Premios y escritorzuelos
“Es muy probable que los premios literarios hayan sido creados por algún demiurgo sarcástico para subrayar la carcajada con que el tiempo se venga de las certidumbres”.
José Donoso.
Los premios literarios siempre han sido objeto de sospechas, envidias y sabotajes de todo tipo. A veces despiertan el odio o son pasto de una serie de requisitorias e ironías para banalizarlos y quitarles prestancia. En ocasiones se argumenta que tal o cual premio es político o responde a siniestros y conspirativos intereses.
En una oportunidad una amiga periodista presentó un libro del poeta Francisco Arévalo y sin aviesa intención expresó que el poeta tenía más premios ganados que libros publicados. Cuando esta amiga ganó el premio Monseñor Pellín de Periodismo le envié un correo electrónico felicitándola y de paso le aconsejé un buen ensalme porque un premio con nombre de cura tenía que ser pavoso. Como es lógico mi amiga se sintió ofendida y se molestó conmigo por un buen tiempo.
Cuando se empieza a escribir, los premios son una posibilidad de espantar aquella frase de Quevedo: “El que escribe para comer ni come ni escribe”. Roberto Bolaño, en un cuento, “Sensini”, relata las peripecias de un escritor dedicado a la caza de premios literarios. Sus recomendaciones son burdas y enmarañadas de trampas para hacerse con algún dinero. Así lo expone el narrador: “Insistía en que participara en el mayor número posible de premios, aunque sugería que como medida de precaución les cambiara el título a los cuentos si con uno solo, por ejemplo, acudía a tres concursos cuyos fallos coincidían por las mismas fechas. (...) Nadie se enteró de que Los gauchos y Sin remordimientos eran el mismo cuento con el título cambiado, aunque siempre existía el riesgo de coincidir en más de una liza con un mismo jurado, oficio singular que en España ejercían de forma contumaz una pléyade de escritores y poetas menores o autores laureados en anteriores fiestas. El mundo de la literatura es terrible, además de ridículo, decía. Y añadía que ni siquiera el repetido encuentro con un mismo jurado constituía de hecho un peligro, pues éstos generalmente no leían las obras presentadas o las leían por encima o las leían a medias”.
Ernest Hemingway siempre habló muy mal del premio Nobel, antes que se lo otorgaran. Decía que muchos escritores que lo obtuvieron se habían vuelto después en invisibles y algunos se habían convertido con el tiempo en clásicos enmohecidos que ya nadie leía, o lo peor, que un polvo atelarañado de olvido los cubría por completo.
A veces sucede que son los premios los que necesitan a determinado escritor para obtener categoría e importancia. A Camilo José Cela le dan el Premio Cervantes después de obtenido el Nobel. Por eso don Camilo en su discurso escribe: “Nunca se llega tarde a ningún sitio, jamás se nace ni se muere cinco minutos antes, y todos los puertos son seguros tan pronto como se rinde en ellos la más azarosa y difícil singladura. El tiempo lima las asperezas de la conciencia y amansa la voz del hombre si se acierta a ponerla a remojo en el benevolente rocío de la paciencia; aliado con el tiempo, al decir de Shakespeare, al miserable no le queda más medicina que la esperanza: ni siquiera la caridad ni el azar aunque quizá sí el amor y la fe, esas dos palancas que sólo los más clementes dioses enseñan a manejar a los elegidos”. Toda esta monserga no es más que el resentimiento enmascarado de Cela. El premio llegó tarde, pero el Cervantes necesitaba a Cela y como el tiempo todo lo ablanda el escritor no iba desentonar ni ser altisonante. Además él siempre estuvo detrás de la calderilla, si no recuerden aquel incidente de su novela La Catira y su coqueteo pesetero con Marcos Pérez Jiménez.
