del señor Huamán; los cuentos incaicos: Sañu Kamayoc, Los hermanos Ayar y Chaymanta Huayñuy; el cuento humorístico: Mi amigo tenía frío y yo un abrigo color cáscara de nuez; los cuentos yankis: El beso de Evans, Tres cenas dos ases y El círculo de la muerte; las novelas: La ciudad de los tísicos, La Mariscala y La ciudad muerta; las poesías: Ha vivido mi alma, Tristitia, Nocturno, El hermano ausente en la cena pascual, La danza de las horas, Yo pecador, y otras recogidas en el volumen lírico general Las voces múltiples; los dramas: El vuelo y Verdolaga; y los ensayos y críticas: Belmonte el trágico, La psicología del gallinazo, El sueño de San Martín, La psicología del cerdo, Los amores de Pizarro, Ollantay, Amor en la vida y en el arte e Ideales de la estética moderna.


Fue Valdelomar un artista de sorprendente sentimiento de selección espiritual, y su presunción exacerbada lo llevaron muchas veces a retar la usanza y el convencionalismo de la acomplejada sociedad limeña de su tiempo. No son nimias las anécdotas -muchas de ellas olean en los límites de realidad con leyenda-, que se han contado del llamado “´dandy´ de las letras peruanas”, llenas éstas de ese impulso de megalomanía que él supo imponer a su impetuosa personalidad. Una de las anécdotas más famosas es la que cuenta su encuentro con César Vallejo, a quien le dijo: “Ya puede volver a su tierra y decir que tuvo el honor de estrechar la mano de Abrahán Valdelomar”; otro de aquellos singulares episodios de la vida de nuestro autor, fue cuando pretendió incrustarse una esmeralda coridón en una falange de su mano diestra, para lo cual contrató a un cirujano quien no pudo consumar tal operación, por ser definitivamente irrealizable. Otra de aquellas historias que se le adjudican al Conde de Lemos, es la que tuvo lugar en Palais Concert -uno de los más distinguidos ambientes de tertulia literaria capitalinos de la época-, a donde Valdelomar asiste con regularidad, y donde afrenta a la gente con quienes coincide en el cenáculo, diciendo a ciertos clientes obesos: “Esos hombres gordos descomponen la belleza del paisaje, y por eso los aborrezco”, e insta al servicio para que los pedantes aristócratas fueran desalojados de su contexto; pero tal vez, el más alto evento de su excentricismo y egolatría fue el que protagonizó junto a otros colegas artistas, y donde adoptando una indumentaria extravagante se pasea por el Jirón de la Unión con una magnolia en el ojal, se corona de rosas rojas y frescas, pronuncia un discurso en halago de sí mismo, y públicamente besa sus propias manos como homenaje de admiración por tantas bellas cosas que habían escrito.

Figura controversial y polémica, Valdelomar, fue un personaje admirado y malquisto en grados sumos. Hombre lleno de un snobismo exacerbado y un envanecimiento incitador; sin embargo, en virtud a su obra original e inestimable para el proceso de la literatura de nuestro país, su efigie ha quedado en la evocación imborrable, como la de aquel espíritu distinguido y cosmopolita, de gusto por lo refinado, la prosa elegante y la búsqueda insaciable de la belleza. A poco de más de ocho décadas de su muerte física, el recuerdo de su figura artística y personal todavía da rienda suelta a su arbitrario humorismo y la sorna inerme, generando el entusiasmo y la exaltación de sus fervorosos lectores e incondicionales admiradores.

Ferreñafe, octubre 20 de 2008.

*Poeta.