El lunes 28 de febrero Mario Morquencho estuvo en una premiación de cortometraje en la UPC, donde participó un corto titulado: El Burro, de Jair Uzziel. El texto está escrito magistralmente por Mario a modo de prosa poética. El mismo Mario es quien da la voz en el relato. El corto también cuenta con la participación de la talentosa poeta Sandra Enciso y es una producción de MALDITOS PERROS Creadores. Aquí el corto y el texto completo:
En un paisaje alejado de todos los colores y sobre el tramo de asfalto hirviendo, cabalga el tiempo. Cabalga entre las lomas y el pueblo. Cabalga entre la vida y el sueño.
Donde las aves anidan el vuelo abstracto, la aldeana respira el delirio de la dama bajo la flor oscura. Donde los bueyes cantan, él muere muy enamorado en la imposible posibilidad que brama el oblicuo pueblo mientras taciturno el gris ceniza de su humanizado cuerpo lo lleva siempre a ella…
Y la querencia natural que los amantes claman, a veces, sólo a veces, tienen entre dos árboles que bailan la misma mujer de sangre insoluble, la misma mujer soñada…
Y entre las cruces de mil estaturas, ella limpia sus nombres ya distintos… y distantes: Olvidados.
Porque a veces los amantes gozan la misma vida desolada. Porque a veces los amantes tienen el mismo muerto atragantado. El silencio compartido. El amor tan ignorado… Y huye uno del otro para verse… para no verse… para amar solamente un pedazo de vacío cercado en el corazón frío que tiembla y tiembla sobre el lomo cuando el día brilla más que el sol.
Último destello del día. Él anda por la trocha y la tarde llama a la noche. Anda pensando en ella que es una tierna dolencia, anda tan bien y tan mal enamorado, pensamiento confundido entre el lamento del animal domesticado que pasa.
Detrás, él, en una procesión de dudas, corderos, bueyes y el burro que se repite cabizbajo, es él cruzando un minado Jerusalén, con la obstinada y silvestre necesidad de estar con ella, de exiliarse en el sueño quijotesco y decir que el amor nos hace tan salvajes al pensar que un par de casas de adobe separan un continente… Y pensar que un par de pasos más y el gran portón abrirá el tiempo y la vida. Un par de pasos más y la tierra en sus cascos inferiores arrastrarán el deseo de dar un par de pasos más para sacar, urgentemente, la llave del bolsillo, introducir la luz en el ojo oscuro de la habitación, abrir la intención y cerrar los ojos para deshojar la borrosidad del sueño que se abre…
El ojo del infinito observa:
La aldeana, con un sombrero de amapolas, yace de pie en la esquina de una estrella campestre donde el ganado fugitivo inventa una historia.
Sentado sobre los dados del sueño, él canta desde la sonriente montaña como el viento aventurero, como el viento enamorado que nos roza la cara.
Ya en el humilde patio del cielo, la aldeana alimenta a los patos: querubines tristemente telúricos, telúricamente locos. Ella piensa en él. Piensa como un ángel en sus alas. De manera lunar, crepita pensándolo insondable… y ahonda, en la pequeña noche venidera de la choza, su orbe…
En el primer encuentro, los tiernos grises del corazón vagan tibios y desde el campanario Dios los observa: Ella delante, incitándolo, con el camino adherido a la espalda y las alas ocultas en el paraguas. Él detrás, memorizando las pequeñitas huellas que llevan a casa…
Acabada la cena de los cuerpos, ella amansa el beso alocado que aúlla en sus labios. Él la observa aún desnuda en un rincón de la casa y profundamente piensa ¡Qué bonita flor tan salvaje!
Así es cuando del amor comulgamos, late el corazón compartido en ambas manos y en ambas manos explota la comunión de los paisajes como un planeta que se crea. Así el dulce caos, delirante, lo retorna y aprisa, aprisa el orgasmo de gritar: ¡Qué salvaje flor tan bonita!
Entonces van como el agua en un solo río por el camino de la mano y él…él canta, tiene un jilguero oculto entre sus manos, tiene mil aves evaporadas en todo su aire:
aire que la llama
alma que la nombra
ansia que la clama
ojos que la tocan
boca que la extraña…
alma que la nombra
ansia que la clama
ojos que la tocan
boca que la extraña…
La aldeana acude a su llamado. Se sienta a su lado. Abriga el frío costado. Lo consuela. Lo ama. Su silencio es una brisa bajo el árbol.
Y entonces marchan los enamorados. Van recordando, como el bosque, a todos los colores alucinados, y ya con el rostro extinto caminan distanciados por el último tramo casi evaporado, al mismo instante en que la pastora solitaria, entre ramo de gritos y chorritos de esperanza, cruza con el ganado deshojando adioses y florcitas de nostalgia.
Pero la aldeana recorre el rito sagrado como una niña atada a la ronda de la luna. Entonces la canción desata el último crepúsculo y la oscura caravana en la falda de la aldeana cava el clímax en el aire. Un circulo solar alrededor del árbol se multiplica y multiplica la necesidad que tienen ellos de lamer las piedras ardientes del amor que a veces los desliza, que a veces los sumerge, que a veces los ahoga o los va quemando, poco a poco, en la hoguera inevitable del pecho que arde, duele y deja sangrar la sangre que hierve como poción amarga o perpetua ceniza sobre la yerba venenosa y seca donde florecen los corazones rotos… los corazones muertos.
Y entonces todos los recuerdos se estrangulan mientras él, como una estatua, yace tristemente constelado en la puerta, entre el instante incomprendido y fugitivo donde el ojo del infinito cae vencido por los parpados hacia un mundo mal herido.
Donde el amor quizá tiene otra palabra, o se oculta en otros nombres, o simplemente es una constante herida que nos devora a diario.
Donde el amor quizá carece de puerta, de labios, de rebeldías mutuas, de valentía al no querer cruzar al otro lado. Y sumarle al saludo esa palabra perdida en los labios. Sumarle otra mirada. Sumarle una caricia.
Quizá entonces, sólo quizá, después de caminar tanto en esta vida, el ojo infinito del sueño regrese a observar.
El texto en negrita es lo que se lee en el corto
Tomado del blog de Mario: http://sesotrilcico.blogspot.com/
No hay comentarios:
Publicar un comentario