William Osuna obtuvo (2006-2007) el Premio Nacional de Literatura y en tal sentido dicha premiación ha sembrado el camino de migas críticas tanto a favor como en contra. En una entrevista publicada en la revista Poda, el poeta ataca y se defiende: “En cuanto al Premio Nacional de Literatura, me coloca frente al foco de los vigilados. Le cuento: en este momento, me suspendo encima de las aguas podridas de gente opaca, frustrada en argumentos y razones literarias que ocupan inventario propio de la necedad. No se toman un trago tranquilos. La designación, como usted dice, les cuelga como piedra de molino”. El poeta maldito, en el caso de Osuna de la mala calle, que viene siendo igual o casi, siempre resulta incómodo y concita los odios en muchos frentes. Lo que Osuna no parece tener claro es que el titulo de poeta maldito (o de la calle del medio) proporciona más perdurabilidad y cosa que un premio nacional. Además aquellos versos de Fernando Pessoa son paradigmáticos: “A eso van todos, porque nacieron para Eso, / Y sólo se llega al Eso para el que se nació... / A eso van todos... / Marinetti, académico... / Las Musas se vengaron con focos eléctricos, mi viejo...”.
Mi experiencia con los premios tampoco ha sido ni heroica ni edificante. El primer premio que gané fue por carambola. Luego de terminado mi tercer libro de ensayos, De ciertos peces voladores, me encuentro que el editor ha podado el libro, dejando algunos ensayos a la intemperie. Con casi 30 páginas sin saber qué hacer con ellas me entero de un concurso literario que se realiza en Maracay y cuyo premio en metálico era de 250 mil bolívares y la publicación de la obra ganadora. Agregué otros ensayos y completé alrededor de ochenta páginas, para ceñirme al número de cuartillas estipulado en las bases, y mandé el dichoso librito a concurso. Al mes me entero que obtuve el premio. El libro se publicó. Una licenciada en arte le hizo una crítica con muchas espinas y me acusaba de nostálgico, que no tenía en cuenta para nada la postmodernidad y cuestiones por el estilo sin saber, claro, las peripecias de un libro más bien accidental que pensado para obviar esa moda de lo postmoderno.
Lo peor es quizá lo que le sucedió al escritor Thomas Bernhard al recibir el Premio Grillparzer de la Academia de Ciencias en Viena. Todo fue de un boato agobiante y de almidonado protocolo, pero así lo cuenta en su libro Mis premios el escritor: “Creo que la Filarmónica tocó una pieza de Mozart. Luego se pronunciaron conferencias más largas o más breves sobre Grillparzer. Cuando la miré una vez, vi que la señora ministra Firnberg, así se llamaba, se había dormido, lo que tampoco se le había escapado al presidente Hunger, porque la ministra roncaba, aunque muy suavemente, roncaba, roncaba con el suave ronquido de los ministros, conocido en el mundo entero. Al cabo de un rato, la ministra miró a su alrededor y preguntó con voz de arrogancia y estupidez inimitables: Bueno, ¿dónde está el escritorzuelo? Yo estaba justo al lado de ella, pero no me atreví a darme a conocer”.
Hay una caricatura de Mario Vargas Llosa, que sigue recibiendo premios y reconocimientos, que ilustra un poco todo esto. Viene Vargas Llosa con una carretilla cargada de premios. García Márquez está sentado escribiendo. Vargas Llosa le dice al escritor colombiano: Le cambio todos estos premios por el Nobel. García Márquez no le presta atención y piensa: Ah, que muchacho este.
Uno termina por darle la razón al personaje de Bolaño cuando apunta que el mundo de la literatura (aparte de lo siniestro) es de un ridículo aparatoso. Además un premio no es garantía de nada. Un premio no te convierte en mejor o peor escritor y si ganas te alimenta en algo de confianza y si pierdes te conduce directo al insomnio, la depresión y la barra del bar más cercano. Aunque tengo amigos escritores que con el premio en el bolsillo también se van al bar para exorcizar cualquier mala influencia que todo premio al fin y al cabo tiene.
http://www.letralia.com
“Es muy probable que los premios literarios hayan sido creados por algún demiurgo sarcástico para subrayar la carcajada con que el tiempo se venga de las certidumbres”.
José Donoso.
Los premios literarios siempre han sido objeto de sospechas, envidias y sabotajes de todo tipo. A veces despiertan el odio o son pasto de una serie de requisitorias e ironías para banalizarlos y quitarles prestancia. En ocasiones se argumenta que tal o cual premio es político o responde a siniestros y conspirativos intereses.
En una oportunidad una amiga periodista presentó un libro del poeta Francisco Arévalo y sin aviesa intención expresó que el poeta tenía más premios ganados que libros publicados. Cuando esta amiga ganó el premio Monseñor Pellín de Periodismo le envié un correo electrónico felicitándola y de paso le aconsejé un buen ensalme porque un premio con nombre de cura tenía que ser pavoso. Como es lógico mi amiga se sintió ofendida y se molestó conmigo por un buen tiempo.
Cuando se empieza a escribir, los premios son una posibilidad de espantar aquella frase de Quevedo: “El que escribe para comer ni come ni escribe”. Roberto Bolaño, en un cuento, “Sensini”, relata las peripecias de un escritor dedicado a la caza de premios literarios. Sus recomendaciones son burdas y enmarañadas de trampas para hacerse con algún dinero. Así lo expone el narrador: “Insistía en que participara en el mayor número posible de premios, aunque sugería que como medida de precaución les cambiara el título a los cuentos si con uno solo, por ejemplo, acudía a tres concursos cuyos fallos coincidían por las mismas fechas. (...) Nadie se enteró de que Los gauchos y Sin remordimientos eran el mismo cuento con el título cambiado, aunque siempre existía el riesgo de coincidir en más de una liza con un mismo jurado, oficio singular que en España ejercían de forma contumaz una pléyade de escritores y poetas menores o autores laureados en anteriores fiestas. El mundo de la literatura es terrible, además de ridículo, decía. Y añadía que ni siquiera el repetido encuentro con un mismo jurado constituía de hecho un peligro, pues éstos generalmente no leían las obras presentadas o las leían por encima o las leían a medias”.
Ernest Hemingway siempre habló muy mal del premio Nobel, antes que se lo otorgaran. Decía que muchos escritores que lo obtuvieron se habían vuelto después en invisibles y algunos se habían convertido con el tiempo en clásicos enmohecidos que ya nadie leía, o lo peor, que un polvo atelarañado de olvido los cubría por completo.
A veces sucede que son los premios los que necesitan a determinado escritor para obtener categoría e importancia. A Camilo José Cela le dan el Premio Cervantes después de obtenido el Nobel. Por eso don Camilo en su discurso escribe: “Nunca se llega tarde a ningún sitio, jamás se nace ni se muere cinco minutos antes, y todos los puertos son seguros tan pronto como se rinde en ellos la más azarosa y difícil singladura. El tiempo lima las asperezas de la conciencia y amansa la voz del hombre si se acierta a ponerla a remojo en el benevolente rocío de la paciencia; aliado con el tiempo, al decir de Shakespeare, al miserable no le queda más medicina que la esperanza: ni siquiera la caridad ni el azar aunque quizá sí el amor y la fe, esas dos palancas que sólo los más clementes dioses enseñan a manejar a los elegidos”. Toda esta monserga no es más que el resentimiento enmascarado de Cela. El premio llegó tarde, pero el Cervantes necesitaba a Cela y como el tiempo todo lo ablanda el escritor no iba desentonar ni ser altisonante. Además él siempre estuvo detrás de la calderilla, si no recuerden aquel incidente de su novela La Catira y su coqueteo pesetero con Marcos Pérez Jiménez.
William Osuna obtuvo (2006-2007) el Premio Nacional de Literatura y en tal sentido dicha premiación ha sembrado el camino de migas críticas tanto a favor como en contra. En una entrevista publicada en la revista Poda, el poeta ataca y se defiende: “En cuanto al Premio Nacional de Literatura, me coloca frente al foco de los vigilados. Le cuento: en este momento, me suspendo encima de las aguas podridas de gente opaca, frustrada en argumentos y razones literarias que ocupan inventario propio de la necedad. No se toman un trago tranquilos. La designación, como usted dice, les cuelga como piedra de molino”. El poeta maldito, en el caso de Osuna de la mala calle, que viene siendo igual o casi, siempre resulta incómodo y concita los odios en muchos frentes. Lo que Osuna no parece tener claro es que el titulo de poeta maldito (o de la calle del medio) proporciona más perdurabilidad y cosa que un premio nacional. Además aquellos versos de Fernando Pessoa son paradigmáticos: “A eso van todos, porque nacieron para Eso, / Y sólo se llega al Eso para el que se nació... / A eso van todos... / Marinetti, académico... / Las Musas se vengaron con focos eléctricos, mi viejo...”.
Mi experiencia con los premios tampoco ha sido ni heroica ni edificante. El primer premio que gané fue por carambola. Luego de terminado mi tercer libro de ensayos, De ciertos peces voladores, me encuentro que el editor ha podado el libro, dejando algunos ensayos a la intemperie. Con casi 30 páginas sin saber qué hacer con ellas me entero de un concurso literario que se realiza en Maracay y cuyo premio en metálico era de 250 mil bolívares y la publicación de la obra ganadora. Agregué otros ensayos y completé alrededor de ochenta páginas, para ceñirme al número de cuartillas estipulado en las bases, y mandé el dichoso librito a concurso. Al mes me entero que obtuve el premio. El libro se publicó. Una licenciada en arte le hizo una crítica con muchas espinas y me acusaba de nostálgico, que no tenía en cuenta para nada la postmodernidad y cuestiones por el estilo sin saber, claro, las peripecias de un libro más bien accidental que pensado para obviar esa moda de lo postmoderno.
Lo peor es quizá lo que le sucedió al escritor Thomas Bernhard al recibir el Premio Grillparzer de la Academia de Ciencias en Viena. Todo fue de un boato agobiante y de almidonado protocolo, pero así lo cuenta en su libro Mis premios el escritor: “Creo que la Filarmónica tocó una pieza de Mozart. Luego se pronunciaron conferencias más largas o más breves sobre Grillparzer. Cuando la miré una vez, vi que la señora ministra Firnberg, así se llamaba, se había dormido, lo que tampoco se le había escapado al presidente Hunger, porque la ministra roncaba, aunque muy suavemente, roncaba, roncaba con el suave ronquido de los ministros, conocido en el mundo entero. Al cabo de un rato, la ministra miró a su alrededor y preguntó con voz de arrogancia y estupidez inimitables: Bueno, ¿dónde está el escritorzuelo? Yo estaba justo al lado de ella, pero no me atreví a darme a conocer”.
Hay una caricatura de Mario Vargas Llosa, que sigue recibiendo premios y reconocimientos, que ilustra un poco todo esto. Viene Vargas Llosa con una carretilla cargada de premios. García Márquez está sentado escribiendo. Vargas Llosa le dice al escritor colombiano: Le cambio todos estos premios por el Nobel. García Márquez no le presta atención y piensa: Ah, que muchacho este.
Uno termina por darle la razón al personaje de Bolaño cuando apunta que el mundo de la literatura (aparte de lo siniestro) es de un ridículo aparatoso. Además un premio no es garantía de nada. Un premio no te convierte en mejor o peor escritor y si ganas te alimenta en algo de confianza y si pierdes te conduce directo al insomnio, la depresión y la barra del bar más cercano. Aunque tengo amigos escritores que con el premio en el bolsillo también se van al bar para exorcizar cualquier mala influencia que todo premio al fin y al cabo tiene.
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